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Carta del Editor

Toda persona tiene derecho a perseguir sus propios intereses (Declaración de Independencia de EEUU)

Sigo pensando que en la cúpula política de Melilla hay algunas personas que son conscientes de que el cambio es imprescindible y quieren ayudar para que se produzca, pero es cierto que el tiempo se está acabando, que ya no hay tiempo que perder y que intentar matar al mensajero (pongamos que a nosotros) no es ni fácil, ni justo, ni rentable.

Los Estados Unidos, con la controvertida elección de Trump como presidente, han vuelto a estar de permanente actualidad. ¿Juntan los EEUU, como decía Rubén Darío, al culto de Hércules el culto a Mammón? Hércules (o Heracles, en griego) es el dios de la fuerza y de los famosos doce trabajos. Mammón es un término utilizado en el Nuevo Testamento para designar al demonio de la avaricia. Los progres se inclinan por la versión Mammón para describir a los norteamericanos y satanizan a Trump. Los liberales, y la Bolsa USA -que se ha colocado en máximos históricos- priorizan la versión de Hércules, y piden tiempo para ver lo que hace el nuevo presidente.

En cualquier caso, «la historia de los Estados Unidos -como escribe el premio Nobel de Economía Milton Friedman en su libro Libertad de elegir- es la de un milagro económico y político hecho posible al ser llevados a la práctica dos grupos de ideas, formuladas en documentos que se publicaron en 1776″. El primer conjunto de ideas apareció en La riqueza de las naciones, la obra maestra de Adam Smith, el padre de la economía moderna, quien afirmó que «todo intercambio voluntario genera beneficios para las dos partes, siempre que la cooperación sea estrictamente voluntaria». El segundo grupo de ideas apareció en la Declaración de Independencia, escrita por Thomas Jefferson, que proclamó una nueva nación, la primera en la historia regida por el principio de que cada persona tenía derecho a perseguir sus propios intereses, que todos los hombres han sido creados iguales y dotados de derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Gran parte de la historia de los Estados Unidos gira en torno del intento de poner en práctica los principios de la Declaración de Independencia y su ineludible consecuencia: que la libertad económica es un requisito esencial de la libertad política, porque «al permitir que las personas cooperen entre sí sin la coacción de un centro decisorio, la libertad económica reduce el área sobre la que se ejerce el poder político» (Friedman). Fue esa combinación de libertad política y económica la que dio lugar a una edad de oro en Gran Bretaña y Estados Unidos durante el siglo XIX, un poderío que en EEUU se incrementó y mantuvo más que en Gran Bretaña porque se mantuvo más tiempo y más cerca de las ideas de Smith y Jefferson, quienes «habían entendido el poder concentrado en el gobierno como un gran peligro para el hombre de la calle» y consideraron que el papel del gobierno era el de árbitro, no el de un jugador prepotente.

Las cosas empezaron a ir peor a medida que el punto de vista de que el papel del Estado consiste en servir de árbitro para impedir que los individuos luchen entre sí, fue reemplazado por la concepción del Estado como padre que tiene el deber de obligar a algunos a ayudar a otros, un camino que, como decía Hayek, «conduce a la esclavitud». Y la gran pregunta es la que se hace Friedman en su libro: ¿Tendremos la madurez, la visión y el coraje para cambiar el rumbo, aprovechar la experiencia y beneficiarnos de un renacimiento de la libertad?

Esa es la pregunta que, con tristeza y angustia, me hago yo hoy, al contemplar la insostenible situación en la que se encuentra Melilla. Esa es la pregunta que, me parece, se deben de hacer la mayoría de los melillenses. Y es innecesario decir -aunque ahora lo haga- que sí espero, deseo y pido que tengamos la madurez, la visión y el coraje para que la libertad, especialmente la económica -que es un requisito esencial de la libertad política- se instaure y para que nuestra ciudad se salve de la triste situación en la que se encuentra y de la catástrofe que, si no cambiamos profunda y rápidamente, inevitablemente se producirá.

Con el peso, los modos y la composición que la administración pública tiene en Melilla es imposible, absolutamente imposible, que nuestra ciudad se salve. De manera que o damos paso a la libertad económica, o reducimos el peso angustioso de los público y del poder político, o nos acercaremos cada vez más a una especie de tiranía (más o menos amable) esterilizante, con «todos» enchufados, todos mirando al poder político, todos esperando que -cuando quieran y les parezca bien- nos paguen lo que nos deben, todos subvencionados, todos enganchados a los absurdos planes de empleo (que lo son de desempleo), todos intentando ser (a veces en base a inconcebibles y más que sospechosas sentencias judiciales) empleados públicos, todos siervos, en vez de ciudadanos libres, con derecho a la vida -y a que no nos quemen el coche para intentar asustarnos y nos ametrallen con querellas para callarnos-, libres para poder desarrollar nuestras capacidades y felices, como consecuencia de seguir vivos, sin miedo y disfrutando de la libertad y de nuestro trabajo.

Corolario. Se equivocan los que nos/me critican por lo que publicó este periódico el pasado viernes denunciando la gravísima situación de impago y de obstrucción burocrática a la que la CAM somete a los que, cada vez menos, pretenden/pretendemos seguir desarrollando alguna actividad privada en Melilla. «Habla por ti, no por todos los empresarios» me espetaba alguien indirectamente. Hablo por lo que considero oportuno, le contesté directamente, por lo que considero justo, por intentar ayudar a los que no tienen voz o simplemente no se atreven a hablar, por todos esos empresarios, grandes, medianos y pequeños que, sin excepción alguna, me piden que les defienda y -repito, sin excepción alguna- se encuentran en una situación desesperada e intolerable de impagos, de pérdida de tiempo y de sumisión forzada. Ninguno de los muchos empresarios -los únicos que pueden crear empleo y riqueza- que conozco quieren/queremos vivir «subvencionados». Queremos vivir con libertad, queremos, como la inmensa mayoría de los melillenses, que nuestra ciudad se desarrolle, crezca y se convierta en un lugar donde podamos vivir felices, en vez de ser una ciudad de la que mucha gente sólo piensa en marcharse o, como les pasa a los potenciales -y tan necesarios- inversores, en no venir. Sigo pensando que en la cúpula política de Melilla hay algunas personas que son conscientes de que el cambio es imprescindible y quieren ayudar para que se produzca, pero es cierto que el tiempo se está acabando, que ya no hay tiempo que perder y que intentar matar al mensajero (pongamos que a nosotros) no es ni fácil, ni justo, ni rentable.

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