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Buzián, el primer musulmán marroquí laureado (IV)

… -¿Y qué hiciste después de este fracaso?
-Abdelkrín me llamó otra vez a Axdir y cuando legué allí me encarceló. Estuve tres meses encarcelado en Tamasín. Abdelkrín me acusó de haber recibido dinero de los españles, después de haberme puesto de acuerdo con ellos; pero el verdadero motivo de mi detención fue el fracaso bélico.

La cabila de Sumata solicitó de Abdelkrín el “amán” y él, convencido de que ya de nada le podía servir, me dejó en libertad. Regresé a mi casa, a esta misma casa donde ahora estamos y me dediqué a descansar.

-¿Y qué pasó con el Raisuni?

-Abdelkrín me había nombrado a mí Caíd de Sumata y, obedeciendo órdenes de él, ataqué Tazarut, residencia del Raisuni, con seiscientos hombres. En el asalto habíamos coincidido diversas fracciones y partidas. Cuando fue vencida la resistencia, ninguno de los jefes se atrevió a presentarse al Raisuni, y por ser yo el más caracterizado, me tocó a mí detenerle.

-¿Y cómo te recibió?

-Muy mal. El Raisuni tenía mucho genio. Pocos le conocían como yo. Cuando me acercaba a él, sus ojos me querían quemar. Al llegar a su presencia me dijo: “¡Hijo de p… perra! ¡Tú, que hasta esa chilaba que llevas puesta me la debes a mí…!

Yo le dije que tuviera calma, ya que pensaban concederle el “amán”, pero el me contestó: ¡Fuera de aquí! ¡Jamás aceptaré el “amán” de quienes tratan así a un descendiente de Muley Abdeselán!
Por fin, se le cogió prisionero. Como estaba muy enfermo y apenas se podía mover, fue necesario subirlo en una parihuela que habían de transportar cuatro áskaris rifeños hasta conducirlo a su prisión de Tamasín. El Cherif, al verse en la parihuela, dijo: “Durante mi vida, monté en mula, en caballo, en coche, en tren, en barco y en avión. Unicamente me faltaba montar a hombros de hijos de perra, y eso lo acabo de conseguir ahora. ¡Loado sea Dios!” Y así fue cómo, a hombros de de áskaris rifeños, fue trasladado al Rif, donde había de morir poco tiempo después.

-¿Y el palacio de Tazarut quedó destruido al ser asaltado?

-No sufrió el más mínimo daño. El Raisuni le tenía mucho cariño; él nunca pensó que allí terminaría su prestigio. ¿Sabes lo que hizo cuando construyó ese famoso palacio? Yo estaba allí yo ví lo que te voy a contar.
El Tálet Mohamed Chauni, que hoy sonreía y daba rienda suelta a sus secretos, continuó¨:
Al maestro que construyó el palacio lo llamó un día, cuando estaban a mitad de la obra, y le dijo: “Quiero que me construyas dentro del palacio un escondite que nadie más que tú debe saber dónde está situado, ni siquiera yo mismo. Cuando lo hayas construido me lo comunicas y entonces yo lo buscaré. Si lo encuentro, es que no has sabido esconderlo bien, y si no lo encuentro, te premiaré, porque has elegido bien el sitio.
Cuando el maestro terminó su trabajo, así se lo comunicó al Cherif, quien por mucho que buscó no pudo encontrar la habitación-escondite.
-Te felicito, dijo al maestro, pues ni yo mismo soy capaz de encontrar lo que tan bién has debido construir. Muéstramela.
Cuando se la enseñó, el Raisuni quedó maravillado de la obra del maestro y se limitó a decirle: “Espero que tan sólo tú y yo sepamos encontrarla.”
-Así es, le contestó el maestro.
Instantes más tarde ordenó a dos de la harca que lo maniataran, y ante su asombro, el Raisuni le dijo:
-Amigo mío tú sabes que un secreto entre dos es malo de guardar… ¡Matadlo!
El desgraciado maestro fue enterrado de noche, en la huerta del palacio, debajo de un quejigo viejo que hay allí.
Cuando le pregunto al Chauni por la veracidad de cuanto me ha contado, exclama en árabe:
-¡”Au xennú”! ¿Cómo no?… ¿Ya lo creo?
Le pregunto ahora si él creía que el Raisuni tenía dotes dilomáticas y por segunda vez exclamó:
-¡Ya lo creo! Muchas veces le he oído decir que lo que no lograran sus armas lo lograría su diplomacia. Y de sus labios escuché también que Silvestre era el único español a quien temía y a quien no sabía engañar. Fue tal su alegría al saber que se marchaba de Larache, que nos dio una fiesta.
-¿Tú has visto alguna vez a Silvestre?
-Sí estaba; estaba en Arcila con el raisuni cuando Silvestre fue a liberar los presos de Jadíen que habíamos detenidos por negarse a pagar los impuestos que en nombre del Majzen le cobraba el Cherif. Desde aquel día, cada vez que oía pronunciar su nombre se ponía nervioso.
-¿También tú, Táleb Mohamed, habías intervenido en la detención de los de Jaldíen?
-Preguntale a Mohamed Uld Xarquía, que aún vive hoy… A él, como más protestón, fue el primero que detuvimos.
-¿Y fue cierto que en Arcila fueron encerrados en mazmorras inmundas?
-Sí por orden expresa del Raisuni, que con los presos era muy duro; sólo trataba bien a los extranjeros y a los que peor trataba era a los musulmanes, de los que solía decir que los conocía muy bien.
-Era muy reservado, continúa diciendo, y jamás se fiaba de nadie, ni aún de los de su familia.
El Táleb Mohamed Chauni, jefe destacado en las harcas del Raisuni, sigue contando sus recuerdos de joven. El ha sido líder y caudillo y los mil secretos que aún guarda en su cabeza, sólo asoman cuando su rostro se inunda de optimismo y alegría.
Fue agitador él también, como el Raisuni y como tantos otros que impulsados por una ideología más o menos ortodoxa, según su cultura y manera de pensar, han llevado la intranquilidad a los aduares y han paseado la muerte por los riscos y vericuetos de este Marruecos que no supo aprovechar la paz que España le ofreció durante los años de la sangrienta guerra europea.
De la Policía Indígena a la Mejasnía Armada
Dejando aparte las primitivas compañías de Mogatacer y Tiradores del Rif, podemos observar cómo una serie de disposiciones, normas y decretos pretenden dar forma y solución definitiva a la organización de la Policía en la zona del Protectorado de España en Marruecos.
La guerra de Marruecos, como toda guerra colonial, obligó a crear unidades indígenas conocedoras del terreno para evitar en lo posible derramamientos de sangre. Para obtener la pacificación se empleó y utilizó la fuerza y la política, y así vemos aparecer aquellas uinidades de la Policía Indígena que respondía a esta doble misión. A medida que se ampliaba el Protectorado, los servicios de Policía fueron aumentando, por lo que su particular misión tuvo que ser confiada en algunos casos a las Mehal-las y Tabores de Regulares. Este hecho de interferencia de cometidos creó cierta confusión, dando origen a muchas incompresiones. Las vicisitudes que siguió la Policía Indígena no fueron sino una consecuencia inevitable de las circunstancias. En los constantes intentos de disolución o permanencia prevaleció siempre el juicio de su indiscutible eficacia.
A los áscaris de Intervención afectos a las Intervenciones Militares correspondió llenar el vacío que dejaba la Policía. Los servicio seguían siendo necesarios, quizá ahora más que nunca, pues en la paz había que conquistar el alma del marroquí. Los áscaris de Intervención no fueron nunca tropa organizada, ya que entre ellos los ejerccios militares y la instrucción eran una cosa secundaria.
Consolidada la paz, el agente encargado de velar por el orden y de hacer cumplir la ley no podía ser ya un áscari cualquiera. Hacía falta una Policía especializada que hiciera sentir al indígena el respeto a la autoridad constituida. La Mejasnía Armada Marroquí vino a constituir este agente de la autoridad en las zonas rurales. Se nombraron mandos de la Guardia Civil para que en el nuevo cuerpo se inyectase el espíritu del Benemérito Instituto, adaptando el reglamento que había de aplicársele, a la especial psicología del indígena.
La instrucción y la autoridad del mejasní se vio así robustecida, y su figura como guardador y vigilante del orden y de la paz es poco valorada y desconocida. Este mejasní es el esforzado peatón que en las tardes o noches de lluvia lleva a a Intervención el sobre de la correspondencia oficial, muchas veces a través de penosos caminos y de enormes barrizales. Es el hombre que en la noche oscura, cuando el nativo duerme, persigue sin tregua ni descanso al malhechor. Es el mismo que cuando el Sol quema y se incendian los bosques, corre y busca en todas direcciones hombres y brazos para extinguir el fuego. Es ese leal escolta que camina sin fatiga junto a la cola del caballo del Interventor durante sus constantes e interminables recorridos por las cabilas. El hombre amigo y hospitalario que el cazador perdido halla siempre en su camino; el que a la hora trágica de un accidente lleva el consuelo del primer socorro; el intérprete oportuno, el vigilante atento y astuto, el enlace seguro que arriesga infinidad de veces su vida, el colaborador valioso en los asuntos importantes de información, el elemento indispensable y único de que dispone el Interventor para hacer sentar la autoridad y el prestigio del Majzen.
Sufrido y sencillo el mejasní, insustituible en su gran servicio, es el heredero de aquellos Policías Indígenas de quienes el general Mola ha dicho que “el éxito rebasó todos los límites de cuanto de ellos se podía esperar”.
Leonardo Sevilla González: “Orígenes y evolución de la Mejasnía marroquí”.
Las agresiones sistemáticas
Como una lógica consecuencia de la marejada de agitaciones tan puerilmente aveces protagonizadas por fanáticos, manejados casi siempre por agentes de una u otra potencia extranjera, se prodigaban las agresiones y los actos de pillaje en una proporción considerable, aunque normal, si se tiene en cuenta el etado de excitación provocado por la guerra europea durante este periodo.
Agitaciones y agresiones, alternativamente, llenan el hueco que en la crónica bélica dejó la neutralidad de España durante estos años.
En el capítulo de las agresiones, el territorio de Ceuta y Tetuán vivió durante los seis primeros meses de 1916 casi una paz absoluta y no se registran sucesos de mayor importancia. La normalidad quedaba reflejada cada semana en la asistencia los zocos entre cuyas concurrencias es fácil ver ahora a muchas familias que regresan del exilio al que se han visto obligadas por las seculares deudas de sangre o por las agresiones o molestias de que eran objeto por el mero hecho de ser simpatizantes de España o de cuanto esta nación allí realizaba.
Las unidades militares permanecían en sus campementos dedicadas, sobre todo, a una intensa instrucción militar. Esta finalidad, y no otra, han tenido determinados ejercicios y movimientos aunque a veces por el número de efectivos que en ellos intervinieron, daba la sensación que se trataba de pequeñas operaciones. Bien es cierto que, en algunas ocasiones, so obtuvo una utilización práctica, como sucedió cuando una columna regresó de un paseo militar del Fondak de Ain Yedida, aprovechando esta circunstancia para ampliar la zona protegida que lindaba en todo el trayecto con la carrtera Tetuán-Ceuta, construyéndose fortines en lugares dominantes sin sufrir apenas molestias por parte de los indígenas, que sólo hicieron notar su presencia efectuando algunos disparos desde muy larga distancia.
En otra ocasión se construyeron algunos blocaos en la orilla derecha del Martín, cerca del barranco del Merg, en las faldas del macizo de Beni Hozmar, sin ninguna intención bélica, y sólo para satisfacer la petición de los agricultores de aquella comarca, cuyas huertas se veían constantemente amenazadas por la rapiña de bandas incontroladas compuestas casi siempre de huídos y malhechores. Contra estas bandas se actuó a veces duramente, incluso con la intervención de la artillería y con apoyo de la marina de guerra, como sucedió en el Biutz, que fue bombardeado por el “Príncipe de Asturias”. Hay otras muchas agresiones en la zona Tetuán-Ceuta, todas ellas marcadas con el mismo sello y que ni siquiera han merecido ser recogidas por la crónica.
El territorio de Larache también se caracterizó por las sistemáticas agresiones, ninguna de carácter grave. Entre ellas hay que mencionar la que dio lugar a la muerte del teniente Bobadilla, de la Policía Indígena, y las heridas sufridas por el teniente Suances, de artillería, atacados ambos por la pareja que le daba escolta para robarles la consignación que llevaban a la posición de Maida. En otras ocasiones la Policía sostiene tiroteo para repeler diferentes agrasiones, en las que casi siempre se ve la mano escondida del Raisuni, que acentuaba en esta época su odio España. Cuando la paz y la tranquilidad se ve turbada por estas agresiones, apenas es necesaria la intervención del ejército, por afectar más directamente a las fuerzas de orden público.
El territorio que comprende la Comandancia General de Melilla también se ve afectado por las reiteradas agresiones, con soluciones sangrientas a veces, como sucedió los días 21 y 22 de junio de 1916, con motivo de la ocupación de la meseta del Dráa, valle del Baax, Tafsat y Chemorra, y al asegurar las comunicaciones entre estos nuevos puestos; durante estos dos días el enemigo se mostró tenazmente duro y las bajas habidas por ambos bandos no correpondieron a la proporción e importancia de la operación realizada, ya que las tropas españolas registraron diecinueve muertos y sesenta y dos heridos, por cincuenta y cinco y ciento seis, respectivamente, los agresores.
Por su especial significación y por el heroismo de sus defensores, merecen ser destacadas las agresiones que han sido objeto el puesto de Ifrit Bucherit el 22 de marzo y la avanzadilla del Dráa del Chucket el 17 del mismo mes, acciones ambas que con mayor detalle seguidamente se relatan.
Buzián, jefe de puesto
En Marrs el Abiad, posición situada en el límite occidental del territorio que comprendía la Comandancia General de Melilla, tenía la cabecera, con su puesto de mando, la 4.ª Mía de la Policía Indígena mandada por el teniente don Moisés Vicente Cascante. Los ciento ocho policías de su plantilla guarnecían una serie de pequeños puestos que se relevaban, por turno, según la importancia de cada uno.
El 20 de diciembre de 1916 correspondió el relevo al puesto Ifrit Bucherit que han cumplido los cuatro meses de turno. Mira a que maun (cabo) le corresponde ir y elige a los Policías que han de formar el pelotón que ha de marchar allí destacado.
-¿Cuándo se hará el relevo, de día o de noche?

  • De día, esta noche tienen que dormir aquí los otros… (Continuará)

Bibliografía
Al final del último capítulo

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José Antonio Cano

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