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La cabezonería de Elena Fernández

Ya he vuelto a España, después de unos días en los que he tenido la oportunidad, y el placer, de conocer mejor un país pequeño, democrático, admirable y tan cercano a España como Costa Rica. Fui allí por entrañables motivos familiares -la boda de mi querido nieto mayor, que hoy también reinicia su colaboración con el periódico- y tuve, vía su nueva familia, la oportunidad de ser guiado dentro del país por unos guías excepcionales, los también excepcionales miembros de esa nueva familia.

El discurso del padre de la novia, Don Guillermo Constenla (el título de “Don” se utiliza mucho en Costa Rica, dentro incluso de la misma familia, como respeto a los mayores), durante la ceremonia de la boda se centró en los novios, naturalmente, pero también y sorprendentemente en la españolidad como valor eterno, como recuerdo de un pasado valioso e imborrable. Un pasado que ahora muchos españoles (y muchas, muches , etc) pretenden borrar.

Casi un año antes de ese feliz acontecimiento familiar, concretamente el día 3 de enero del año recién pasado, 2022, fui invitado a comer en el Parador de Gredos, donde siete ponentes pasaron a la historia firmando nuestra Constitución en 1979 y allí inmortalizaron ese momento. Un acto que inició una nueva etapa de la vida española, una de las mejores y más fructíferas de nuestra historia.

Leí hace algún tiempo que el recurso más escaso del que disponemos no es ningún mineral, sino la mente humana. Quizá hubiera sido más realista lamentar el mal uso que, con tanta frecuencia, se hace de un recurso tan enorme y valioso como el de la mente humana. Me parece que eso es lo que le está pasando, en un caso muy concreto, a una persona a la que aprecio mucho desde hace muchos años, la actual Consejera de Cultura de la -todavía- Ciudad Autónoma de Melilla (deberíamos ser ya, junto con Ceuta, la 18ª Comunidad Autónoma de España) la socialista -ejerce constantemente como tal- Elena Fernández Treviño, hija y nieta de no socialistas, como es bien sabido.

El caso concreto al que me refiero es el de la contumaz intención personal de mi amiga Elena de hacer desaparecer el Monumento a los Héroes de España de su ubicación actual, esa en la que la inmensa mayoría de los melillenses, yo incluido, solo habíamos visto, desde nuestra más tierna infancia hasta ahora, solo eso, un monumento muy vistoso dedicado a nuestros anónimos héroes. Y no es que yo desconozca la historia, de ese monumento y de otras muchas cosas locales, porque la conozco muy bien, es que creo que debemos de conocerla toda, respetarla e intentar no volver a cometer los errores que cometimos y que, en este caso concreto, nos llevaron a una horrible guerra civil. Construir es más laborioso que destruir, pero es mucho más útil y más necesario, especialmente para una ciudad tan necesitada de tantos cambios como nuestra Melilla, ¿no te parece, Elena?

Estoy totalmente de acuerdo con lo que escribe hoy -muy documentadamente, como en él es habitual- nuestro colaborador Gonzalo Fernández, el apellido del conocido universalmente como El Gran Capitán, que nuestro colaborador, melillense, utiliza como pseudónimo. “La abducción de Elena”, se titula el artículo, en el que Gonzalo Fernández recomienda a Elena Fernández que vea una serie televisiva denominada “Cómo convertirse en un dictador” y que compare con lo que ahora está haciendo la dirección nacional de su partido.

¿Qué razón hay para revivir y abrir viejas heridas, que debieron quedar cerradas para siempre cuando se aprobó la Constitución de 1978, hace más de 40 años?, se pregunta y pregunta a Elena Fernández, Gonzalo Fernández. A la respuesta se le podía dar muchas vueltas pero en el fondo solo hay una comprensible para la mayoría de los melillenses: no es más que un capricho de la valiosa Elena, una especie de reafirmación personal sin conexión alguna con su cargo público, por el que cobra y cuya substancia es la creatividad, no la destrucción. Como amigo, no ya como Editor, te recomiendo, Elena, que abandones tu cabezonería destructiva, que en este caso te hará daño y, además, no durará mucho el daño innecesario, porque cualquier gobierno futuro sin tintes dictatoriales repondría el monumento en su melillense sitio.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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