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Educación para la Paz

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Para mí, el tema clave en los comienzos de este nuevo milenio es tratar de ver si, al fin, logramos hablar y proclamar no sólo los valores éticos fundamentales universales sino lograr también llevarlos a la práctica de forma global, coherente y continuada. Para tal meta se requiere fundamentalmente una visión a favor de la paz en cada familia, institución social así como Estado-nación y en consecuencia en todo el mundo.

Sin embargo, la violencia ha sido y sigue siendo parte de todas las sociedades. No se trata de un factor genético, al símil de los animales como algunos han tratado de hacer creer y han sido desmentidos rotundamente por la ciencia. La cultura de la violencia, individual y colectiva, se induce y extiende debido a condiciones tan propicias a la misma como la injusticia, la intolerancia, la marginación, la discriminación, etc. Sin embargo, la violencia se desata y potencia muy en particular por el egoísmo, la ambición y el fanatismo, generados individualmente por la falta de coherencia entre las actuaciones y los valores éticos y morales proclamados. A partir de ahí, la violencia se puede extender a conflictos y guerras apoyados en la ignorancia de las masas.

En consecuencia, los educadores se enfrentan cada vez más con esta realidad y tratan de contrarrestar la violencia gracias a una cultura a favor de la paz. De ahí que la educación tiene que proporcionar, en verdad, no sólo formación para subsistir, vivir y convivir, sino que es además el medio más poderoso que tenemos a nuestra disposición para revocar el llamado a la violencia y a las armas. Sin embargo, sin cambios en la sociedad, la educación por sí sola no puede resolver todas las causas de la violencia y de los conflicto.

Montesquieu ya señaló que “la tiranía florece donde prospera la ignorancia”. También escribió que la democracia exige la participación activa de una población educada. Es decir, que la educación ofrece los medios para establecer una política de gobierno con participación ciudadana activa, así como las bases para eliminar tanto la dominación abusiva como la violencia. También constituye una fuerza moral porque es una manera de enseñar y aprender la tolerancia y el respeto. Por otra parte es una forma de socialización desde la época de los Diálogos de Sócrates, ya que se trata de un acto social que implica un intercambio, no solamente de información sino también de ideas, conceptos y valores. Por todo ello, la educación es un privilegio que obliga, a quienes tienen acceso a ella, a asumir también ciertas responsabilidades y un reconocimiento de las necesidades de los demás y, por lo tanto, debe llegar a ser el principal trampolín para difundir en cada sociedad y concienciar a cada persona sobre los derechos y deberes humanos en todos los órdenes.

Pero, además, la educación es el mejor instrumento para la búsqueda de la verdad y de la belleza, además de la formación y la instrucción, factores indispensables de todo proceso creativo, los cuales son, a su vez, factores determinantes para la motivación y el desarrollo de todos. Por cierto: Verdad y Belleza son la misma palabra en la lengua de los Masai. Tal es otra de las lecciones aprendidas en mi querida África!
Ahora estamos ante un mundo aún mucho más cargado de graves desafíos a corto y medio plazo, aunque también sean muchas las oportunidades y las razones para la esperanza, con un balance histórico de no pocos grandes logros frente a inmensos fracasos tal como la reciente profundísima crisis financiera y económica.

Por otra parte y frente a muchas Declaraciones importantes, en particular la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tantas veces conculcados, todavía no proclamamos igualmente nuestros Deberes individuales y colectivos, si bien el Club de Roma aprobó, durante nuestra reunión Anual de Punta del Este (Uruguay) en 1991, una Declaración sobre la necesidad de asumir todos los Deberes Humanos. Y, más aún: Estamos necesitados de una visión global, interdisciplinaria y a largo plazo (palabras claves que, como Presidente de honor del Club de Roma, no puedo dejar de mencionar aquí). En todo caso y desde ambas perspectivas de los Derechos y Deberes Humanos, resulta evidente la prioridad que merecen la Educación y la Paz. En consecuencia debemos educar para la paz en el marco de una cultura de paz. De ahí también que la pregunta inmediata sea: ¿De qué Paz se trata?
Por lo que se refiere a la Paz hay que tratar de aclarar a qué paz nos referimos. Hablar de la paz está muy bien, desde luego, pero ¿qué entiende cada uno por ello? ¿Nos referimos a la paz de los muertos y a la paz del silencio, de la sumisión, de las dictaduras, es decir a una paz pasiva? Ante la ausencia de un conflicto mundial, también pudiera parecer que el mundo está en paz.

Sin embargo, la paz verdadera tiene que caracterizarse por ser activa, resultado del diálogo en convivencia, de la lucha eficaz contra la pobreza basada en la cooperación desde la solidaridad y la tolerancia, o sea y sobre todo desde el respeto hacia los demás, cualquiera que sea su ideología o creencia, gracias a una conciencia profunda sobre la inviolabilidad de la dignidad humana individual y colectiva. Para servir esa paz en el seno de cada país hay que asegurar la libertad y consiguiente democracia, que comience con elecciones plenamente libres y, a partir de ahí, actúen como democracias realmente participativas por parte de todos los ciudadanos y que incluso sean también anticipatorias, es decir, que expliciten su respectiva visión y metas de futuro en vez de limitarse, como casi siempre, a programas a corto plazo, concretamente al correspondiente periodo legislativo. Pero, además, una democracia, que merezca actualmente tal nombre, requiere asegurar un desarrollo sostenible, de hombres viviendo en armonía con la Naturaleza. Un desarrollo sostenible, viable, de progreso y bienestar, que además debe ser social y humano.

En resumen: Cuando hablamos de paz o de violencia y de guerras, nos estamos refiriendo a la paz frente a los terroristas, a los bandoleros, a los secuestradores, a los narcotraficantes, a los proxenetas, y a muchos otros trágicos actores de la muerte, todos ellos parte de la misma ralea junto con los racistas, xenófobos o integristas intolerantes. De ahí también que la educación para la paz tenga que partir de una formación básica y permanente en valores éticos y, a ser posible, morales.

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