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Veinte años sin Antonio Molina Martín

El sábado se cumplieron 20 años del asesinato de Antonio Molina Martín, el joven guardia civil melillense que interceptó a dos miembros de la banda terrorista ETA cuando trasladaban entre 100 y 200 kilos de explosivos para sembrar el caos en Madrid en aquellas Navidades de 2002. Para conseguirlo, su plan era colocar bombas en diferentes centros comerciales de la capital en los días del año de mayor afluencia de personas, tanto aquellos que iban a comprar sus regalos como quienes elegían pasar un rato de ocio en un centro comercial. Dicho de otra manera: aquellos dos etarras querían que los días felices de Navidad se convirtieran en todo lo contrario: masacre, dolor, terror, muerte.
No pudieron cumplir sus planes porque un melillense, Antonio Molina, se interpuso en su camino cuando estaba de servicio y dio el alto al coche bomba en el que iban para identificarlos tras una maniobra extraña. Este guardia civil, que sólo tenía 27 años entonces, fue más allá del deber y dio su vida para salvar la de muchos otros. Por eso es considerado un héroe. Lo fue, sin lugar a dudas.
Melilla le rindió en aquellos primeros momentos merecidísimos honores por su gesta. Le concedió la Medalla de Oro, su más alta distinción. También lo nombró Hijo Predilecto y le dio nombre a una calle, el Paseo Antonio Molina, muy transitado por estar ubicado cerca del paseo marítimo y de la Plaza de San Lorenzo. La imagen del joven guardia civil melillense está allí, en una de sus paredes, pintada en un bonito azulejo, que nos recuerda cada día su heroicidad.
Lamentablemente, nuestras instituciones parecen no recordarlo. Sólo así se explica que el vigésimo aniversario de su asesinato no haya merecido un homenaje, aunque fuera breve y sencillo, de la Ciudad Autónoma ni de la Delegación del Gobierno. Ninguna de estas dos instituciones hizo, siquiera, mención a esa triste efemérides en sus redes sociales. Tampoco ninguno de sus miembros de manera particular. Sólo Juan José Imbroda, que era presidente de la Ciudad Autónoma cuando Antonio Molina sufrió el atentado que acabó con su vida, pareció acordarse el pasado sábado y su comentario de tributo y recuerdo se hizo viral.
Al contrario que en Melilla, en la península fueron muchas las menciones por este simbólico aniversario, sobre todo de asociaciones vinculadas a la Guardia Civil y a las víctimas del terrorismo. Y en Collado Villalba, como cada año por estas fechas, recordaron a Antonio Molina con un homenaje oficial en la glorieta que lleva su nombre frente a la Casa Cuartel de la Guardia Civil donde llevaba destinado cinco años cuando dos etarras acabaron con su vida. El sábado, en el municipio madrileño, cumplieron con lo que ya es una tradición, triste, pero necesaria, porque no podemos olvidar nuestra historia si no queremos condenarnos a que se repita.
No fue justo para Antonio Molina y su familia lo que sucedió el 17 de diciembre de 2002. Tampoco este vacío institucional que hay en torno a su memoria ahora, en su ciudad natal, 20 años después. Y mucho menos después de que hayamos conocido que uno de sus asesinos acaba de ser incluido por el Ministerio del Interior en su política de acercamiento de presos al País Vasco. Una agria coincidencia que añade más dolor a estas dos décadas sin Antonio Molina Martín.

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