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Un drama que no cesa

Melilla, en estos días que tanto se debate sobre las ciudades-refugio, lleva ya años haciendo un enorme esfuerzo de acogida y solidaridad a quienes llegan hasta la ciudad, de forma regular o clandestina. Poner en duda esto que podemos llevar a gala es tan injusto como falto de veracidad El drama de la inmigración no terminará nunca mientras sigan existiendo desigualdades tan grandes entre unos lugares y otros, y tragedias que no hacen más que sembrar el dolor y la sinrazón, como son las guerras y el terrorismo. En Melilla conocemos desde hace ya muchos años las consecuencias de esas dos vertientes que provocan la huida de quienes las padecen, porque entre los lugares que eligen como una salida desesperada de esa situación se encuentra, precisamente, esta ciudad.
En los últimos meses confluyen aquí quienes intentan emigrar por hambre y los que lo hacen huyendo de la barbarie, pero en estos días de una manera mucho más impactante al coincidir la Operación Feriante con las incidencias que vive nuestra frontera como consecuencia del éxodo sirio. Ayer, la presión terminó por afectar a la normalidad del paso de Beni Enzar, que tuvo que ser cerrado durante algo más de una hora por la protesta de un buen número de sirios que querían pasar a Melilla para pedir asilo y, según la versión de algunas ONG’s, no podían porque se les impedía por las autoridades del otro lado de la valla.
Aseguran estas entidades que a los inmigrantes sirios se les está exigiendo en Marruecos el pago de determinadas cantidades económicas para que puedan optar al derecho que como refugiados tienen, que es pedir protección internacional. Si eso es cierto, debería ser investigado por quien tenga competencias para ello con el fin de depurar responsabilidades, ya que el comportamiento reprochable de quienes supuestamente sacan tajada de los refugiados no es diferente al de aquellas mafias a las que tanto se condena por aprovecharse del drama humano de los subsaharianos. Las víctimas, al final, son los inmigrantes que buscan a la desesperada una salida a su difícil situación personal y familiar, independientemente de que unos intenten emigrar para huir de un conflicto bélico y otros lo hagan buscando un mundo mejor por el hambre o la falta de expectativas que sufrían en sus países.
Melilla, en estos días que tanto se debate sobre las ciudades-refugio, lleva ya años haciendo un enorme esfuerzo de acogida y solidaridad a quienes llegan hasta la ciudad, de forma regular o clandestina. Poner en duda esto que podemos llevar a gala es tan injusto como falto de veracidad.

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