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In Memoriam

Un año sin Fernando Belmonte

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Hoy, día 7 de diciembre, se cumple un año de la muerte de Fernando Belmonte. En numerosas ocasiones, a lo largo de estos meses, he querido escribir sobre él. Al final decidí dejarlo para hoy. Y desde esta especie de distancia temporal, quisiera rememorar algunos rasgos de su figura humana y social, junto con alguna de las andanzas que recorrimos juntos (algunas, bastante jugosas y jocosas), como la del “Camarada Arenas” hasta ahora desconocida para los lectores y que por vez primera se hace pública.

EVOCANDO A FERNANDO
Era único. Sé muy bien que esa frase, a fuer de aplicarla con exceso de generosidad, se nos presenta muy gastada. Pero no sería así en el caso de Fernando. Un servidor de ustedes (que, como dice ese molesto fraseologismo, ya va teniendo una edad) no ha conocido a nadie igual. Y siempre me enorgulleceré de haber sido su amigo.
Congeniamos enseguida. Yo llegué a Melilla como Delegado del Ministerio de Cultura en enero de 1984, y, en muy pocas semanas nuestra relación se hizo profunda, fértil y continua, hasta su inasumible final. Compartíamos unas ideas políticas afines, unas aficiones artísticas y librescas muy parecidas, nos gustaba la música comprometida (Paco Ibáñez, Inti Illimani, Quilapayun, Mercedes Sosa, Lluís Llac, Los Sabandeños…) y la de raigambre popular. Fernando tenía, además de muy buen gusto, una hermosa voz de barítono (yo me defiendo como tenor), y en ocasiones cantaba a dúo con Isabel Morán, una dulce mezzosoprano. A veces nos estremecían cantando En el barranco del Lobo, de tantas resonancias en nuestra memoria colectiva.
Fernando, por entonces, compartía con Avelino la corresponsalía del diario SUR de Málaga. Su página cotidiana era un modelo del buen hacer periodístico: primaba, ante todo, la información, y ésta era servida con una objetividad, claridad y concisión admirables. Por esos tiempos la situación de la prensa en Melilla era, en una sola palabra, delirante. Cada mañana nos llovía del cielo “El Telegrama de Melilla” (heredero de la prensa del Movimiento Nacional). Conviene recordar que, por razones que prefiero olvidar, sus históricos talleres de la calle Ejército Español estaban paralizados, y el periódico se imprimía cada día en Almería, se trasladaba por carretera hasta Málaga y desde allí un avión lo transportaba hasta nuestros lares: ¿imaginan ustedes a qué precio le salía cada ejemplar al modesto contribuyente? Pónganse en lo peor. Entre el SUR de Avelino y Fernando y aquel Telegrama peregrino y volante había grandes diferencias de calidad y de ejecución.
Y es que Fernando era de una pasta especial: cuando tomaba la pluma, estaba tocado por la gracia de los dioses. Escribía divinamente. Sus crónicas, sus artículos, sus incomparables pies de fotos, eran un reguero de gracia, de inteligencia y de oportunidad (aunque alguno de ellos le acarreara serias y costosas consecuencias). Sus trabajos en MELILLA HOY eran impecables. Y también, cuando quería, era capaz de transmitirnos su latente ternura: consiguió emocionarnos, por ejemplo, cuando escribió sobre la muerte de su perrita Livia. Tenía ese don.

UN HOMBRE COMPROMETIDO
Y poseía, además, otro don: el de la ubicuidad. Y en grado superlativo. Estaba en todos los focos de interés que imaginarse pueda. Cuantos le trataban lo catalogaban de inmediato como una persona de fiar, y, como tal, lo acogían sin reservas. Conocía como nadie a Melilla y a los melillenses; y sus opiniones sobre los personajes más destacados del panorama local eran tan divertidas como certeras, y más afiladas que las navajas de Albacete.
Fernando era una de las personas más progresistas que he conocido. Y no porque él lo dijera (que nunca lo hacía), sino porque su vida y su obra lo pregonaban a diario. Nunca fue dado a las convenciones sociales, nunca ocultó su laicismo, nunca cambió su independencia por un plato de lentejas o por treinta monedas de plata. En los momentos de graves conflictos sociales siempre estuvo en el lado de los débiles, de los desfavorecidos. En el lado de la verdad. Cuando se intentó implantar en Melilla la malhadada “Ley de Extranjería”, y se agudizaron las justas demandas del entonces llamado “colectivo musulmán”, supo mantener su posición independiente y solidaria. Así lo prueban sus crónicas para Radio Nacional y sus escritos para numerosos medios informativos. Siempre fueron objetivos, contrastados, alejados del patrioterismo cateto que tanto se estilaba por aquellos días. Fernando colaboró, y no poco, en el reconocimiento de los derechos de nuestros conciudadanos hispano-bereberes. Y sin alardear nunca de ello.

EL HUMOR DE FERNANDO. EL “CAMARADA ARENAS”
Aquí, un paréntesis. Quiero resaltar una de las facetas más gratificantes de mi amigo: su sentido del humor. Era inmenso y permanente. A partir del 85, nuestras relaciones (las de Fernando y las mías) con el colectivo musulmán implicaron la intervención policial de nuestros teléfonos particulares (aun no existían los móviles). Fernando ideó un ramillete de contraseñas y claves secretas, absolutamente disparatadas, de las que sólo recuerdo esta: “Aquí Comando Mariguari”. No sé qué entenderían nuestros escuchas. Supongo que nos dejarían por imposibles. Pero la cumbre del humor de Fernando, la mayor prueba de su ingenio y de su falta de respeto a las personas e instituciones que no lo merecían, fue el episodio del Camarada Arenas.
Era el otoño del 85. Había en Melilla un Delegado de Gobierno de escasa talla (stricto et lato sensu), inversamente proporcional a sus aspiraciones políticas. Este caballero había acogido como jefe de su Gabinete de Prensa al último director del Telegrama de Melilla, hombre, en aquellos momentos, jovial y desocupado. Un día Fernando le propuso gastar a los poderes fácticosuna broma de calado: comunicar en secreto a la Dirección del PSOE local una información tan importante como falsa: que se encontraba escondido en Melilla “El Camarada Arenas”. Nada menos. Es imprescindible recordar que, tras el alias de “Camarada Arenas”, se escondía el jefe supremo de los GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre), organización terrorista, perseguidísima por las fuerzas del orden, casi tanto como la propia ETA. Se da la circunstancia de que el tal camarada, que se llama Manuel Pérez Martínez, había nacido en Melilla, en 1944. Desde luego, localizar y detener a este personaje sería un acontecimiento de resonancia más que nacional y un mérito extraordinario para el Señor Delegado.
Naturalmente, como antes dije, todo era falso; el Camarada Arenas no se encontraba aquí, ni por asomo. Pero la dirección del PSM dio por bueno el soplo de Fernando y, a toda máquina, informó al Delegado del Gobierno. Este convocó a los tres Servicios de Información asentados en la ciudad: la Policía, la Guardia Civil y el CESID. Y, oh milagro sublime, los tres servicios, a las pocas horas, y por separado, CONFIRMARON (!!!) la presencia en Melilla del temible terrorista. Es más, llegaron a situar su alojamiento en una casa de la Acera Negrete. Se estableció un operativo de vigilancia diurno y nocturno en la mencionada calle y, ¡hala! a esperar el momento oportuno para su captura. Así pasaron algunos días de tensa y estéril espera.
La farsa duraba demasiado, y yo, que entonces era Delegado del MOPU y estaba al tanto de aquella broma colosal, le pedí consejo sobre el asunto a mi inolvidable y magnífico amigo Justo Sancho Miñano. Y es que mi preocupación aumentó cuando esa misma mañana llegó un avión con un nutrido grupo de GEOS de elite, dada la peligrosidad de la misión. Justo me escuchó tan atento como incrédulo, le sobrevino un severo ataque de risa a carcajada limpia del que tardó en reponerse, y me aconsejó que informara a la Delegación. Así lo hice, y el operativo se desinfló como un soufflé. El ciudadano de la Acera Negrete resultó ser un modesto representante de tejidos. El Delegado cesó a su Jefe de Prensa. Fernando seguirá riéndose allá donde esté. Y aquí paz y después gloria. Las cosas de Fernando.

SU LEGADO
Pero Fernando era mucho más. Nunca dejó de acrecentar sus conocimientos y de perfeccionarse académicamente. Obtuvo diversos y valiosos títulos con calificaciones que siempre reconocieron su excelencia.

Y todo ese acervo de experiencias y conocimientos no se lo guardó para sí. Lo volcó a fondo en su entorno social. Toda su labor profesional estuvo orientada a hacer de Melilla una ciudad mejor, más justa y más tolerante. Abordó como nadie el tema de la multiculturalidad. Su labor de recuperación de la historia de la ciudad, de sus documentos de toda clase, no ha tenido parangón. Supo reunir, filtrar y organizar un cúmulo de información ingente e imprescindible para esta generación y para las venideras. Llegó incluso a interesarse por la memoria histórica propiamente dicha (¡aquella terrible posguerra melillense!) en el emocionante librito que escribió al alimón con Lorenzo Lechuga. Y siempre sin un asomo de acritud, enfrentándonos a nuestra historia con absoluta limpieza. Utilizando su prosa incomparable para hacer sociedad, para hacer ciudad, para hacer una Melilla mejor. Y así, hasta el final.

Melilla lleva un año sin Fernando. Aparentemente todo sigue igual. Pero no es así. No es posible. Ninguna sociedad puede sufrir sin daño una mutilación como esa. Con la marcha de Fernando se ha cegado para siempre una fuente sin par de la que manaban a raudales el rigor, la gracia, la lealtad, la socarronería, la coherencia, el compromiso, la solidaridad y la inteligencia. Sobre todo, la inteligencia.
La deuda de Melilla con Fernando es inmensa. También la mía.

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