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En el centenario del asedio a “Tifaruín, El Annual… que se evitó” Capítulo IV (2ª parte)

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Al recibir la orden, el capitán Joaquín Boy se ofreció voluntario para realizar el servicio, ya que correspondía a su escuadrilla. Salió a las siete y media de la mañana a bordo del avión D.H.9, número 86, llevando como observador al capitán Jaime Baeza

La misión era difícil; la posición se encontraba rodeada de miles de fusiles; el enemigo estaba a pocos metros de las alambradas y oculto en terreno cortado y cuevas que construía durante la noche; cientos de fusiles le harían fuego a menos de cincuenta metros de distancia.

Joaquín Boy  persona consciente de su deber y sabedor que, de no llegar los estopines a la posición, el silencio de las baterías sería precursor del asalto enemigo. Con la disciplina consciente del guerrero, rápido y seguro de la gravedad del servicio encomendado, salió en vuelo. Le acompañaba su escuadrilla, con los pilotos tenientes Salgado, Munaiz, Mauriño y Ruano y observadores tenientes Rodríguez Arango, Clar, Pérez Marín y Vila, con misión de batir las trincheras próximas a la posición mientras el avión de Joaquín Boy pasaría sobre la misma para abastecerla.

Llegó el avión de Joaquín Boy a Tifaruín; los aviadores estudiaron el terreno para decidir la más fácil maniobra de entrada y salida; cortaron el motor, descendieron, y, pasando hasta casi tocar con las ruedas el centro de la posición, consiguieron meter en su interior una caja de estopines. En Tifaruín se encontraba el teniente de Ingenieros Topete, gran amigo de los aviadores, quien demostraba su simpático optimismo redactando alegres partes que dirigía a sus amigos del aeródromo. Cuando el capitán  Boy pasó nuevamente sobre la posición a tres o cuatro metros sobre las tiendas de campaña en dirección este-oeste, para arrojar los estopines que restaban, lanzó un parte que decía: «Topete, eres un flamenco. Ten un poco de paciencia que vamos por vosotros. Señálanos con lienzos blancos de donde os tiran más para echarles todo lo que se pueda. Ya ha llegado Franco de Tetuán. Que tengáis mucha suerte. Boy». En aquel instante, el avión fue gravemente alcanzado por multitud de balas enemigas, cayendo violentamente derribado a pocos metros de distancia de la posición.

A las quince horas de ese día, 20 de agosto, el Comandante General de Melilla recibía el telegrama siguiente: «Jefe Fuerzas Aéreas al Comandante General. En cumplimiento a su orden de hoy, salió inmediatamente un aeroplano con cien estopines, cuyo aparato fue derribado por enemigo, falleciendo el piloto capitán Boy y observador capitán Baeza, ignorando jefe que suscribe si los estopines han llegado a poder de la posición».

Los defensores telegrafiaron comunicando haberlos recibido y su sentimiento por la pérdida de la tripulación. También solicitaban que les enviaran hielo y sacos con sandías, para aliviarles algo la situación tan angustiosa que padecían. Por la tarde comenzaron los aprovisionamientos. Lo realizó en primer lugar la 2ª escuadrilla del capitán Boy, cuyas cuatro tripulaciones, a pesar de la dura y triste jornada sostenida, recabaron para sí el honor y el derecho por estar de servicio en ese día.

El vuelo de aprovisionamiento, aparte del riesgo ya conocido, debía realizarse con la mayor exactitud, a la mínima velocidad, a ser posible en planeo, para que el observador no recibiera el aire de la hélice en el momento de arrojar los sacos. El piloto debería pasar sobre ella como si pretendiera tomar tierra, a diez, cinco y tres metros de altura.

En el Cuartel General de Dar Quebdani se encontraba el jefe de las Fuerzas Aéreas, teniente coronel Kindelán, quien tenía comunicación directa con el aeródromo. El día 21, en tanto en tierra preparaban la operación de socorro. Se efectuó dos servicios de aprovisionamiento a Tifaruín y uno de bombardeo de todas las escuadrillas en Alhucemas. En la posición se arrojaron frutas, barras de hielo y alimentos concentrados. Como no era posible pasar sobre ella en el sentido de su mayor dimensión, debido a la constitución del terreno y su forma alargada, la tomaron a través, lo que originó que algunos sacos cayeran entre la posición y la alambrada. A los defensores de Tifaruín se les ocurrió la solución siguiente, que transmitieron por telégrafos: «Admirados del esfuerzo de las fuerzas a sus órdenes para aliviar situación, no podemos menos que felicitarles y sentirnos orgullosos de compañeros que exponen su vida sin reparar en dificultades. Al ver cómo se lanzan los paquetes, nos ha sugerido la idea, que ponemos a su consideración, de que dichos paquetes vayan atados con una cuerda de 200 metros de larga y al otro extremo un peso de seis kilogramos. El paquete deberá caer antes de la posición y retener el peso hasta que haya agotado la cuerda, momento en que se arrojará el peso en sentido transversal, desde la avanzadilla al oeste, con lo que quedará atravesada la cuerda en la posición, y tirando de ella vendrá a nuestro poder el paquete».

En tal momento llegó a Melilla el teniente coronel Jefe de la Legión Francisco Franco. Se dirigió al aeródromo y solicitó un aparato para volar sobre la línea de fuego. Despegó a bordo del avión «Bristol» que pilotaba el capitán Juan Bono. La hoja de vuelo de este día, en una de sus líneas, decía: «Día 20. Piloto capitán Bono. Bristol nº 24. Observador teniente coronel Franco. Salida 10 horas 2 minutos. Llegada 11 horas 12 minutos. Duración, una hora 10 minutos. Reconocimiento Tifaruín. Aterriza en Dar Quebdani».

Las Fuerzas Aéreas distribuyeron sus escuadrillas para dar servicio de reconocimiento, bombardeo y vigilancia a vanguardia de todas las columnas de maniobra.

Las escuadrillas terrestres y de hidroaviones comenzaron el combate a primera hora de la mañana, cuando las columnas de tierra aún estaban muy alejadas del terreno de la lucha. Fueron estos momentos del combate los de mayor dureza para los aviones, que recibieron todo el fuego del enemigo que, oculto en multitud de trincheras en forma de lunetas, cortaba la posible ruta por la que habría de pasar el convoy.

Fue derribado el avión pilotado por el capitán Carlos Cabrerizo, que aterrizó violentamente en los alrededores de Kadia, resultando heridos el piloto y el bombardero, sargento Francisco Lozano. El avión pilotado por el capitán Eduardo González Gallarza, que llevaba como observador al capitán Juan Sanz Prieto, regresó al aeródromo con 16 impactos.

 

(Continuará)

Bibliografía consultada al final del último capítulo

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José Antonio Cano

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