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MUCHO MÁS QUE SOLO BICI

La tormenta perfecta. COVID-19 vs tráfico

Es fácil empatizar con parte de este titular, apenas salgamos de nuestras casas para recorrer las calles de nuestra ciudad, ya sea por compras, negocio o cualquier otro motivo.
Si, como dicen los más versados, todos somos peatones, la agresión constante hacia nuestros sentidos es fácilmente observable. Algo más comprensible aún si decidimos desplazarnos utilizando las dos ruedas (al compartir plenamente el espacio con el tráfico rodado), y más aún si nuestro pulso se acelera en esa utilización tan demandada en ciudades de referencia, donde la bicicleta, por su indiscutible valor como medio sostenible, debería desarrollarse.
Los motoristas no son ajenos a esta problemática, aunque los cascos integrales atenúan esta experiencia tan desagradable donde los gases de escape de todo tipo se respiran de manera persistente allá por donde circules, pues ningún barrio, zona de ocio, cultural o de negocios está exenta de esta realidad tan presente en nuestra ciudad, donde el humo lo inunda todo.
Aunque sería justo añadir por mí parte que muchos de ellos (ciclomotores principalmente) acrecientan esta problemática medioambiental que nos agrede sin tregua, donde los motores de 2 tiempos tal parecen que “queman más aceite que otra cosa”.
Factores como el número de vehículos cuya ITV caducó hace tiempo en nuestra ciudad, donde “apenas” unos miles (18.000 según datos de la DGT 2015) circulan por las calles, y la media de edad es superior a 12 años, sin contar los miles que hoy tienen más de 25 años (para presumiblemente no llegar a desvirtuar la media), creo que deberían sonrojarnos. Curioso recurso matemático ese que deja fuera de la estadística a los más viejos y contaminantes, cuando la normativa EURO apenas daba entonces sus primeros pasos. “La primera, la Euro 0, se estableció allá en 1988”.
El control realizado en nuestra ciudad (si nos movemos en las cifras publicadas) dan buena cuenta de que esta agresión medioambiental y de salud pública no forma parte de los responsables en esta materia, ya que modificaciones mecánicas de todo tipo son fácilmente observables si le damos alguna oportunidad a nuestros sufridos sentidos.

Sindemia
Hablar de forma reiterada de la protección y puesta en valor de salud pública en estos últimos meses, desde un punto de vista de la autoprotección personal, del cumplimiento de las normas, de la saturación y del gasto de los servicios médicos, raya, en mi modesta opinión, la obviedad.
Estas circunstancias en las que nos encontramos actualmente inmersos necesitan de una perspectiva más pragmática, donde la calidad del aire y el mundanal ruido que nos rodean, sin ninguna remisión aparente, debería ser objeto de estudio, en su relación directa con este término que apareció allá por los 90 y que cada vez tiene más peso en la actualidad, llamado “sindemia”.
“La sindemia se define como la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades concurrentes o secuenciales en una población con interacciones biológicas, que “exacerban” el pronóstico y carga de la enfermedad”.
Entre los posibles factores de riesgo cuya relación con la COVID-19 aún deben demostrarse y/o estudiarse más en profundidad se encuentran las enfermedades cardiovasculares (cardiopatías, hipertensión…), la diabetes, las enfermedades respiratorias crónicas (EPOC), las enfermedades renales, el cáncer, la inmunosupresión (pacientes oncológicos, trasplantados…), enfermedades neurológicas (Alzheimer), sobrepeso/obesidad, tabaquismo y muchas más. Esa “posible relación” merece, creo, nuestra más decidida atención.
“La Alianza Europea de Salud Pública (The European Public Health Alliance, EPHA) advirtió de que el aire sucio en las zonas urbanas, que causa hipertensión, diabetes y otras enfermedades respiratorias, podría conducir a un mayor número total de muertes por el virus que actualmente está barriendo el mundo”.

Combustible
Observen el incremento de los 9.000.000 litros de combustibles con un 66% de gasoil en el año 2005 a los actuales 34.000.000 millones de litros de hidrocarburos, con un 72% de consumo de gasoil. Es decir, “el consumo absoluto de multiplicó por 370% y el del gasoil en un 412%”, cifras que nos muestran a las claras que cualquier tipo de objetivo medioambiental propuesto lleva fracasando más de una década.
La COVID-19 se nutre, por así decirlo, tanto de las “patologías previas”, como de las “partículas contaminantes” de dos formas bien diferenciadas, pero con un nexo común. En primer caso atrapan el virus transportándolo con mucha más facilidad, volviéndose “más persistentes” en el aire, debido al efecto lancha que resuspensiona y desplaza dichas partículas a las zonas por donde transitan las personas (aceras), agravando este efecto por una conducción ineficiente (motores sobreacelerados), la gran cantidad de motores diésel 4×4 que hay en nuestra ciudad, la invasión de vehículos SUV, el mal mantenimiento de la mecánica (ITV), una velocidad inadecuada (Ciudad30/20/10). O bien por la accesibilidad total de este a toda la ciudad (zonas libres de humos), la denunciada sobredimensión del parque móvil en una superficie minúscula o su enorme abuso (63.500 vehículos y 275.000 desplazamientos diarios, el 10% para recorridos de 500 metros y el 40% para recorridos de 10 mint.) y donde la absoluta permisividad del estacionamiento acerca aún más ese “demonio sanitario” a nuestras vidas.
El otro factor sería la nula resiliencia biológica a esas partículas por parte de nuestro organismo, las cuales nos invaden sin que podamos hacer nada, ya que cuerpos en pleno crecimiento o en declive son agredidos aún más severamente (grupos vulnerables).
Cuando un peatón camina por las calles, su exposición a los más diversos contaminantes resulta “casi inevitable”. Como si de una red 5G se tratara, la cobertura será absoluta. Solo algunas prácticas de “apnea obligada” serán los medios de fortuna que utilizaras de manera recurrente, permitiéndote durante unos segundos o minutos tal sea tu capacidad pulmonar, nadar en este “aire de ciudad” que por acción u omisión nos acompañará siempre al no ser este motivo de preocupación por parte del “established-men político actual”.
Los gases de escape, esos “malos humos” que tanto dependen del carácter del conductor, de su forma de conducir, del mantenimiento y la antigüedad de su vehículo, lograrían ser mitigados con un solo gesto: no girando la llave de contacto. Pues no hay vehículo menos contaminante que “el que no se utiliza”, más aún “el que no se compra”.
Podemos afirmar que, a efectos prácticos, conducir a una velocidad reducida en marchas largas, “relajando” el régimen del motor a unas 1.000 r.p.m., respetando la velocidad máxima de la vía, sería la mejor manera de reducir las emisiones de los gases de escape de un vehículo en movimiento, donde las dañinas P.M.2.5, P.M.10, NOx, NO2 y otras igualmente perjudiciales descenderían en valores incluso de 60 a 1.

Estudios
Uno de los trabajos más robustos desde el punto de vista metodológico es el que han realizado investigadores de la Universidad de Harvard. Tras analizar los datos de 3.080 condados en EE. UU. (prácticamente todo el país), han encontrado una asociación entre mayor mortalidad por coronavirus y niveles más altos de las peligrosas partículas PM 2,5 (con diámetro inferior a 2,5 micras). El aumento de un solo microgramo por metro cúbico (ugr/m3) en la concentración de estas partículas hace subir un 15 % la tasa de mortalidad, partículas emitidas por toda clase de motores de combustión. La misma cifra se registra en el incremento a la exposición de los gases de combustión (15% más de contaminantes) cuando un peatón se sitúa al borde de la acera. Curiosa coincidencia.
Imaginen, por tanto, el bien que se lograría en la mejora de la calidad del aire si pusiéramos en práctica este simple “gesto” (#Ciudad30), decir que eliminaríamos además el “factor sorpresa” en esa alta siniestralidad vial que sufrimos resultaría demasiado obvio.
Amortiguar la antigüedad del parque móvil tal parece que solo se podría solucionar cambiando unas cifras por otras. Es decir, que uno a uno se tendrían que sustituir todos los vehículos con unas decenas de años de más. Sin embargo, si solo nos quedamos con la prosa y no somos más ambiciosos, fracasaremos irremediablemente. Esto, creo, es fácil de entender. La clave de la ecuación es emplear una simple “R”, la de reducir.
Los vehículos más móviles, esos que hacen centenares de kilómetros todos los días, me refiero en particular, a esos que circulan con unas pocas decenas de años, (la Normativa Euro era poco más que un paripé, a ojos de un contemporáneo), camiones de reparto de todos las formas y tamaños, de cualquier empresa o donde el mismo transporte público, con motores trabajados hasta la extenuación siguen rodando por nuestras calles, desalojando esos “malos humos” a través de sistemas de escape formados por tubos huecos, por donde, como diría Neymar, “Tutto Pasa”, dejando esa huella imborrable en nuestros sufridos cerebros, pulmones, sangre, (elijan ustedes), allí por donde tengan a bien circular.
Reducir el número de vehículos para mejorar las cifras de ocupación del espacio libre se presenta como otro objetivo del todo irrenunciable. Suprimir el abuso del vehículo privado, bien mediante un diseño viario comprometido, junto con planes de actuación donde tu salud y las de tus seres queridos fuera realmente una prioridad, es efectivamente “responsabilidad de todos”.
Nuestro día a día es inundado en ocasiones por malas decisiones de las que todos somos responsables, al ser muchas de ellas, tanto en su desarrollo como por su ejecución, un “error sistémico”. No obstante, los malos humos de nuestra ciudad, en lo referente a la forma de desplazarnos, son un efecto colateral indivisible en esa manera de entender la presente movilidad, la cual, siendo una decisión aparentemente anodina, plantea unas consecuencias terribles, perfectamente cuantificadas tanto por los organismos de salud pública de talla internacional, llámese OMS (organización mundial de la salud), AEMA (agencia europea del medio ambiente) u otros de menor nivel, como este humilde escritor. La COVID se nutre actualmente de todas esas carencias.
Sean ustedes peatones, ciclistas o conductores, tengan claro que todos debemos dejar de ser víctimas propicias. Aunemos esfuerzos, de nosotros depende. Somos parte del problema, pero también somos la única solución.

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