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Tienes razón … si piensas lo que yo pienso

04 gonzalo

Lo que ahora denominamos ‘corrección política’ empezó, en los años 60 del siglo pasado, como un movimiento que pretendía acabar con el racismo y la discriminación, especialmente en los Estados Unidos. Posteriormente ese movimiento se extendió para abarcar otras formas de discriminación, con especial énfasis en la sexual. Al ser el lenguaje la forma de expresión del pensamiento, esa tendencia incluyó, sigue incluyendo, cambios en el lenguaje para reflejar, aunque sea imperfectamente, esa inclusión. En el caso del racismo se trató de llegar a denominaciones supuestamente menos denigratorios, hasta llegar en la actualidad a llamar afroamericanos a ciudadanos estadounidenses, que son totalmente americanos por nacimiento. Lo mismo ha ocurrido con la denominación utilizada para referirse a personas con orientaciones sexuales diferentes a las binarias.

Lo que comenzó como un bien intencionado esfuerzo por respetar, racional, emocional y lingüísticamente, la dignidad de los seres humanos, cualesquiera que fuera su naturaleza o condición, ha degenerado con el paso de los años en una dictadura del pensamiento. La corrección política ha pasado a ser una supuesta verdad, fijada por unos pocos, para dirigir o controlar el pensamiento de los muchos. Ahora supone la tiranía de la minoría más ruidosa, la dictadura de la mediocridad. Es en este sentido en el que desprecio lo generalmente considerado como políticamente correcto, lo que nos lleva a pensar en silencio en vez de decir lo que realmente pensamos. En una sociedad democrática, la libertad de expresión debiera ser un derecho fundamental.

Hemos pasado de respetar al que anteriormente consideraríamos diferente, a que ahora sea el diferente el que imponga sus normas, sin respetar las de los que, ahora, ‘son los diferentes’. Según la nueva realidad impuesta se puede estar orgulloso de ser negro, pero no de ser blanco. O se puede estar orgulloso de ser homosexual, pero no de no serlo. Esa tiranía dirigida fuerza la realidad para convertir la virtud, el respeto ajeno, en un desprecio de ese respeto.

Si se elige decir que eres blanco, no se ofende al que no lo es, tan solo se refleja una realidad étnica comúnmente aceptada. Si se dice no ser homosexual, tampoco se ofende al que sí lo es. Por el contrario, los llamados desfiles del ‘orgullo gay’ deberían ofender, en primer lugar, a los mismos homosexuales, ya que en esos desfiles con frecuencia son presentados como una caricatura extremista, lejos de la realidad de la mayoría de ellos y, por supuesto, en contra del más mínimo sentido del buen gusto. Ser homosexual, como no serlo, no debería significar el ser presentado de esa manera ¿Qué pensarían de un desfile del orgullo heterosexual, en el que hombres aparecieran como una caricatura del machismo sexual más lamentable? Obviamente sería ofensivo, ridículo y de pésimo gusto.

Con lo escrito antes supongo que estoy, voluntariamente, olvidando lo marcado como políticamente correcto, pero creo firmemente en la verdad de lo que escribió Mark Steyn: “La corrección política es una forma de tiranía con la que la gente común está siendo intimidada para que se calle.” Es una forma clara de censura y de pensamiento único de la que es difícil sustraerse, al igual que lo es la imposición de un lenguaje determinado que limita la libertad de expresión, impide el debate y la reflexión crítica.

La ‘corrección política’ puede ser utilizada, de hecho lo está siendo, con fines políticos para silenciar a los opositores o para promover una determinada agenda ideológica. Viene inmediatamente a la mente la mal llamada ‘ley de la memoria histórica’, una repugnante reescritura de la historia basada en el revanchismo y la mentira que, a fuerza de repeticiones, (Goebbels) ha pasado a ser una verdad en el ideario de buena parte de la población española. Siendo eso grave, lo es aún más cuando algunos de los que creen la mentira tendrían la obligación, por cultura y educación, de conocer o investigar la verdad, acudiendo a la lectura de historiadores prestigiosos. Pero el sectarismo es más fuerte que la inteligencia. “No hay tiranía más cruel que la que se perpetra bajo el escudo de la ley y en el nombre de la justicia” dijo Montesquieu.

En cuanto a la actual situación política española, viene a cuento citar a John Locke, un reconocido filósofo inglés del siglo XVII, quien escribió: “Se debe, pues, considerar tirano a todo gobernador, o como quiera que se titule, que no tiene la ley como regla sino su voluntad propia y cuyos mandamientos y actos no están dirigidos hacia la preservación de las propiedades de su pueblo sino hacia la satisfacción de su propia ambición, de sus venganzas personales, de su codicia o de alguna otra pasión semejante”. Han pasado siglos pero lo escrito aplica, palabra por palabra, a lo que Sánchez y los de su culto están haciendo en estos momentos.

Esa misma situación actual refleja la tibieza de los que deberían enfrentarse, con determinación y claridad, a los que pretender imponer su falsa verdad, sus intereses, en contra de lo que conviene a España. Pero, como dijo Albert Camus, “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios, sino sobre las fallas de los demócratas.”

En el ámbito internacional, podemos entender, entendemos, las manifestaciones que buscan limitar o impedir las muertes de palestinos en Gaza, mediante un alto el fuego. Pero no entendemos que no hubiera manifestaciones en contra de la matanza protagonizada por el grupo terrorista Hamás, el pasado 7 de octubre ¿Son las vidas de los palestinos más válidas que las de los israelitas? ¿Cómo debería reaccionar Israel ante unos vecinos que la atacan continuamente, buscando su destrucción? La solución al problema pasa por que Hamás, Arabia Saudí, Irán, reconozcan la existencia del estado de Israel y se comprometan a una paz justa y duradera. Como debieron haber hecho en 1948.

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Gonzalo Fernández

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