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El rincón de Aranda

Carta desde La Purísima XXXIII

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La carta de hoy es de dos soldados de Infantería, del Bon. Cazadores Madrid nº 2, que por su importancia sentimental, como todas las publicadas en este diario, debemos leerla, y dice así: “Queridos melillenses: me llamo José María Muñoz Montalvo, y soy Soldado de Infantería, del Bon. de Cazadores Madrid nº 2.

Hace 23 años, mi madre me trajo a la vida en Zapardiel de la Cañada, un pueblecito entre Martínez y Arevalillo, en la provincia de Ávila. Aún me encuentro soltero, pero pensaba casarme apenas terminase esta guerra tan cruel, como todas ellas. A mi lado tengo al compañero de mi mismo Bon. Ambrosio Mozo Baladrón, nacido en el mismo año que yo, en el pueblo Riego del Camino, en la provincia de Zamora. Tengo que decir que a mi me mataron los moros en el Barranco del Lobo, el 27.07.1909, y a él el 30 de septiembre del mismo año, en el Zoco El Jemís de Beni bu Ifrur. Con una honda pena, yo fui uno de los que lo recibió apenas llegó aquí, muy malherido, junto a varios compañeros, ya que ambos éramos amigos desde nuestro ingreso en el Ejército. Los dos nos encontramos en el Panteón de Margallo desde entonces. Ambrosio me recuerda que os diga, que casi cada día se acercan las Almas de algunos compañeros para que les informemos dónde se hallan su restos, ya que desconocen las fechas de sus fallecimientos, y los lugares de sus enterramientos, y son sus deseos de estar junto a nosotros, porque, como dicen: Si caímos juntos, en el campo de batalla, juntos debemos estar para toda la eternidad. La lista, aunque es muy extensa, puedo escribir los nombres de los que pertenecieron a nuestro Batallón de Madrid nº 2, que son los que se acercan, con pena y alegría, a saludarnos, como son: Rafael Díaz Olano, que sabemos que tenía dos hijos; Bonifacio González Gómez, muy vivaracho y bromista; Leogardo Jiménez Paniagua, muy responsable, y propuesto para Cabo; Nicolás Pérez Cinós, al que vi avanzar con su columna, sin miedo alguno, por aquéllos pelados peñascos; Vicente Rodríguez Alonso, que apenas llegué a conocerlo; y Bartolomé González y González, un muchacho amable, gentil y lleno de bondad, y como él apostilla siempre con humildad, y lleno de rubor: “Pero muy pobre, mi querido José María”. Todos ellos, son simples soldados, como Ambrosio, y este que les escribe. Quiero que sepan, que por nuestra parte, y durante nuestra existencia en sus memorias, y libros de Historia, estaría escribiendo todo lo referente a lo divino y lo humano, que aconteció en aquéllas fechas tan memorables a nuestra Patria. Con nuestro agradecimiento eterno, reciban un abrazo muy cariñoso de unos soldados, que solo deseamos que cuando seamos visitados recen una pequeña oración, y nos brinden una sonrisa, solo eso”.

Yo creo que cada lector de estas humildes “Cartas”, debiéramos trenzar cada fibra de nuestra piel, y desnudarnos el alma para poder palpar, con todo nuestro amor, y nuestro inmenso cariño a estos héroes, que hasta hace pocos meses, sus nombres eran desconocidos para la inmensa mayoría de todos nosotros.

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