Yo vivo, desde hace más de 40 años, en un barrio obrero de Málaga sintiéndome, en los tiempos que corren, más o menos un privilegiado. Mi casa, si viajas en autobús, queda a unos 10 minutos del Centro, donde existen tiendas de todo tipo, como bibliotecas de viejo, que por muy poco dinero te puedes llenar un anaquel bien surtidito de clásicos; también modernas, donde se venden las últimas ediciones, y como me decía un amigo, ya no se puede cantar aquéllo: “Málaga, ciudad bravía, que entre antiguas y modernas tiene quinientas tabernas y una sola librería".
También existen cafés, bares y restaurantes de tapeo a precios muy asequibles. Hay mañanas, que andando al paso de Regulares, que no de La Legión, como el que no quiere la cosa, me “encajo” tranquilamente en la Alameda Principal. Cuando accedes a Puerta del Mar, en la misma esquina, siempre veo allí un mendigo sentado en el suelo, con una gorra en forma de platillo, para recoger monedas y un cartel en el que dice, escuetamente, que es pobre. Es un hombre de mediana edad, que no pide en voz alta, y siempre está leyendo un libro; el otro día fijándome un poco, observé que tenía: “Platero y yo”, de Juan R. Jiménez. Seguí por Atarazanas y Martínez hacia calle Nueva, y apenas 50 metros, había otro mendigo, sentado en un pequeño banquito de niño chico, como el que usaba yo en el “Colegio de los Cagones” de doña Nieves, en la calle Duque, y junto al plato tenía una foto del “Cautivo”, imagen del Cristo, seguida con devoción, por miles de ciudadanos, en Málaga. En la plaza de Félix Sáenz, un rumano cetrino, barrigón, tocaba con un acordeón, “Islas Canarias”, muy malamente, por cierto; y en la maleta-funda ya tenía unas pocas monedas “espurreadas”. Muy cerca de él, encaramado en una alta banqueta, un hombre muy mal vestido de payaso mendigaba, y a unos metros, un africano de color negro, con la camiseta del Barcelona, solicitaba ayuda con una sonrisa, en la que se notaba lo bien cuidada que tenía la dentadura. A todo el mundo que se acercaba le decía que era de Malí, y que se llamaba Azael, como el querubín que estaba de portero en el Jardín del Edén, con la espada flamígera, con severas órdenes del Supremo Hacedor para que Adán y Eva no volvieran, ya que estuvieron todo el santo día en pelota picada, cometiendo el gran pecado de echar varios kikis debajo de un manzano. Al llegar a la Plaza de las Flores, tres gitanas me ofrecieron una ramita de romero, que no acepté, y otro rumano tocaba con la trompeta “El Sitio de Zaragoza”, por cierto, el “picado” de la Caballería era de pena. Yo siempre digo que esa clase de música hay que sentirla muy adentro de tus entretelas, y no en plan bailoteo, y menos por un tío que no tiene ni puta idea de lo que está interpretando. En la calle Compañía esquina Los Mártires, junto al Museo Thissen, un hombre, que parecía haber salido de una oficina a la hora del desayuno, vestido con ropa de calle, similar a la que yo llevaba, aseado, de unos 40 años, llevaba colgado en el pecho un cartel que decía: “He perdido el trabajo. Acepto comida, y cualquier tipo de trabajo”. Lo miré sonriente, y con su triste mirada vergonzante me dio las gracias cuando le dejé un euro en el platillo.
Algunos de los dirigentes políticos, muy embusteros, de la cosa del jurdó público, dicen que ya se observan claros signos de recuperación de la crisis y que, en el horizonte, ya se puede ver optimismo. Muy satisfechos, ellos, con la cara tan dura como el granito, y su escasa vergüenza, nos muestran las cifras que avalan su feliz síntoma: la prima de riesgo muy bajita, el endeudamiento va a menos, algo de crecimiento, una leve mejora del PIB y datos de parecida ralea y jaez. Pero en Málaga, en el Centro, en esas calles peatonales, tan preciosas, como en las de cualquier ciudad española, se puede ver que es un espejo de la minieconomía de la que sobreviven cientos de miles de compatriotas, y ciudadanos que vinieron de otros países, en busca de algo mejor. Ellos no saben si ha descendido la deuda ni si la prima de riesgo está preñada, ha parido ya, o es que ha abortado. A veces, cuando observo tanta miseria en nuestras calles, y tanto sinvergüenza suelto, tanto imputado, hija, yerno, contables, representantes de currantes, y de toda laya, andando libremente por la calle, sin devolver un puto duro; y tantos aforados, que somos el país con más cantidad de políticos aforados en el mundo; cuando han recortado las ayudas sociales a los más necesitados: tratamientos a la dependencia, y tratamientos terminales, siento vergüenza y rabia. Un amigo, muy cachondo, me decía que como esto siga así, con tanta gente vip imputada, nos van a solicitar que entremos a los juzgados con traje y corbata, como nos exigían en Barcelona, en los 60 cada vez que accedíamos a alguna sala de fiestas a bailar. En un programa de tv pude ver que un hombre de unos 30 años, postrado en una silla de rueda, a las puertas de una Universidad, se dirigía a Rajoy, con una expresión muy fuerte. Yo no sé si éste se habrá “envainado” esa frase, pero lo que yo siento es que estamos gobernados por los subdiáconos y acólitos de los caciques de siempre, que son los pontífices del caciquismo casposo. Manuel Azaña decía: “El Gobierno es la representación de la Ley, del Derecho, de la Constitución y de la Autoridad del Parlamento; pero la Ley es inexorable e impasible; la majestad de la Ley proviene de que no está afiliada a ningún partido”.