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Carta del Editor

Contra el inmovilismo

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“Un país que es incapaz de defender sus fronteras no es un país que cumple uno de sus principales deberes, no es un país serio, ni eficaz. A mí me parece muy bien que se apele a Europa para que contribuya a arreglar el problema, pero opino que, en primer lugar, el problema es nuestro y que somos nosotros los que debemos dar el primer y efectivo -no efectista- paso para evitar que nuestras fronteras sean un coladero, cambiando rápida y radicalmente nuestra propia ley de extranjería, por ejemplo” El economista inglés Edward Hugh, referente de la prensa anglosajona en el análisis de la economía española y afincado en nuestro país (Cataluña todavía lo es), acaba de publicar un magnífico libro de inteligente título: ¿Adiós a la crisis? Comentaré este libro en otra de mis Cartas, pero ahora quiero recoger uno de sus párrafos más significativos: "el dinero puede ser más o menos caro, pero el tiempo es precioso y el inmovilismo siempre termina siendo lo más caro de todo".
"Hacer cosas nuevas y diferentes, incluso asumiendo el riesgo de no acertar, es siempre una mejor noticia que el inmovilismo". Así terminaba el editorial de esta semana de nuestras Gacetas de Madrid. Y el comentario de quién lo escribió, la subdirectora del periódico, Paz Romanillos, fue que "el espíritu de Enrique Bohórquez me ha poseído", algo que lógicamente me alegra y agradezco, porque creo que explica muy bien el tipo de relación que, desde hace muchos años, mantengo con los periodistas de mis medios de comunicación, aunque pueda haber personas que, poco informadas, crean otra cosa, poco menos que soy yo el que escribe todos los periódicos todos los días.
El comentario editorial de Gacetas venía a cuento de una magnífica entrevista que en páginas interiores le hemos hecho a uno de los dos candidatos que aspira a presidir la Confederación Empresarial de Madrid, Hilario Alfaro. De la entrevista me llamó especialmente la atención cuando a la pregunta de si se pueden separar empresariado y política Hilario responde: "En los últimos diez años nosotros, los empresarios, hemos ido detrás de los políticos, pero el político que está hoy quizás no estará dentro de un año, y nosotros seguiremos siendo empresarios, sabiendo los problemas y las soluciones que tenemos. Ellos, los políticos, están a nuestro servicio como ciudadanos, no al revés, que nos hemos hecho un lío".
Hubiera estado totalmente de acuerdo con el ilusionado, e ilusionante, candidato a presidir la CEIM si hubiera dicho que los políticos "deberían" estar al servicio de los ciudadanos -una verdad que, por evidente, no se menciona lo suficiente y no se cumple casi nunca- con los empresarios especialmente incluidos, en vez de ocurrir, como ocurre, que en esta España nuestra es norma todo lo contrario. Por eso nos va tan mal y nos seguirá yendo mal mientras los aproximadamente tres millones y medio de funcionarios, colocados en la función pública, sindicalistas liberados de trabajar y políticos de las múltiples y solapadas administraciones públicas del lamentable sistema autonómico que padecemos en nuestro país -cifra, esa de los tres millones y medio, a todas luces monstruosamente alta, insoportable y progresivamente impagable por unos ciudadanos cosidos a impuestos- nos seguirá yendo mal mientras la mayoría de ese inmenso colectivo no aprehenda que a ellos les pagamos los ciudadanos – y muy especialmente los empresarios- y que ellos están a nuestro servicio, no para servirse de nosotros.
Por supuesto que Melilla no es una excepción en esa actitud de patente desprecio generalizado desde los administradores de lo público hacia los administrados. Y eso no es sólo, ni sobre todo, una actitud de los políticos, sino especialmente de toda la inmensa burocracia paralizante, omnipresente y generalmente oprobiosa que dificulta, cuando no impide, casi cualquier iniciativa que los ciudadanos melillenses puedan tratar de poner en práctica.
Lo que está ocurriendo con nuestras fronteras con Marruecos es una prueba, una más, de esa actitud de inoperancia, pasividad y negligencia a la hora de administrar lo público, de esa neglitocracia o burocracia negligente que nos oprime, sin que nuestros cortoplacistas políticos sean capaces de solucionar los problemas.
El martes pasado se pulverizaron todos los récords de inmigración ilegal en Melilla. Mil personas lo intentaron, más de la mitad -según datos oficiales, lo que hace suponer que fueron muchos más los que consiguieron su propósito de entrar en esa España a la que tanto jalean- lo festejaron. Su dinero – esos 5.000 euros que pagaron por cabeza a las mafias, según la mayoría de los informantes privados (los públicos, según es habitual, no dicen ni palabra, e incluso intentan evitar que alguien pronuncie alguna palabra sobre el tema)- resultó no un gasto, sino una buena inversión para los muchos que se introdujeron en España, violando nuestras fronteras, con los guardianes de tales fronteras observando en general, que no interviniendo en tan curioso fenómeno y dando la razón al presidente del gobierno de Melilla, Juan José Imbroda, cuando dijo ( y fue muy criticado) que, si no se permitía intervenir con garantías judiciales a guardias civiles y demás miembros de los cuerpos de seguridad del Estado, más práctico sería colocar en nuestras fronteras a azafatas, o azafatos, que tanto daba, para hacer más amable y menos llamativo el ahora tan famoso, y casi cotidiano, asalto fronterizo.
Es bien cierto que un país que es incapaz de defender sus fronteras no es un país que cumple uno de sus principales deberes, no es un país serio, ni eficaz. A mí me parece muy bien que se apele a Europa para que contribuya a arreglar el problema, pero opino que, en primer lugar, el problema es nuestro y que somos nosotros los que debemos dar el primer y efectivo – no efectista- paso para evitar que nuestras fronteras sean un coladero, cambiando rápida y radicalmente nuestra propia ley de extranjería, por ejemplo. Después, también estaría de acuerdo en que, tras ver parcialmente burlados nuestros verdaderos intentos -no los formales, sino los reales- de evitar la inmigración ilegal y masiva, manduviéramos, como piden los ciudadanos, vía avión, tren o autobús fletados por nuestro gobierno, a los miles de negros, subsaharianos o como se les quiera llamar que se han colado ilegalmente vía Melilla o Ceuta, que los mandáramos a Bruselas, lluviosa capital burocrática de la Comunidad Europea, para que alguna comisaria progre que tanto nos critica los acogiera en su despacho o en su domicilio, por ejemplo.
Y no es menos cierto, resumiendo, que el inmovilismo y la negligencia burocrática, que nos oprimen y asfixian, son daños propios, que debemos resolver nosotros, en vez de culpar, como los niños malcriados, a los políticos extranjeros o a los burócratas oficiales que viven del esfuerzo ajeno, a los demás, en suma.

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