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Carta del Editor

Una noche en la valla de Melilla

melillahoy.cibeles.net fotos 782 esta el enemigo

“Hay otras muchas caras del problema, que no se arreglará mientras no cambiemos nuestra ley de extranjería y mientras no comprendamos, especialmente desde las altas esferas oficiales y políticas, que los problemas graves -y el de violabilidad de nuestras fronteras lo es- como ocurre con las enfermedades graves, no se arreglan con parches, con neglitocracias (burocracias negligentes) sino con cambios profundos, con actividad y asumiendo riesgos, pensando en los ciudadanos” Una carta ha dado muchas vueltas y se ha publicado en varios medios de comunicación durante estos últimos días, a propósito de un tema que ha sido -no me gusta la palabra, pero qué le vamos a hacer- trending topic, el tema del momento en Twiter nacional e internacional recientemente: las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla y los inmigrantes que las asaltan o pretenden hacerlo.
La carta, que publicamos en este periódico el pasado lunes, se titulaba "Reflexiones de un guardia civil que trabaja en la valla de Melilla". Es la mini historia de una noche, una de las muchas noches, en la que un grupo de, en el caso descrito en la carta, 800 personas se van acercando a la valla, hasta que llegan a ella: "Lluvia de piedras… Compañeros (guardias civiles) entre valla, ya están aquí, los ves trepar, los ves saltar, una valla, la segunda. Aguantamos. Tengo uno enfrente, me mira, sus ojos son rojos, llenos de desesperación, me amenaza con una piedra, yo con la defensa, chilla, chillo…..Todo acaba… Hay heridos, tumbados por el cansancio, pero felices. Lo han conseguido. De 800 ha pasado un centenar… Me dirijo al que fue mi enemigo, le doy agua y algo de comer. Me mira agradecido".
Muy bien escrito y descrito. Muy humano, cuando el guardia civil, una vez vuelto a su casa y antes de poder dormir, recuerda: "Tengo esa mirada (la del inmigrante) clavada en mi mente" y concluye "perdona, amigo, espero que entiendas mi trabajo como yo (entiendo) tu situación".
Cuando escribo esta Carta del editor estoy en Madrid. Todos los amigos y conocidos me preguntan sobre lo mismo, sobre las vallas, sobre los inmigrantes, acerca de la presión que sufre nuestra ciudad, sobre el futuro y la solución -que no se vislumbra clara- de este problema. Un problema que, como todos, tiene muchas caras.
Los inmigrantes son una de esas caras, la más visible, la más numerosa, la más utilizada para bien, en ocasiones, para mal, en otras muchas ocasiones. Toda la progresía ortodoxa, los que, como denunciaba George Orwell, piensan con miedo para mantenerse políticamente correctos según los rigurosos cánones de la progresía oficial, incluyendo a los que viven de ese, tan a menudo falso, progresismo (todo vale con tal de no tenerse que ganar la vida con el esfuerzo y el riesgo propios) hablan constantemente de ellos, de los subsaharianos, pobrecitos, tan necesitados de ayuda (que, por supuesto, los progres oficiales no les brindan en sus casas, precisamente). También la inmensa mayoría de los melillenses hablan bien de los subsaharianos -no tanto de otros emigrantes que, aunque menos visibles e identificables, son también muy, pero que muy numerosos- porque es cierto que, siempre hablando en general, se portan bien, son educados y correctos, piden sin presionar, no causan desórdenes públicos ni roban.
Otra de las caras, como nos recordaba en sus reflexiones el guardia civil de la carta que antes comentaba, es la de los guardias civiles encargados de tratar de evitar que las fronteras de un país sean violadas o asaltadas o saltadas, si se prefiere. Lo oficial es decir que todos los guardias civiles son muy buenos y muy justos. Que después, y con demasiada frecuencia, entre el dicho y el hecho haya demasiado trecho, o sea, que desde las altas esferas los guardias civiles destinados al cuidado de nuestras fronteras -por centrar el caso- reciban buenas palabras oficiales pero escasos hechos, escasos medios, escasas ordenes concretas, escaso apoyo real ante las dificultades, que ocurra todo eso tampoco ha de extrañar demasiado a los ciudadanos, acostumbrados ya como estamos a que nos cuenten cuentos oficiales. La indudable verdad es que en la Guardia Civil, como en cualquier colectivo humano, hay personas buenas, malas y regulares. Es asimismo verdad que, en general, prestan un gran servicio, sin recibir una gran contraprestación monetaria, al conjunto de los ciudadanos de este país, todavía llamado España. Y también es cierto, como resaltaba con acierto el guardia voluntariamente anónimo de la reflexiva carta, que a veces tienen que obedecer ordenes cuyo cumplimiento no les llena de satisfacción, por decirlo de una manera suave, y para actuar contra personas cuya aspiración a vivir con un mínimo de libertad y de medios materiales es compartida por ellos, los que están obligados a intentar evitar que, saltando la valla, vean cumplidos sus sueños, por muy rotos que más tarde resulten.
El último párrafo de la carta del guardia civil, ya en su cama, en la que cuenta que tiene clavada la mirada del inmigrante que se le enfrentó y, llamándole "amigo", le pide perdón y le ruega que entienda su trabajo de intentar impedir -con poco éxito en este caso como en tantos otros, y no por culpa del guardia, por cierto- que entrara en España tal y como él, el guardia civil, "entiende su situación" (la del inmigrante) es un párrafo ciertamente brillante, no sólo en su exposición, sino, y sobre todo, en su contenido.
Hay otras muchas caras del problema, que no se arreglará mientras no cambiemos nuestra ley de extranjería y mientras no comprendamos, especialmente desde las altas esferas oficiales y políticas, que los problemas graves -y el de violabilidad de nuestras fronteras lo es- como ocurre con las enfermedades graves, no se arreglan con parches, con neglitocracias (burocracias negligentes) sino con cambios profundos, con actividad y asumiendo riesgos, pensando en los ciudadanos más que en la defensa de los privilegios propios, escuchando a los que están sobre el terreno más que a burócratas acomodados en mullidos sillones de Bruselas, por ejemplo. Pensando, por citar otro ejemplo, en los ciudadanos de Melilla, en primer lugar, y en el resto de los ciudadanos españoles y europeos que no pueden soportar una inmigración descontrolada del tamaño de la actual.
Posdata. La idea de que Melilla puede, y debe, ser industrializada va progresando, incluso más allá de lo que yo creía que podía prosperar. La ampliación del Puerto tendría, así, todo su sentido y al gravísimo problema del paro se le empezaría a ver una solución, como al futuro de nuestra ciudad.

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