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El árbol de Navidad: símbolos e iconos

Árbol de navidad

Por Maribel Pintos Mota

El árbol de Navidad no recaló en España hasta bien entrado el siglo XIX. 

Los ritos que vinculan los árboles con expresiones religiosos tienen un origen pagano antiquísimo. El simbolismo del leño en los pueblos del norte de Europa, que usado en las chimeneas congrega a familiares y amigos para compartir las frías y largas noches de invierno y el de las guirnaldas para decorar las casas, algo verde y florecido como símbolo de la eterna esperanza se conjugan en el árbol de Navidad.

El árbol en si tiene varios significados religiosos, ya que ha sido utilizado por distintas culturas como símbolo del cielo y la tierra: ahonda sus raíces en la tierra y se levanta hasta el cielo.

Por eso en muchas religiones sobre todo en las orientales, el árbol es un signo de encuentro con lo sagrado, del encuentro del hombre con la divinidad y de la divinidad con el hombre.

En el Nuevo Testamento el árbol frondoso es la imagen del Reino de los Cielos (Mc 4-30-32). Y en el Antiguo Testamento el árbol tiene un significado especial: bajo los árboles sagrados se celebran reuniones, juicios y asambleas del pueblo (Jue 4,5; 1 Sam 14,2; 22,6)

Desde los tiempos proféticos, el árbol ocupa un lugar de privilegio.

El Belén tiene en San Francisco su promotor, el abeto de Navidad lo encuentra en San Bonifacio, llamado originalmente Winfrid (680-755), un misionero inglés del siglo VIII, conocido como el apóstol de Alemania.

 Al parecer, tuvo el tino de comprender que era imposible arrancar de raiz la tradición pagana de dar culto a los árboles, por lo que resolvió adoptarla y adaptarla, dándole un sentido cristiano y haciendo que el árbol adornado fuera también un símbolo del nacimiento de Cristo.

La historia empieza con el viaje de Bonifacio con un grupo de personas a la región de la Baja Sajonía. Se disponía a predicar el día de Navidad en Geismar, donde conocía a una comunidad de druidas. Sabía  que se disponían a realizar un sacrificio humano (habitualmente la víctima era un niño) junto a un roble.

El pequeño príncipe Arnulfo, sujeto al tronco del árbol, iba a ser sacrificado para aplacar la ira del Dios Thor (dios del trueno).

Predicaba el santo que el roble no era un árbol sagrado ni inviolable, y que no merecía sacrificios, pero sus palabras caían en el desierto.

Lleno ya de coraje ante el peligro inminente para una vida humana, tono un hacha y derribó el árbol.

Al caer, el roble destrozó toda la vegetación que quedó debajo, excepto un pequeño abeto que se encontraba en la línea de caída. San Bonifacio tomó este hecho como un milagro, así que terminó su sermón diciendo:

“Llamémosle el árbol del Niño Dios”

A partir de aquel momento, los normandos cristianizados comenzaron a plantar abetos y a decorarlos.

La tradición de la Iglesia vio en la forma del abeto un motivo más para cargar el árbol de simbolismo: por un lado, sus ramas se dirigen al cielo, mientras que por otro, su forma triangular resulta idónea para representar la Trinidad, con el Padre en el extremo superior y el Hijo y el Espíritu Santo en las dos inferiores.

¿Vale igual un pino? Este comparte con el abeto su condición de árbol de hoja perenne, que se mantiene verde todo el año, lo que simboliza la eternidad.

También la tradición construyó la historia de que un pino sagrado con sus ramas protegió a la Sagrada Familia cuando huía hacia Egipto, de forma que los soldados de Herodes pasaron de largo sin verles.

El Niño Jesús, en recompensa dejó la huella de su mano en el fruto de este árbol, la piña, que cortada de forma transversas muestra en su forma un recuerdo de la mano de Jesús.

Hay países en los que no se usan ni el pino ni el abeto como árbol de Navidad, sencillamente porque son especies difíciles de encontrar, como en la India, donde decoran árboles plataneros o de mango; en Nueva Zelanda es el árbol conocido como Pohutakawa, con flores rojas, el que preside la Navidad.

En lo que se refiere a nuestro país, todo apunta a que fue una princesa de origen ruso, Sofía Troubetzkoy, quien después de enviudar del duque de Morny, contrajo segundas nupcias con José Osorio y Silva, marqués de Alcañices. Tras su llegada a Madrid, durante las navidades de 1870 colocó un árbol de Navidad en el domicilio familiar, en el ya desaparecido palacio de Alcañices (Paseo del Prado esquina a calle Alcalá).

Tercer domingo de Adviento

En este domingo, tercero del tiempo de Adviento, encendemos la vela (rosa) y rezamos la siguiente oración:

“Te damos gracias Señor por dejarnos un camino a seguir con tus mandamientos, y te pedimos nos ayudes a cumplirlos para preparar nuestro corazón a tu venida. Amén”.

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Redacción

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