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Al comandante Pepe Castaño

Acabas de emprender hace solo unos días tu último vuelo. Hay personas, como tú, que pasan por nuestra vida y nos dejan la huella imborrable de la sincera amistad, el entrañable paisanaje y la profesionalidad, no exenta de riesgo, para prestar un inestimable servicio a la sociedad melillense.

Así te recordaré siempre querido Pepe. Siempre feliz y sonriente a los mandos del Fokker 27, cuando me acogías en la cabina y en la cabecera de pista. Justo antes del despegue, me preguntabas ¿nos vamos…? Ya en vuelo, entre chistes y bromas, las andanzas de Duddú y las del buen amigo Manolo Céspedes (qepd), consumíamos los 40 o 50 minutos del trayecto. El silencio se hacía durante la aproximación  al aeropuerto de Melilla, cuando tocaba en no pocas ocasiones, un arriesgado aterrizaje en aquella pista de 730 metros, con viento racheado frente al Gurugú y una larga frenada a pedales: toda una apasionante aventura…

Recuerdo que en uno de esos vuelos tuve la osadía de animarte a que bajaras al ruedo de la política en el Ayuntamiento de Melilla y que afortunadamente, para tu paz interior, la de tu familia y la seguridad de los pasajeros, rechazaste. Luego, al paso de los años, afincados ya en Málaga, hemos vuelto a recordar en distintos encuentros muchas de las aventuras y anécdotas, vividas en aquellos inolvidables viajes.

Sé que en esta ocasión, la Virgen de Loreto, tu patrona y señora, te habrá recibido en el aeropuerto celestial más anhelado para los hombres de bien como tú. Que no habrás aterrizado con vientos cruzados ni con una frenada de aquellas para no comerte la pista. Lo habrás hecho suavemente y entre los aplausos de miles de melillenses que te estarían esperando para agradecerte tus desvelos y pericia por aterrizarlos sanos y salvos.

Descansa en Paz mi comandante…

¡Vámonos!

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Jorge Hernández Mollar

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