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El rincón de Aranda

Carta Desde La Purísima LII

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La “Carta” de hoy, la escribe un soldado de la Vieja Castilla, y dice así:
“Queridos melillenses: me llamo Carlos Nieto García, y soy Soldado del Rgto. Infantería del Rey, nº 1. También soy labrador, y sé escribir, y leer, gracias al cura de mi pueblo.

Nací hace 21 años, en Riocabado, un pueblecito de la provincia de Ávila. El día 7.10.1909, unas fiebres tifoideas acabaron con mi vida; y fue debido a la herida en el pecho, que me hicieron los moros, cerca del Barranco del Lobo. Les estoy escribiendo esta carta, desde el Osario General, junto al Capitán D. Enrique Navarro Ramírez de Arellano, que siempre suele pasear por el Patio Alto, y bajar por las escaleras del Ángel. Aunque él no suele hablar mucho, debido a que la herida que le causó la muerte fue en la cara, escribe sus cosas en un papel, que siempre tiene preparado. Por ello sé que es Capitán de Infantería del Bon. de Cazadores Arapiles nº 9; y que nació en Madrid, hace 32 años. El 21.02.1896, salió de la Academia de Infantería, con el grado de Segundo Teniente. Aunque no le agrada lucir sus condecoraciones, yo sé que está en posesión de dos Cruces al Mérito Militar; la Medalla de Alfonso XII, y la más gloriosa de todas las distinciones: La Gran Cruz Laureada de San Fernando, obtenida por su heroísmo frente al enemigo el día 27.07.1909, en el Barranco del Lobo. Dice que su cuerpo fue recuperado el 28 de septiembre de ese año. Ahora se ha acercado a nosotros un hombre, de unos cuarenta años, vestido de civil, que dice ser José Valenzuela, perteneciente a la Compañía del Capitán Manso, muerto el 15.09.1774; y que está enterrado en la Bóveda de las Ánimas de la Santa Iglesia de la Concepción; pero que de vez en cuando se viene a dar un paseo para visitarnos a los que estamos aquí en la Purísima. El Capitán Navarro, me ha escrito en un papel, y me dice que es uno de los desterrados que cayeron en la Defensa del Sitio (1774-1775), que puso a Melilla el Rey de Marruecos; y que por tal motivo tanto éste hombre, que por su desgracia se encontraba cumpliendo condena en el Presidio, como todos los que murieron en el famoso Asedio, son merecidos de las máximas condecoraciones. Bueno, pues aquí estamos los tres, sentados en una tumba cercana, charlando de los momentos en que caímos por la Patria; y la verdad, es que yo estoy aprendiendo de estos dos Héroes. Valenzuela me ha hecho ruborizarme, porque me dice, que también yo soy un Héroe, como todos los que estamos en estos sagrados patios. Así que un poco avergonzado, les voy a dejar, no sin antes desearles lo mejor, y que cuando vengan a visitar a algunos de sus deudos, no se olviden, con una simple sonrisa, de rezarnos una pequeña oración. Con todo nuestro cariño, reciban un fuerte abrazo”.

La verdad, es que, aunque peque de vanidad, a veces me conmuevo, al oír el sonido de lo que escribo, sintiendo como el chorro de agua, derramada en cubo de madera, cayendo en lo más hondo de la oscuridad del pozo de la fragua de mi padre. Por eso he creído siempre, desde que era chico, y visitaba nuestro Cementerio, junto a mi madre, que nuestros Héroes dejaron una corona de fuego y laurel, en las rudas y gloriosas manos de la Historia de nuestra Patria.

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