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El rincón de Aranda

Un soldado de Regulares de cuando la República

melillahoy.cibeles.net fotos 1071 Juan Aranda web

Hace algunos años tuve un amigo, D. Rafael, q.e.p.d., aunque para los amigos como yo, “el de la Posta”, le llamaba Rafalito. Fue un gran amante de la poesía; decía que todos los poemas merecen que les pongan música entre sus versos, y que se paseen por las teclas de un piano, o salten de una cuerda a otra de una viola, sin indicaciones de un metrónomo.

En una de las interminables charlas que teníamos, le comenté qué clase de música le pondríamos a estos versos que hace años compuse para Melilla, recién venido destinado a Málaga: “Hermosa ciudad con corazón heroico, / con su luz verdosa azulada, / con su horizonte lejano a veces / y cercano en la distancia del mar. / Donde su risa brilla en su cielo azul, / donde las rocas, a veces le gritan / al ser golpeadas por las olas de la desidia, sin razón”. Me decía que yo era un poeta artesano, que ama cuando le dice a nuestra ciudad, y a sus calles algunos humildes versos cargados de amor e ilusión en el tiempo, llevando las mismas palabras en la boca y en el corazón. “Así es Juanito, así es como se debe cantar a los seres y a las cosas que amas”. Me comentaba que cuando fue quinto le pilló en Melilla, aquéllos “malditos días de julio del 36” vistiendo el traje de los regulares. “Fueron unos días aciagos, Juanito, ver como unos salvapatrias, se cargaban la República”. Éste venerable anciano, lector incansable, cuanto más viejo se estaba haciendo, más se iba pareciendo a los niños, hasta que, como a éstos les sucede si mueren, emigran de este mundo sin sentir en su horror la idea de la muerte. Cuando acabó de vender su pescado, y trasegó por sus viejos riñones, la parte de cosecha del mostagán que le correspondió, a veces lo veía un poco gazmoño y tristón. Me decía que la Naturaleza a veces, en vez de madre amantísima, se comporta como una cruel madrastrona, pero poseyéndo la prodigiosa habilidad, que lo iguala todo. Él se dejaba llevar con su sonrisa arrugada; pero cuando le entraba la vena de disertar sobre los amores de su juventud militar en Melilla, eran sus palabras tan sencillas y tan cargadas de verdad, que no se le echaban cuentas a la hora de conversación con él. A veces era tan sutil que a las casas de putas les llamaba “casas de compromisos”, de “disipación” o “galvanización de pistolas”. Es una denominación que hace años en Melilla se escuchaba referente a las casas de citas con apariencia normal, en una calle normal. Si nos encontrábamos sentados a la puerta de la biblioteca y pasaba una persona, que la Naturaleza no le fue pródiga en su aspecto, para decirle que era feo, me comentaba que todos los gatos tienen cara de gatos, todos los bueyes tienen cara de bueyes, pero en cambio, todos los hombres no tienen cara de hombres. A su novia, que luego fue su esposa, le decía unos versos que hoy no se llevan, y no es porque le faltase sensibilidad en el amor; él decía que en un banco cualquiera se puede ver a una pareja “amontonada” -dándose el lote-, y eso está muy mal para la mozuela, pero no para el novio garañón: “Cuando querrá Dios del cielo / y la Virgen de la Lú -Luz- / que tu ropita y la mía / las guarde el mismo baúl”. “No me tires pellizquitos,/ que me hacen cardenales,/ que luego por la mañana / me los conoce mi madre”. Rafalito fue un pozo de sabiduría popular, que recitaba unas canciones “sin pentagrama”, no cantados, como él decía. Un hombre del que me sentí orgulloso ser su amigo.

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