Ya no sé si después de oír a los nuevos políticos sus agrios comentarios sobre la “vieja política” debe uno pedir disculpas por haber pertenecido a esa denominada “casta generacional” que cargada de ideales, ilusión y esfuerzo, trabajó incansablemente y con éxito, por implantar en España una democracia parlamentaria, que casi durante cuarenta años fue invernada…
… por el régimen dictatorial de Franco después de una cruenta guerra entre españoles.
Pero no les voy a dar esa satisfacción a quien les gustaría que lo hiciera porque no voy a pedir disculpas. Todo lo contrario, me siento muy orgulloso de haber sido copartícipe de ese milagro de convivencia pacífica y desarrollo democrático de nuestras leyes, que protagonizamos durante la transición miles de parlamentarios desde nuestros escaños en el Senado y en el Congreso.
Estos “jóvenes cachorros” de la política, han irrumpido en el Parlamento con aire desafiante y arrogancia innovadora. Utilizan la condenable corrupción y el indudable desgaste que ha manchado el buen nombre de los dos partidos tradicionalmente dominantes, como excusa para imponer nuevas formas, usos y costumbres al margen de la tradicional cortesía y respeto parlamentario.
El Parlamento, en sus diversas denominaciones y secular orígenes, representa la voluntad soberana de los ciudadanos depositada en sus representantes desde su constitución hasta su disolución. Las asambleas y movimientos callejeros solo representan a quienes las promueven y asisten y se disuelven una vez celebradas. Diferencia que no es baladí ni en las formas ni el fondo.
Resistirse a manifestar un cierto decoro en las vestimentas, en las formas y en el trato parlamentario, como si de una asamblea callejera se tratara, es una contradicción con las formalidades que la sociedad impone y se aceptan para asistir a espectáculos y fiestas públicas como la entrega de los premios Goya, los paseos por las alfombras rojas de actores y actrices y las Ferias y fiestas o de cualquier otra índole cultural, social e incluso deportiva.
¿Quién no recuerda las imágenes de Felipe González o Alfonso Guerra con sus chaquetas o pantalones de pana y sus largas melenas cuando tomaron posesión de sus escaños? La tozuda realidad se impuso y su natural inteligencia y vis política les llevó a adaptarse a las formalidades que la propia sociedad civilizada exigía, sin estridencias ni exageraciones.
Por lo tanto demos tiempo para que las aguas se tranquilicen y esta nueva juventud parlamentaria se sosiegue en sus impulsos rupturistas. Estoy convencido que el nuevo mundo que acaban de descubrir les llevará a cambiar el avatar en el que ahora se encuentran por el realismo de un mundo donde la libertad no es absoluta, la injusticia sigue al hombre como una sombra acusadora o la corrupción de las ideas o del bolsillo es siempre un riesgo inherente al ser humano, estés en la vieja o nueva política.
Es la hora de políticos serios, de políticos formados en valores como el respeto a la verdad, a las libertades y a la dignidad de la persona humana; el respeto también a la convivencia y a las formas que la propician. Es la hora del diálogo pero un diálogo sustentado en argumentos sólidos y constructivos, no en slogans o frases de platós.
Es la hora de unirse para construir, no para destruir, como en sentido contrario recordaba el republicano, político y magnifico orador Emilio Castelar: Las coaliciones son siempre muy pujantes para derribar, pero siempre impotentes para crear.