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Atril ciudadano

Los depredadores del poder

Hay muchísimas personas que están cansadas de ver cómo una satrapía de trepas arrogantes y sin escrúpulos rige nuestras vidas. Me refiero en concreto a esa serie de políticos que han nacido de la noche a la mañana con el inconfundible afán de convertirse en los protagonistas por excelencia de una sociedad abúlica, conformista, adocenada e interesada sólo en lo que le conviene. Y dado que se halla sumida en su mundo de ensueño, es incapaz de reclamar dirigentes dignos, eficientes y eficaces que consigan llenar de esperanza e ilusión la vida de la gente, porque se conforma con muy poco. Y estos sátrapas del ascenso meditado, que buscan la oportunidad para darse a conocer y alcanzar la meta que se han propuesto, intentando a toda costa acoplarse a ese sistema en el que tanto han soñado y nunca lograron alcanzar sin acudir a mezquinas artimañas, propias de depredadores, más que de personas sensatas y nobles, nunca sacian sus sueños. Siempre están insatisfechos y nunca son felices.

Por desgracia, este fenómeno se ha institucionalizado en nuestra sociedad, de tal manera, que se ha convertido en un hecho de difícil solución, cuyas consecuencias van a ser tan nefastas como peligrosas, si no ponemos remedio. Es vergonzoso e indignante que este fenómeno se haya enquistado de manera tan fácil y de un modo tan insólito en nuestra sociedad. Pero que no crean aquellos que son fieles a la consigna de “arrimar el ascua a su sardina”, que esta crítica está inspirada en la envidia o en oscuros complejos. No. Rotundamente, no, porque jamás me han gustado los cargos, pues no me he considerado la persona idónea para desempeñarlos, ni tampoco he ansiado la gloria, ni he pretendido honores ni distinciones, más allá de lo que mi profesión me proporcionaba durante ese tiempo dedicado a la docencia; profesión de la que sigo enamorado y orgulloso por haber pasado muchos años ejerciéndola por amor y vocación. Y porque siempre he sido consciente de mis capacidades intelectuales y de mis limitaciones personales, nunca he medrado ni he aspirado a cargos importantes, aunque he de confesar que me los han ofrecido en varias ocasiones, durante el tiempo que he sido profesor de Enseñanza Secundaria y, de la misma manera, los he rechazado. Y no es falsa modestia, ni tampoco digo esto por envidia ni despecho, y menos todavía por resentimiento o vanidad, vicios muy frecuentes en el ser humano, que yo he sentido también en ocasiones, pero que he procurado desterrar de mi mente, porque para mí la sinceridad, la dignidad y la honradez son virtudes heredadas de mis progenitores, que a lo largo de mi vida he intentado conservar y practicar; herencia de la que me siento orgulloso, agradecido y enormemente honrado.

Sí, el poder, la gloria y el dinero corrompen la vida del hombre. Y el desmedido afán de conseguirlos le convierte en un depredador insaciable, siempre insatisfecho, lo cual le hace sentirse desgraciado; e incapaz de asimilar la desdicha que le causa la frustración al ver que le falta la felicidad, a pesar de haber logrado llegar tan alto, se desespera, porque se siente profundamente desdichado.

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