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LA UNED: esplendida realidad tangible y renovada esperanza de futuro

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La UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) surgió a principios de los años 70 como un sueño al servicio de la igualdad de oportunidades en educación, así como de la educación permanente a lo largo de la vida para todos los españoles, cuando se replanteó el sistema educativo entonces vigente.

Se trataba de contribuir así a hacer viable la deseable transición hacia la democracia, de acuerdo con la visión de quién tuvo siempre la muy clara y firme voluntad de llegar a ser el “Rey de todos los españoles”.

Hoy, la UNED es una contundente realidad viva, con un patrimonio de resultados ampliamente reconocido en el ámbito académico internacional y merecedor del mayor reconocimiento público en nuestro país.

Por lo tanto, para mí la UNED es ya una sólida razón para la esperanza de futuro, tanto más en estos tiempos difíciles, por lo que merece ser consolidada en sus muchos aciertos así como impulsada en su expansión y espíritu profundamente renovador e innovador. Ello tanto más ahora cuando se plantean por doquier medidas renovadoras en el marco del Proceso de Bolonia — todo ello con miras a servir cada día mejor a España, a la Unión Europea y a un mundo creciente e inexorablemente interdependiente. La UNED se ha de convertir así no sólo en una Universidad de educación a distancia, sino también en una Universidad anticipatoria, por antonomasia al servicio de las futuras generaciones, desde valores éticos firmemente declarados y coherentemente ejercidos. Así debe ser, en el marco de la deseable democracia participativa de esa sociedad civil que necesitamos promover a fondo hasta lograr actuaciones lideradas con visión a largo plazo, así como con nuevas metas y soluciones alternativas de alcance tanto global como local.

Mi ya larga vida profesional ha estado dedicada sobre todo a la planificación, política y reforma de las instituciones y de los sistemas educativos (tras unos primeros años centrados en la formación profesional y la ingeniería), todo ello en el seno de numerosos organismos intergubernamentales y nacionales, además de y muy concretamente asesorando en esos ámbitos a múltiples países de todos los Continentes. Ello me llevó, a su vez muy pronto, a reflexionar intensamente sobre el futuro de las respectivas sociedades y de la Humanidad en su conjunto. En tal empeño, creo poder decir ahora que he explorado prácticamente todos los vericuetos de la educación permanente y luchado a favor de un amplio diálogo cultural y de una mayor comprensión internacional al servicio de una paz duradera y de un desarrollo humano ecológica, económica y socialmente sostenibles. De ahí también que me haya vuelto cada vez más inquieto sobre el papel que desempeñan hoy en día las universidades en la solución de los problemas de nuestro tiempo, pese a lo cual tengo cada vez mayor confianza en la Universidad del futuro. Entre tanto, las respectivas sociedades han ido sufriendo crecientes desafíos y problemas de todo orden, debido casi siempre a una crisis profunda de valores éticos y morales, la cual es actualmente la verdadera y más grave de todas las crisis enunciadas. Tal es la crisis que incide hoy en día en los más diversos aspectos y sectores de la vida y de la civilización humana.

En estas circunstancias, tampoco resulta extraño que las universidades hayan quedado muchas veces afectadas y condicionadas por tales fenómenos y que, en muchas de ellas, se puedan detectar grandes carencias e incertidumbre de futuro. Por ello precisamente, el apoyo moral y económico de la sociedad a sus universidades es ahora más necesario que nunca para movilizar en plenitud los inmensos recursos intelectuales de sabiduría, cultura, ciencia y tecnología, junto al potencial creativo e innovador que posee la Universidad para ayudar al mundo a superar los grandes riesgos e incertidumbres entre los que nos movemos de cara al futuro. Más aún: Las universidades pueden y deben convertirse en los bastiones principales contra las variadas crisis de nuestro tiempo ofreciendo sólidas raíces y una visión ilusionada para superar las grandes amenazas contra la paz y la convivencia humana.

Sin embargo, para poder alcanzar tales objetivos es menester que, además de una sólida base ética, exista una visión y un esfuerzo investigador y docente, interdisciplinario e intersectorial que permita a las universidades con tradición académica volver a ser plenamente portadoras y fuentes de esperanza,gracias una pedagogía crecientemente interdisciplinaria, interactiva y de diálogo vivo entre maestros y discípulos en las universidades del hoy y del mañana.

Ricardo Díez Hochleitner, Presidente de honor del Club de Roma, Patrono Consejo Internacional Desarrollo de la Educación, Nueva York. Presidente: Club de la Haya Fundaciones Europeas, Panel Cívico Madrid y Confederación Iberoamericana Fundaciones.

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