Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Moll de Alba: La muerte en un abrazo (III)

… Después de haber recorrido unos cinco kilómetros, rebasado el poblado de Buhalfa, el teniente coronel Moll de Alba inquiere noticias sobre el jefe de la harca amiga y pregunta a unos moros que le dan paso libre: ¿Dónde está el caid Ben Ali? Decidle que venga deseo hablar con él. Del grupo de musulmanes se destacó uno que respondió a la pregunta: -Yo soy su tío. Ben Ali me manda para decirte que la columna no debe pasar de aquí, pues hay lo menos 650 moros rebeldes apostados en aquellas rocas. Otro de los musulmanes quiso puntualizar más:

-Y allá- y señala en otra dirección- hay muchos más; dicen que pasan de mil.

El teniente coronel escucha al tío de Ben Ali y a su compañero, pero finge no dar demasiada importancia a sus afirmaciones. Se limita a decir:
-Bueno, está bien. A pesar de todo, continuaremos el reconocimiento ofensivo. El teniente coronel no está muy convencido de que sea verdad lo que acaba de oír, pero le preocupa la ausencia de Ben Ali, de cuya lealtad no hay por qué dudar…

José García Marcos, nace el 9 de enero de 1899 en Archena, provincia de Murcia, hijo de don Pedro García y doña Javiera Marco. Se incorpora como recluta el 20 de abril de 1921 a1 4º regimiento de Zapadores-Minadores.

Con la 2 ª compañía sale de Barcelona y se incorpora en Melilla a la columna del general Berenguer. Toma parte como soldado en la toma de Monte Arruit y en todas los operaciones en que interviene lo columna. Asciende a cabo en 1922 y después de tomar parte en las operaciones de guerra de aquél, se le cita como distinguido por su actuación en la construcción de la pista de Tuguntz. Superó los exámenes de mecánico automovilista y pasa destinado a la compañia de automóviles de Melilla. Conduce un camión blindado en Tizi Asa, Tafersit y en numerosos servicios de convoye y descubiertas. Asciende a sargento el 1 de diciembre de 1923; sigue prestando servicio e n camiones blindados. Interviene en la protección de la retirada de la columna del general Serrano en Zoco Arbaa el 19 de noviembre de 1924. Actúa con lo columna del teniente coronel Franco conduciendo siempre su blindado. Allí asciende o suboficial. En la retirado de Zoco Arba a Taranes, y al averiarse su camión blindado es hecho prisionero. Fue liberado el 26 de mayo de 1926. Durante el tiempo de cautiverio observa uno conducta ejemplar, orientada en todo momento a sus compañeros de oriri6n y haciendo potente su acendrado patriotismo ante las constantes amenazas de sus guardianes.

Concesión de la Laureada
El 10 de diciembre de 1924, el sargento de Ingenieros don José García Marcos, en la retirada de la posición del Zoco el Arba a la de Taranes, en el repliegue general de la columna de Xauen, tenía el cometido de conductor y jefe del blindado nº 6; su misión era la de proteger dicha retirada, cuyo servicio desempeñó con brillantez, abnegado valor y heroísmo. Averiado el camión su espíritu no decayó un momento, defendiéndose con gran tesón durante cuarenta y ocho horas, hasta que, agotadas por completo las municiones, herido y fuera de combate casi toda la guarnici6n, con los cinco hambres que le quedaban de los nueve que componían la misma, (cuatro de éstos heridos de gravedad), procedió a la evacuación, no sin antes haber inutilizado las dos ametralladoras y haber escondido los percutores de los fusiles. Fue sorprendido durante la marcha nocturna por las guardias enemigas, hecho prisionero y conducido a la zona del Rif. De acuerdo con lo informado por el Consejo Director de las Ordenes Militares, Ministerio ha resuelto conceder al sargento de Ingenieros don José García Marcos la Cruz Laureada de San Fernando.
Madrid 8 de noviembre de 1932. Diario Oficial nº 264. AZAÑA

Hombre sereno, de gran aplomo en todas sus medidas, jamás exterioriza su preocupación interna. A pesar de todo, el teniente coronel toma su decisión, que comunica al alférez ayudante, su hijo, para que se cumpla. Uno de los soldados de la plana mayar sale a toda prisa con un parte para el capitán Holguín, en el que le ordena aumentar los intervalos entre hombre y hombre, extremar la vigilancia y proseguir la marcha con el mayor cuidado, dándole cuenta del menor incidente que observe.
Ordena al soldado de ingenieros que enlace con Ain Yir para advertirles la posibilidad de una agresión, de acuerdo con las confidencias que acaba de recibir. Pero el portátil no funciona. El soldado lo intenta una y otra vez y no logra establecer comunicación. El teniente coronel lo ve azorado, nervioso, casi llorando de rabioso por este inoportuno inconveniente. Y trata de calmarle: -No te preocupes, muchacho: tú no tienes la culpa.
Unos metros más adelante, fuera de la pista, casi tapados por una mata de adelfas, se acurrucaban tres musulmanes.
-¿Sois de la harca de Ben Hali?
-le preguntó el alférez ayudante, Si. Nosotros cubrimos el último puesto. Más adelante ya no hay nadie de la harca.
El teniente coronel decidió en alta voz:
-¡Vámonos! He recibido una arden que hay que cumplir por encima de todo.
La compañía de vanguardia rebasa ya el aduar de Buhalfa. De frente, siguiendo la pista, bastante elevados, están los picos de Guita, que forman, un poco caprichosamente, como un anfiteatro con sus enormes peñas, entre las que en días de calma gaznan cuervos y grajos. Esta tarde del 13 de diciembre de 1924 el anfiteatro de los picos de Guita está silencioso, y si algún pájaro vuela, lo hace velozmente, como asustado.
A la altura de estos árboles sin nombre suena una gran descarga. Más de 600 fusiles disparan a la vez sobre la compañía de vanguardia y sobre el grupo que acompaña al teniente coronel. Dos kilómetros más delante de Buhalfa crecen sobre la pista tres árboles de gran corpulencia. Sus ramas dan mucha sombra en el verano y hacen del paraje un sitio obligado de repuso, donde los montañeses caminantes descansan un rato. Son árboles que, sin nombre exacto que las defina, sirven de referencia para medir distancias, para calcular tiempo, para testimoniar el paso en una dirección o en otra. Y también para hacer puntería desde cualquier ángulo del caprichoso anfiteatro formado por las rocas del Guita. Treinta soldados de la compañía del capitán Alvarez Holguín caen muertos en esta primera descarga, y entre el pequeño, grupo que acompaña al teniente coronel Moll de Alba también hay bajas. Al capitán médico Arteaga Pastor lo reclaman desde mil sitios a la vez, con voces de dolor:
-¡Doctor, que venga el doctor! El médico corre, se multiplica, reclama camillas. La columna sólo lleva diez, insuficientes para el repentino número de bajas. El capitán médico organiza la evacuación de heridos en capotes-mantas, pero el sistema distrae muchos hombres útiles para disparar. De una forma u otra, ningún herido queda sin curar ni evacuar. El teniente coronel se mueve apoyado sobre el hombro de su ayudante, que es su hijo. Grita y da órdenes, enérgico, sereno y con una dignidad que obliga a la inmediata obediencia. -¡Al cortado de la carretera, todos al cortado de la carretera!
Cuando ve que se cumple su orden y que todos están ya parapetadas, grita de nuevo:
-¡Fuego sobre la harca!
El médico sigue curando sin hacer caso a las balas que se incrustan en el suelo a pocos centímetros de él. Mira al teniente coronel. Cuando oye dar órdenes y le ve apoyado en el hombro de su hijo, corre hacia él.
-Mi teniente coronel, ¿es que le han herido? -Esto no es nada.
Pero el médico observa cómo se desangra. Trata de curarlo a la fuerza.
-Atienda primero a los soldados, doctor, que lo mío no es nada. -Es un instante.
El médico se asusta al verle una herida en el vientre. Es grave. No comprende cómo el dolor le deja seguir en pie.
-No se mueva si quiere conservar la vida He de hacerle una cura despacio.
-Doctor, cúreme como pueda –le dice el teniente coronel enfadado, pero no se entretenga mucho conmigo que lo importante ahora es salvar la situación.
Sin dar tiempo al médico a que terminara de vendarlo, apoyado ahora en su hijo y en un soldado, continúa dando órdenes para que la compañia de vanguardia se retire. Las bajas en aquel momento pasan ya de 50. Pero el capitán Holguín inicia la retirada ordenadamente, por escalones, combinando el fuego con el movimiento de una manera precisa y eficaz. La serenidad del capitán convierte en un éxito lo que pudo ser un desastre.
El teniente coronel no manifiesta su gravedad y ni aún los que están más cerca de él se dan cuenta de su herida. No se le escapa detalle, y apenas se ha retirado el médico después de curarle, envía un enlace al capitán Anglada ordenándole que despliegue su compañia y que atienda sobre todo la parte derecha de la pista, a donde ahora tiende a correrse el enemigo. Las bajas siguen aumentando. En el anfiteatro de Guita hay ahora como unos 1500 moros y todos disparan a la vez contra los soldados. Estos les hacen frente y los detienen desde la trinchera improvisada del corte de la carretera.
El médico se multiplica. No hay ni un solo herido sin que le cure, ni un solo muerto abandonado. ¿De dónde saca fuerzas y tiempo el capitán médico? Su abnegación, sus palabras de consuelo y la seguridad de que junto al dolor de cada uno está él, suavizan aquellos momentos de casi desesperación.
Hace la evacuación sobre el poblado de Buhalfa. Allí envía a los soldados sanitarios para organizar un puesto de recuperación. Pero él se queda atrás, donde los heridos lo necesitan. Como el teniente coronel, permanece en el sitio de más peligro, en vanguardia cuando avanzan, y ahora, que hay que retirarse, en retaguardia, cerciorándose de que no queda nadie por atender o por recoger.
El enemigo arrecia el fuego. A los harqueños se suman ahora los habitantes de los poblados inmediatos de Anyera y entre todos convienen un verdadero infierno el terreno donde despliega el batallón de Ceuta. Están ya heridos cerca de 60 soldados y seis de los 11 oficiales. Uno de los últimos disparos acaba de matar al cocinero de la plana mayor, al lado mismo del teniente coronel. El médico corre a curarlo, pero nada puede hacer por que la bala le ha atravesado el corazón.
Casi a la vez que cae el cocinero, los capitanes comunican al teniente coronel que la munición se agotará antes de una hora. El teniente coronel comprende que una resistencia prolongada llevaría al sacrificio a todos sus hombres y su mayor empeño es tratar de salvarlos. Para evitar un desastre permanece allí dando órdenes, comprobando el repliegue, olvidándose de la herida grave que sufre. A su lado, e1 alférez ayudante sigue atento los movimientos de los harqueños y señala a los soldados de la plana mayor el sitio más eficaz para hacer fuego:
-¡Sobre la roca! la roca que está junto al ár…bol!
No había terminado la palabra y cae rodando por el talud del borde de la pista. No pronuncia ni una palabra. La herida es mortal de necesidad. El teniente coronel -el padre- se olvida una vez más de su herida y corre a cogerlo para que no ruede por el suelo y evitar que se haga daño, pues ignora aún que está herido. Cuando logra levantarlo del suelo, cuando lo tiene cogido entre sus brazos, otra bala hiere por segunda vez a este hombre de acero. Los dos se derrumban abrazados. Los tres fusileros que aún quedan ilesos arman la bayoneta, pero les arrolla un pelotón de harqueños que llega en tumulto, y los tres mueren como valientes. Veinte metros más allá cura el médico a dos soldados y al sargento Bernabé Rodríguez, sin pensar en su vida, corre atraído por aquel abrazo de padre e hijo, del jefe y de su ayudante; pero antes de llegar ve horrorizado cómo rematan al heroico teniente coronel a gumiazos. Intenta arrebatar por la fuerza los dos cuerpos, pero es bruscamente detenido y conducido como prisionero a un campamento de harqueños. EL sacrificio del teniente coronel Moll de Alba y su hijo Luis y el servicio sin límites del capitán médico Arteaga Pastor, hacen posible que la retirada de la columna no sea desastrosa. Ellos, desde la cabeza, dan un tono que imitan todos los que aquella tarde del 13 de diciembre de 1924 salieron de Ain Yir para socorrer a los compañeros de Zoco Telata y Tuila…
El silencio del capitán médico
Camino del cautiverio, el médico aún piensa en sus heridos. Entre amenazas y empujones suplica a sus guardianes que les dejen terminar su humanitaria misión. No le hacen caso. De pronto, le sale al encuentro el que se hace pasar pur el jefe de la harca enemiga: dice algo en árabe que el capitán Arteaga no entiende. Desde aquel momento, los hombres que le amenazan suavizan el trato. Poco después de anochecer han cambiado la dirección de la marcha. El capitán, muy fatigado, no sabe hacia dónde se dirigen. Trata de recordar el terreno, pero no consigue identificarlo. Cuando llevan más de dos horas de interminable marcha, un harqueño que habla español le dice: Si haces lo que te mandamos, quedas libre. El capitán Arteaga Pastor no acepta ni niega. Calla. Se da cuenta entonces de que están al pie de la posición de Tuila y tan cerca de sus alambradas que la distancia le permite percibir alguna palabra de los defensores. El harqueño que habla español se acerca de nuevo a él le dice: -Tienes que llamar desde aquí al jefe de Tuila y después de decirle quién eres, le transmites de parte del general la orden de que se rindan y entreguen el armamento, asegurándole que nada les pasará. Debes hacerle creer que estás tú solo… ¡Venga, habla ya! El médico no habla. Le insisten con amenazas, pero sigue callado. -Podéis matarme cuando queráis, porque eso jamás lo diré.
Lo maniatan, lo golpean, pero todo es inútil. El capitán médico se niega en absoluto a la traición. Temen ser descubiertos por los de Tuila y se retiran, quizá para intentar lo mismo otro día en otra posición. Lo llevan preso al poblado de Ansot y durante el camino recibe amenazas de muerte. En el poblado le hacen nuevas proposiciones, cada vez más suaves. Pero el capitán no se inmuta y mantiene en todo momento idéntica actitud: Ni las penalidades ni las coacciones pudieron con él durante los 46 días que permaneció preso. Su temple de acero hizo que le admirase el enemigo.
Sin Novedad en Tikún
La cabila de Beni Gorfet limita al norte con la belicosa Sumata y el feudo del Raisuni en Beni Arós. Allí el repliegue se hace muy difícil porque la mayoría de las posiciones de Beni Gorfet están sitiadas desde agosto y para liberarlas habría que montar una operación con grandes medios.
-¡Ma quein baas!- dicen cuadrándose ante los oficiales o el teniente coronel…
Y ese no hay novedad les pone un brillo de disciplina y de subordinación que al harqueño irregular le hace sentirse extremadamente valiente, sobre todo si tiene un arma en la mano. Nueve bajas tuvieron los 11 oficiales de la columna. Todos cumplieron como valientes. Su jefe, el teniente coronel don Sebastián Moll de Alba, les precedió aquella tarde de invierno, que abrazado a su hijo y ayudante murió entre las ásperas rocas de Anyera. -¡Prefiero morir mil veces antes que traicionar a España y a los míos! Para ello, en octubre sale de Telata de Reisana la columna de Sáez de Retana, que tres días después, el 25, consigue levantar el cerco de Rapta y el de Sidi Otzmán. Más al sur opera la columna de García Boloix, que logra evacuar los blocaos de Tesar, Tax, Eama y Tabaganda. Pero quedan aún algunos sin liberar, entre ellos los de Harcha, Aulef y Tikún. La guarnición del blocao de Tikún, compuesta por 18 hombres, al mando del sargento Sánchez Vivancos, resiste heroicamente un asedio de cuatro meses…
(Continuará)

Loading

José Antonio Cano

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€