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Atril ciudadano

El primer extraterrestre se llamó Mariano

Mariano era alto, seco y con barrillos. Desoficiado con 25 años residía en el Barrio Real, pero vivir, lo que se dice vivir, vivía lo que podía en la Posada Jamaica. Un día Mariano se fumó cuatro canutos seguidos de yerba marocaine -antes no estaba prohibida- se bebió media botella de anís peleón que fabricaba Paco en su destilería particular y se comió un "boniato asao". Después de limpiarse las lágrimas, los mocos y todo lo demás se miró al espejo. A su lado, había un extraterrestre. Se asustó y salió a la calle corriendo. Y a partir de ahí, nadie sabe donde fue. Unos aseguran que lo vieron englobado subir al Gurugú y perderse en una nube. Otros, los más incrédulos, aseguran que cogió una COA, que iba para la Feria de Cabrerizas. El caso es, que de Mariano no se supo nada, hasta que un día, un viajante de Almería, llegó a la Posada preguntando por él. Y es aquí donde comienza la historia, que un día contaré para acabar ya de una vez, con el cuento que hay sobre los extraterrestres, el futuro y el bromuro potásico, que según dicen ahora, es el causante, de que la dualidad humana no se represente con normalidad, ya que según dicen, en lugar de uno, somos varios juntos. O sea que como esto siga así… pero pasemos al Rapell.

El Rapell Celedonio “El Vidente”, la pitonisa Elvira La Caliente, “La Micaela”, “El ojo del Más Allá” ( El ojo del Más Acá lo tiene tuerto ), destacando a Jacinto El Gallego, que ve ovnis todas las mañanas. Qué casualidad que los ve, cuando se toma las tres copas de orujo; antes no… En fin, Toda esta gente y más, están dejando el espacio, el tiempo, el más allá y el más acá, que todo parece un patio de vecinos. Todo está ya conocido. Los marcianos se llaman Elviros y Venus tiene un lunar en la pantorrilla izquierda. Los egipcios viajaba de perfil, para pagar medio billete, y Hércules se comía dos jamones una sentá.

Qué pena que todo se sepa… Con lo bonito que es ignorar algo. Porque la ignorancia, es como otro yo, que no sabe donde está ni falta que hace. La ignorancia es como una fresca mañana infantil y tierna, que nunca tendrá mediodía, ni tarde ni noche. Siempre será mañana. Qué bonito es vivir en esa mañana, esperando que venga El, que tampoco sabe nada, a seguir sin saber juntos. Saber, es morir poco a poco. Saber es olvidar un poco lo que es vivir. Abandonamos la vida por los libros. Preferimos ver los jardines, los parques y los animales en estampas, y no convivirlos en la realidad. Porque en estampas creemos que son nuestros, que los superamos y en realidad, no nos hacen ni caso. Somos seres ilustrados que buscan un mundo, ignorando el que viven. ¡Qué bonito es no saber nada! Ya lo dijo Juan Ramón Jiménez: No la toques más. Así es la cosa… ¿o la rosa?

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