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Ventana al mundo

La educación (I): nuevos objetivos ante la vida activa en la sociedad futura

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La historia de la humanidad ha transcurrido plagada de enfrentamientos, de dolor, de miserias y de afrentas a la dignidad humana, aunque también es la historia del progreso de la civilización. El creciente bienestar material, los avances espectaculares de la ciencia y de las tecnologías, las importantes conquistas sociales, el ingente patrimonio cultural acumulado…

… y las cotas alcanzadas en muchos países de libertad y de participación democráticas justifican mayores esperanzas. Las posibilidades humanas han aumentado en los últimos veinte años más que en varios milenios, aunque sea dudoso que se haya ganado en sabiduría. Las perspectivas de la sociedad moderna están apoyadas en la rápida acumulación del conocimiento, en el rápido progreso tecnológico y en la omnipresencia de las comunicaciones.

Las expectativas de los hombres y mujeres de este planeta crecen, por tanto, mientras se multiplican continuamente problemas cada vez de mayor alcance, los cuales sobrepasan las fronteras geopolíticas de los países al tiempo que se relacionan entre sí, haciendo de la situación mundial algo muy complejo y rápidamente cambiante, cuajado de incertidumbres. En este proceso de planetarización de los problemas, la interdependencia entre todos los países es cada vez mayor, sobre todo en materia de defensa, comercio, tecnologías, producción industrial y agraria, información y comunicación. En consecuencia, también dependen entre sí en aspectos menos evidentes como son el empleo y aun la educación. Cualquier política nacional de empleo es subsidiaria de la cooperación internacional en materia tecnológica, comercial, de producción, de libre circulación de los hombres, etc. Y de la libre circulación de los hombres y de las ideas es subsidiaria, a su vez, la educación, que sirve de sustrato y apoyatura a todo el entramado de la convivencia y de la cooperación. No obstante, subsisten y aun se agudizan los desequilibrios, las desigualdades y aun los antagonismos egoístas, lo que constituye una amenaza para la paz del mundo y con ello incluso para su supervivencia, además de conllevar la dimensión trágica de la miseria de millones de personas desnutridas, privadas de cuidados médicos y sin acceso a la educación. Por otra parte, fenómenos coyunturales e incluso estructurales (económicos, comerciales y tecnológicos) han permitido la dramática aparición del desempleo y del subempleo, impidiendo el acceso a un primer empleo a un porcentaje creciente de jóvenes. Las cifras mundiales alcanzan ya a centenares de millones y la tendencia global al aumento de esa masa desvalida sigue vigorosa pese a indicadores locales circunstancialmente favorables. Cualquier consideración seria sobre el devenir de las sociedades tiene que partir, por tanto, del reconocimiento de que gracias a la educación los hombres pueden ser dotados de los conocimientos, de la capacidad y de la aptitud necesarios, junto con el ejercicio de la voluntad y de los valores del espíritu, para poder acometer las iniciativas que les permitan convivir y progresar en todos los órdenes, adaptándose y anticipándose a los acontecimientos, además de lograr realizarse individualmente en el plano cultural. Educar es preparar a los hombres del mañana. La educación actúa directamente sobre el porvenir y es por tanto el principal medio de acción para contribuir a conformar un futuro deseable y posible, especialmente el que se vislumbra gracias a la sociedad de la tecnología, de las comunicaciones y del conocimiento. Sin embargo, los sistemas educativos responden generalmente a la influencia de factores que en gran medida son circunstancias del pasado. Los planes de enseñanza y los contenidos, la formación del profesorado, los métodos y los medios de enseñanza, las estructuras de los sistemas educativos y las modalidades del aprendizaje no formal deben estar adecuados a las expectativas de futuro, al menos del futuro inmediato, concretamente ante la preparación que requiere el mundo del trabajo (de la vida activa en general), que ya se avizora. Todo ello exige una previa definición de los fines y objetivos de la educación en relación con posibles escenarios alternativos de la sociedad futura y, sobre todo, la asunción de los mismos por parte de la respectiva sociedad. Si todo esto es así, algunas de las primeras interrogantes esenciales que se plantean parecen ser las siguientes:

  • ¿Cuáles son realmente los objetivos de la educación en los sistemas educativos actuales? ¿En España?
  • ¿En qué medida son objetivos declarados y no aplicados? ¿Están realmente asumidos por la sociedad, por los discentes y por los docentes?
  • ¿Siguen siendo válidos tales objetivos ante los profundos cambios que viven el mundo y la gran mayoría de las sociedades? ¿Tienen un alcance tan sólo local, nacional, regional o universal?
  • ¿A qué escenarios probables y deseables de futuro debe servir la educación de hoy?

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