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Columna cultural

El crepúsculo de los dioses (o del pacto, el feminismo del zasca y otras pequeñeces)

Hoy vengo a hablar de grandes cosas que parecen pequeñas. Y ahí tenemos el pequeño gran tema de la semana: el pacto. Hay políticos (y políticas) en Melilla que sufren el síndrome de Norma Desmond, la protagonista de Sunset Boulevard (en España, El crepúsculo de los dioses, 1950), salvo que aquí tenemos más “crepúsculo” (decadencia, ocaso) que “avenida de las estrellas”. Cosas de la urbanística de los últimos 20 años, supongo. Por si no recuerdan la magna peli del magno Billy Wilder, una diva del cine mudo en puro declive, que no acepta el rinconcito del olvido que Hollywood le ha deparado, hace una especie de “pacto” con un joven guionista en ciernes. Pese al extraño pacto del que se pueden beneficiar ambos, todo el mundo sabe cómo acaba la cosa, aunque no haré “spoiler” por el momento. Lo que me interesa es este breve diálogo entre Joe Gillis, el atractivo guionista, y Norma Desmond, la vieja gloria:

—Joe Gillis: Usted es Norma Desmond. Salía en las películas mudas. Era usted grande.
—Norma Desmond: ¡Soy grande! Son las películas las que se han hecho pequeñas.

Ahí tienen el síndrome de Norma Desmond en todo su esplendor. En efecto, mi querido y minoritario lector (en colectivo neutro, no se confíen): hoy la cosa va de grandes temas que al principio parecen pequeños. O, en el latín del César, “de parvis grandis acervus erit” (“de cosas pequeñas se nutren las grandes”), si bien la cita es un emblema atribuido a un poeta alemán. Ya hablaré otro día del arte de la emblemática y de su paupérrima aplicación por parte de la suburbia política. Hoy toca hablar de cosas grandes (y de algunas pequeñeces).

Qué grande era Umberto Eco. La mayoría (aunque sea una minoría) lo conoce más por ser el autor de la magna novela en la que se inspira la magna película en la que el magno ex-007 Sean Connery interpreta a un no menos magno franciscano sherlockiano. Pero la minoría (menor incluso que la minoría anterior) alabamos al piamontés por haber conquistado el Cielo de la Semiótica antes de su fallecimiento en 2016 con otras pequeñeces. Según Eco, quienes se aventuren en la magna empresa de escribir tienen que ser muy conscientes de la importancia del “Lector Modelo” (en neutro, recuerden). Un Lector Modelo es quien permite que tu texto no sea un “flatus vocis”, que nada tiene que ver con las flatulencias, aunque haya discursos (escritos y orales) que se acerquen peligrosamente a la categoría de regüeldo verborreico. No. Un Lector Modelo es quien sabe leer lo que queda entredicho, lo no-dicho y lo dicho barrocamente; es quien completa los espacios en blanco y se precipita en las sutiles grietas que deja abiertas quien escribe. Y quien escribe debe hacerlo como un estratega, previendo en su Lector Modelo unas experiencias y unas competencias mínimas para recuperar lo que verdaderamente se pretende decir.

Menuda chapa nos está soltando esta mujer, se dirán. Bueno, la verdad es que todo esto viene a colación de un consejo recibido por mi querido Pepe: “Cristi, eres demasiado indirecta.” Y así es. Salvo raras excepciones, las personalidades a las que aluden mis torpes y pedantes textos permanecen siempre innominadas, ya lo dije el otro día, como la criatura de Víctor Frankenstein de Mary Shelley (hija de una feminista a quien nunca se le hubiera ocurrido caer en la ordinariez del “feminismo del zasca” y atacar a otras mujeres -aunque fuesen sus rivales-, porque entendía el significado verdadero del feminismo y del valor incalculable de la unión entre todas). A mí, este “feminismo del zasca” me entristece y me preocupa. Se lo explico. Cuando se ocupa un lugar destacado (sea cual sea, pero más aún si para ese lugar te ha elegido la ciudadanía), de ti se espera que trabajes por los grandes temas que le preocupa a esa misma ciudadanía y no que pierdas el tiempo en arremeter contra otras féminas, nos gusten o no ellas. Feminismo hubiera sido acordarse de las numerosas melillenses desempleadas, de las niñas sin recursos para estudiar en tu ciudad, de las trabajadoras transfronterizas que aliviaban tantos hogares, de las denuncias por maltrato que han crecido en estas semanas en Melilla, de la defensa de los centros escolares de la ciudad que representas cuando son criticados por coeducar, de condenar las manifestaciones sexistas de algunos políticos, incluso los de tu propia tribu, entre otras “pequeñeces” que en realidad son graves preocupaciones. Porque el “feminismo del zasca” no es feminismo. Y mucho menos cuando se arremete utilizando la vida privada de otras mujeres (sea el estado sentimental, la situación familiar, la creencia religiosa, el aspecto físico o cualquier elemento ajeno a lo público). Feminismo es otra cosa. El feminismo es algo que parece muy pequeño, cotidiano y casi anónimo, pero que en verdad es muy grande cuando se entiende y se practica bien. Feminismo es, por ejemplo, olvidarme de que existe un abismo ideológico entre tú y yo e invitarte un día a un café para hablar, de mujer a mujer, con interés, pedagogía y humildad, de las mujeres en general, de la coeducación en particular y, sobre todo, del futuro de nuestra ciudad, de nuestros jóvenes, en quienes no debemos seguir sembrando más semillas de violencia y desigualdades. Y cuando digo lo del café, lo digo de verdad.

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