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Buenos días

La morita Baldomera

Se llamaba Mimona, pero lo de Baldomera le vino por aquello de que, según decía, había echado un «baldón» a su familia. Oriunda de una familia cabileña de los aledaños del Gurugú, cuando cumplió 15 lunas anuales, decidió por su cuenta cambiar las pitas por el Chéster y el barro natural por otro barro más literario, ejerciendo de «putana» en la calle Mar Chica.

Aquella calle Mar Chica cuya historia no se ha escrito nunca, como corresponde a todo lo que en realidad, estuvo vivo y en rebeldía constante, para ser encerrado en las páginas de un libro.

Baldomera era bajita y fea, pero tenía el encanto silvestre de la palmera enana a la cual el levante nunca le permitía una total lozanía por muy joven que fuera.

Aquel levante de las juergas de 21 duros los sábados, con mujer, taxis, tabaco y botella en la «venta» todo incluido. Juergas donde había de todo: desde los cantos imitados de Antonio Molina, hasta la bronca silletera a estilo oeste -tal vez los wester espaguetis almerienses tuvieran aquí sus primeras lecciones.-. Había de todo, digo, menos vomitera. Nunca vi una en ningún rincón de Melilla. Y se bebía y se vivía más que hoy en el mal sentido de la palabra. Pero también es posible que se comiera menos.

Melilla por aquel tiempo, tenía ese ambiente noctámbulo, de algunas novelas de Emilio Zola, donde el puerto, los lutos, las ojeras y el anís, componían una extraña mescolanza de colores y sabores que terminaban por reinventar fantasmas entre zurcidos y las primeras cintas de plexiglás. Era como dejar de vivir para ver pasar la vida. Una vida que imponían en el exterior sus condiciones y que la mayoría desconocía precisamente por ser ajena.

Entre aquella bajamar de formas y restos sociales, naufragaba cada día la morita Baldomera. Le gustaba el Anís del Mono y había que verla los sábados, navegar por entre las mesas de Contreras o el Platanar con sus tacones altos y su pelambrera acaracolada llena de brillantina, al compás de la Cumparsita o La Vestidita de Blanco de Sepúlveda.

Le gustaba el baile y lo bailaba sin saber. Casi en volandas iba en brazos de su pareja de juerga. De madrugada, con los zapatos en el bolso, bajaba del brazo de su acompañante cantando y riendo: ¡Yio saber andardiscalsa por il campo!… Y es que el anís le devolvía su niñez intacta. Su infantililidad no había sido destruida a pesar de que vivía entre mayores, si es que había alguien mayor en aquella calle. A mi entonces me parecía la calle Mar Chica, como una calle de juguetes rotos donde cada uno iba por la noche a buscar la pieza que le faltaba al suyo. ¡Más vale vive in il barro que sir di barro!… solía decir. Baldomera cuando alguien le recordaba su niñez… “Si yioquidar en Gurugú, sir una piedra… al minos de putana ser di carne.”… y se atizaba una copa de anís… y jamás se pronuncio la palabra racismo en aquella época y en aquellas reuniones. Nunca. Buenos días y….lo que Vd., diga.

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