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El Torreón del Vigía

Ali

Era invierno, aunque aquí solo se note por no bajar demasiado la temperatura mientras la humedad se mete en los huesos. Es ese Levante de cielos grises que acorta los días. Hacía rasca aquella tarde y estábamos en una de las zonas más altas de la Ciudad. A pesar del resfriado no perdía las ganas de jugar, tal vez la fiebre aún estaba por llegar y eso que el reloj marcaba que era la de subida. Sus ojos oscuros brillan en un rostro blanco de piel y el pelo lacio cae por su frente. Mamá, siempre atenta, corregía ciertas posturas en el banco de la marquesina. Ella es de tantas mujeres que hacen también de padre en unas familias monoparentales, con la dificultad añadida, con el esfuerzo asegurado y sacando fuerzas también en los momentos duros que ofrece una existencia. No cae en el desaliento, a pesar que la espalda le pase factura. Sabe que la educación recibida es la mejor herencia que a sus pequeños le puede dar. Y en esos instantes me viene a la memoria mi madre que con la distancia del tiempo pensaba de la misma manera y que en expresión de la sierra hablaba de enderezar los arbolitos desde chicos. Idéntica idea y un mismo cariño que nace de la dedicación, sin horas, a quienes un día trajo al mundo. Aquella tarde de enero, dentro de la bola, no paraba con su piruleta, le daba igual la cámara del móvil. El instante lo quería vivir con su mirada y ese ocupa más que un objetivo. Si hoy le preguntase me contaría mil historias, como en los duros meses que ha soportado por el confinamiento y cuyo contacto con el exterior venía a modo de tarea. Las notas han compensado todo su empeño y la ayuda de mamá ha hecho el resto. De niños somos tan naturales que el engaño no existe. Carreras por el pasillo y de pronto una puerta que se abre, le sale natural el saludo amable igual que a aquella que le cuida. Era febrero, la cafetería nos volvía a unir, pero parecía que fue ayer. Pintaba y pegaba esos héroes de cómic y volvía a nacer la magia con sus labios, y en sus palabras. Cada noche extiende su mano para buscar la de su hermana y así entra en los sueños. Siempre he pensado que con las personas hay un hilo que nos une, nace de dos y lo vamos extendiendo a diario, es tan firme como queramos, pero no se puede romper. Aquella tarde de invierno se cruzaron miradas cuando toqué el timbre de la COA y me bajé en mi parada. Su sonrisa me llegó, pero su mano diciendo adiós fue el inicio de algo que sé que será para siempre. Felicidades Ali.

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