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La naturaleza del coche eléctrico

Por: Javier Bocanegra- Presidente de Melilla Con Bici

En todos los planes urbanísticos, medioambientales, energéticos o de salud pública la bicicleta como medio de transporte urbano tiene una importancia vital, aunque completamente desmerecida en una ciudad. La nuestra, donde los planes cortoplacistas presentados desmerecen todo ese potencial que destacan entidades de prestigio internacional, desarrolla directa o indirectamente 13 de los 17 ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) de la Agenda 2030 logrando una influencia sin igual en el cumplimiento de estos objetivos tan apremiantes.
La capacidad transformadora y resiliente de este medio de transporte no está en boca de los representantes políticos o de los técnicos locales, a pesar de las cifras presentadas en cualquier estudio pasado, presente o futuro, donde las pequeñas inversiones que se requieren, comparadas con otros medios de transporte, son irrisorias. Y, aun así, la bicicleta sigue siendo menospreciada por todos esos neófitos que pululan por los despachos, al seguir observando en esta forma de vida, la del ciclista, solo un pequeño nicho de radicales y temporeros, como si de una moda pasajera se tratase, a la cual unos cuantos “frikis” se acercan, en lugar de observar el enorme potencial disruptor social, urbanista y medioambiental del que presumen otros países y ciudades. El ahorro económico que procura este medio no es conocido a pesar de los nada despreciables 150.000 millones de euros al año que mueve en suelo europeo, cifras que parecen no importar demasiado.
En estos tiempos de incertidumbre en los que estamos inmersos, muchos serán los planes que se nos presentan como salvaguarda de nuestra forma de vida. Algunos de estos planes que nos llegan pretenden esquivar la bala que se dirige a nosotros, incentivando con grandes capitales los mismos abusos que nos han llevado a esta situación tan crítica, tanto medioambiental como en materia de recursos naturales, donde la bicicleta nos tiene mucho que decir y, sin embargo, sigue siendo menospreciada como una moda pasajera.
Hoy desmentiremos la capacidad de un medio de transporte que se nos vende como “generalista”, el coche eléctrico, presentado como el último paradigma de mejora en nuestra forma de vida, ofreciéndosenos en bandeja de plata, pues enormes ayudas a fondo perdido lo respaldan.

“Mina con ruedas”
El coche eléctrico es definido por los expertos en geología como una “mina con ruedas”, al necesitar para su construcción la extracción de ingentes cantidades de minerales y de recursos energéticos, recursos todos ellos en franco declive, muy necesarios de administrar en los años que están por llegar. Lo llamativo de esta propuesta, al que nadie se atreve a poner en tela de juicio, a pesar de la gran cantidad de informes que se presentan en foros especializados, son las grandes necesidades de extracción de materiales y de manufactura de unos recursos naturales imposibles de obtener en la cantidad y calidad que demanda este plan europeo de transición en el transporte. Debemos entender que, a pesar de la apuesta firme que se publicitan en todos los medios, además del “interés” que muestra el tejido empresarial y político, no se podrá dar en la forma que se plantea este proceso, pues parte de un error de base inapelable y es que “no existe la cantidad de los materiales que se necesitan, ni la energía necesaria para extraerlos”, y no solo en lo referente a la construcción de dicho vehículo, lo cual podría ser “discutible”, sino también para las infraestructuras que se demandarán para su puesta en marcha (red de electro gasolineras).
El vehículo eléctrico nace de la “necesidad”, de la obligación si quieren, impuesta por la AEM (agencia europea del medio ambiente), al observar el abuso del lobby automovilístico tras ningunear durante muchos años a esta entidad, mediante el incumplimiento de la “estricta legislación europea” respecto a las emisiones de CO2, las cuales se venían sucediendo sin ningún control aparente, a pesar de los avisos constantes de esta entidad. Casos como el DieselGate o la estafa reciente del Ad-Blue son un ejemplo de la falta de control por parte de los legisladores y organismos dedicados a su control, unos hechos que me recuerdan, salvando las diferencias, a la burbuja inmobiliaria que estalló en el 2008. A pesar de todos los organismos de control dedicados a evitarlo, sucedió la catástrofe económica que todos conocemos y, tras años de sufrimiento, nadie ha sido señalo como el responsable directo de tamaño abuso, lo cual llama poderosamente la atención. Veremos cuando esta apuesta por la “masificación eléctrica” fracase quien asumirá la responsabilidad, estaremos atentos.
Debemos de tener claro que el cambio que ha acelerado esta disrupción tecnológica hacia la movilidad eléctrica se ha debido a la imposición de una norma europea muy necesaria respecto al límite de las emisiones de CO2 de los vehículos vendidos y no a esa supuesta “marea verde” del lobby empresarial de la automoción.

Norma de los 95 gramos
La ley a la que hago referencia se la llamó “Norma de los 95 gramos”, un método muy simple, y a la vez muy necesario, para ejercer el control sobre las emisiones de los coches que se vendían en suelo europeo, la cual establecía que todas aquellas empresas automovilísticas, cuyas ventas realizadas en suelo europeo superaran la media de los 95 gramos en emisiones de CO2 por Km y vehículo (datos que se recogen en la carta gris del automóvil), serían multadas con 95 euros por coche vendido, por cada gramo que superase esa “fatídica” cifra, todo ello a partir del 1 de enero del año 2020, multas que hoy abonarán generosamente. Pudiera parecer una medida poco convincente, pero no es así. Sírvase como ejemplo que una marca de coches hubiera vendido en suelo europeo 1 millón de vehículos en un año y superase en “solo 1 gr” el límite de las emisiones, fijado en 95gr. Sería multada con 95 millones de euros por incumplir la Ley en emisiones de GEI. Todo un revulsivo para estas empresas de carácter cortoplacistas que nada hicieron durante décadas en favor del medioambiente o la salud pública, al menos de manera voluntaria, a pesar de la cantidad de oportunidades que tuvieron, más allá de cumplir la obligatoria Norma Euro, conforme a estas se iban sucediendo.
Observen cómo las distintas campañas publicitarias de las últimas décadas promueven como único objetivo vender a toda costa, sin importar la necesidad global en la que estamos inmersos, adaptándose a las inquietudes sociales de la época o más bien al contrario (creándolas estos), a través de las mal llamadas campañas publicitarias (propaganda), perfectamente orquestadas, donde los potenciales compradores fueron tratados poco más que como ignorantes; Suzuki: Estilo de vida, Peugeot: movimiento y emoción, Honda: El poder de los sueños, Mercedes: Lo mejor o nada, Volkswagen: El coche, Renault: Pasión por la vida. Todos estos eslóganes, más o menos absurdos, fáciles de digerir hasta para los niños, fueron repetidos hasta la saciedad con un único y claro objetivo. Solo hace falta observar cómo no hay ninguna diferencia, en la intención del mensaje que nos presentan las distintas campañas publicitarias desde que fueron inventadas, eslóganes muy dispersos en el tiempo, aunque no así en su intención, el cual quedó muy claro ya a finales del siglo XIX, vender, vender y vender.
Después de cien años avanzando en ventas a un ritmo trepidante, y a través de campañas en radio, televisión, medios digitales y redes sociales, la publicidad automovilística mundial es un negocio colosal, con un valor aproximado de 10.000 millones de euros presentando un gigante difícil de tumbar.  
Intentar vender un vehículo a motor cualquiera que sea su naturaleza como un medio de transporte sostenible es la mayor tomadura de pelo en esta década tan crítica que comienza. El nuevo juguete publicitado para las clases pudientes es el “ecológico coche eléctrico”, toda una falacia cargada de verdades a medias, perfectamente orquestada por gobiernos y empresas. La insostenibilidad del vehículo eléctrico es un hecho irrefutable, pretender vender este producto como un paradigma tecnológico con algún tinte ecologistas podría llegar a ser aceptado. Lo que me parece una tomadura de pelo es intentar hacer creer a toda la sociedad a base de campañas publicitarias grandes ayudas y descuentos en un “greenwashig permanente”, que el VE ha venido a cambiar nuestro mundo.
La cantidad de energía y de recursos naturales que requiere la construcción de un vehículo eléctrico ha sido expuesto sin rubor por nuestros científicos, en un alarde de trabajo concienzudo y lleno de objetividad, mostrándonos ese lado oscuro del que nadie quiere hablar, señalando todas esas apetencias físicas y químicas propias de un medio de transporte caro, individualista y, por lo tanto, elitista, que logrará mermar generosamente no solo todas las arcas públicas, sino y lo que es peor, las capacidades naturales del planeta.
“La inmensa mayoría de ‘signos vitales’ del planeta van a la baja y 18 de ellos han alcanzado en el último año niveles negativos históricos. Por este motivo, 14.000 científicos reclaman poner fin a la sobreexplotación de la Tierra. La inmensa mayoría de miembros de la comunidad científica internacional -en especial, los expertos en ciencias de la vida, la tierra y la atmósfera- ha presentado en los últimos años datos sobre los problemas ambientales provocados por las actividades humanas; ha expresado además su preocupación por la falta de respuesta efectiva por parte del conjunto de la sociedad y los poderes políticos en particular” (La Vanguardia). Un titular que muestra que seguir haciendo lo mismo y esperar resultados distintos solo logrará llevarnos más rápido al abismo.
“El gobierno destinará 3.000 millones de euros a potenciar el uso de la bicicleta y desarrollar 28 bloques de acción hasta 2025, que incluyen el fomento del ciclismo en las escuelas, con actividades de educación vial que formen tanto al alumnado como a profesorado y padres, en áreas tan importantes como las habilidades en el manejo de la bicicleta, como la movilidad segura”. Todos estos contenidos no lograrán su objetivo real si no somos capaces de convencer, de provocar un “trasvase” a medios de movilidad activa, lo cual será imposible de lograrse en el actual status quo de las ciudades. Unas ciudades que sordas, ciegas y mudas en raras ocasiones han pretendido expulsar de ellas al mayor usurpador de espacio público municipal, al mayor contaminante de las ciudades, el mayor supresor de salud pública, el “adorado” vehículo privado, todo un experto aniquilador de las capacidades propuestas por la Agenda 2030.
Debemos entender que si no reducimos el número de vehículos en las ciudades, su tamaño, su volumen, su consumo, y seguimos llevando su accesibilidad a cualquier rincón del espacio urbano, incluso promocionando su uso, a través del apoyo de los estados a esta economía sangrante, no habrá escapatoria posible, sea cuales sean las mecánicas que nutran ese insaciable corazón.

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Redacción

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