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Carta del Editor

Sobre sueños, gobiernos y libertad de expresión

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Soñé que estaba en la terraza de un bar de Melilla, esperando a alguien y comiendo un cartucho de pipas. Mientras lo hacía observé que me vigilaba un capitán, que tomaba numerosas notas. Días después me llegaba una citación judicial, basada en las notas ("investigaciones") realizadas por el capitán, en las que me acusaba de innumerables y gravísimos delitos. Me acusaba de tráfico de influencias, porque había llegado a la "conclusión" de que las pipas me las había vendido el presidente de la Ciudad Autónoma, a un precio que el capitán no había podido, determinar, pero que sin duda era muy alto Sueños
Martin Luther King pronunció, el 28 de agosto, en Washington, delante del monumento a Abraham Lincoln, el que fuera quizás el más famoso de sus discursos, universalmente conocido como "Tengo un sueño". "Hoy les digo que, a pesar de las dificultades, yo aún tengo un sueño", un sueño que resumió al final de su discurso: "¡Somos libres al fin!".

Yo también tengo, de manera general, el mismo sueño, el de poder ser libre, el de que mi país, España, y mi ciudad, Melilla, puedan alcanzar mayores niveles de libertad, menos abusos de determinados poderes establecidos, menos persecución a los inocentes, menos miedo a la libertad del hombre frente a sí mismo y a la sociedad, como pedía Erich Fromm en su celebérrimo libro.

Pero, además de ese sueño general y permanente, el otro día tuve un sueño muy particular, del que, al despertarme, recordé fragmentos. Soñé que estaba en la terraza de un bar de Melilla, esperando a alguien y comiendo un cartucho de pipas. Mientras lo hacía observé que me vigilaba un capitán, que tomaba numerosas notas. Días después me llegaba una citación judicial, basada en las notas ("investigaciones") realizadas por el capitán, en las que me acusaba de innumerables y gravísimos delitos. Me acusaba de tráfico de influencias, porque había llegado a la "conclusión" de que las pipas me las había vendido el presidente de la Ciudad Autónoma de Melilla, a un precio que el capitán no había podido, todavía, determinar, pero que sin duda era muy alto. La venta implicaba que, tanto el presidente como yo, habíamos cometido ese delito de tráfico de influencias, porque el paquete de pipas debería haberse vendido tras concurso público. Implicaba también un delito de ocultación de dinero, porque yo no había declarado la procedencia del dinero con el que había pagado las pipas, y el capitá sostenía -después de largas investigaciones- que tal capital procedía de un paraíso fiscal que yo había abierto en las Islas Chafarinas, próximas a Melilla, lo que me permitía una mayor facilidad de manejo del dinero allí oculto.

Observó también el capitán, tras sesudos análisis y cuidadosas investigaciones, que varias personas que pasaron por delante de la terraza pública en la que yo consumía pipas, miraban con delectación y cierta envidia lo que estaba comiendo. Y concluyó que, además de los delitos ya mencionados, y astutamente resaltados por el capitán, había que incluir, dado que los que me observaron eran de distintas etnias y procedencia social, que había incurrido en el feo y grave delito de racismo, además del de injusticia social, apropiación indebida e insolidaridad, por no haber repartido las pipas entre quienes no las tenían y, quizás, no disponían del dinero necesario para comprarlas.

Me acusó el capitán de otros muchos delitos, todos gravísimos. Recuerdo que lo hizo, por las pesadillas que padecí en mi sueño, pero al despertarme ya no recordaba todos esos nuevos delitos. Tampoco recuerdo si mi sueño terminó en una condena a las mazmorras frías durante el resto de mi vida o si un juez bienintencionado me absolvió y ordenó retirar las medallas que el capitán había cosechado como "mérito" por sus arduas y perspicaces "investigaciones". Sólo recuerdo que yo sudaba profusamente al despertarme y que, aunque hacía calor, este no era tanto como para provocar tanto sudor. Sin duda mi sueño había sido una terrible pesadilla, que no consiguió desanimarme ni asustarme, porque, ya despierto, seguí teniendo el sueño de que mi país, España, y mi ciudad, Melilla, puedan tener menos miedo a la libertad de nosotros frente a nosotros mismos y frente a la sociedad, y también frente a los "capitanes" abusadores. Yo también quiero exclamar, como Martín Luther King deseaba y soñaba: ¡Somos libres al fin!

La delicia de no tener gobierno
En el ámbito no de lo onírico -lo que se refiere a los sueños, las visiones, alucinaciones e ilusiones- si no de la vida real, me causó una profunda impresión un artículo del historiador e hispanista Henry Kamen publicado el pasado martes en el diario El Mundo y titulado "La delicia de no tener gobierno". Afirmaba Kamen que "un país puede funcionar perfectamente aunque no disponga de un Gobierno con plenas facultades" y cita, a modo de ejemplo, que Bélgica estuvo 589 días sin gobierno, entre los años 2010 y 2011, y que Suiza funciona muy bien con un Gobierno sumamente débil. "Los gobiernos, en opinión de muchas personas que no son sospechosas de anarquistas, son responsables de muchas de las cosas malas que nos suceden: leyes absurdas, se llevan nuestros bienes vía impuestos, estimulan la corrupción en la vida pública", etc, añade Kamen, que también recuerda que uno de los principios básicos de la creación de los EEUU, el país hoy más poderoso del mundo, fue "afirmar que la gente debe estar libre del peso del Gobierno", o sea que "cuanto menos gobierno tengamos, mejor".

Es muy probable que la ahora buena situación de España, sea debida, precisamente, a que no hay un Ejecutivo activo y, así, "se ha mitigado la obsesión constante de promulgar leyes y nos damos cuenta de que una gran parte de los controles ejercidos por el Gobierno son un obstáculo para la prosperidad, que se origina mediante el trabajo duro y los esfuerzos de la gente común, no por las leyes y regulaciones gubernamentales". "Hoy la pregunta más importante en España es si el electorado desea realmente dejar de nuevo el control en manos de los políticos de quienes ha aprendido a desconfiar, y que han demostrado que anteponen los intereses de su facción a los de la nación", concluye el historiador.

En el ámbito local, melillense, es también muy probable que la pregunta más importante hoy es qué ocurriría si en lugar de existir, como todavía existe, una Intervención ineficaz y paralizante, y una administración pública hipertrofiada y omnipresente, existiera otro tipo de interventor y menos administración. La ciudad iría mucho mejor, y sus habitantes vivirían también mucho mejor y, sobre todo, se sentirían más libres y perderían menos tiempo rogando y temiendo a los administradores.

Libertad de expresión
Thomas Jefferson dijo: si me dieran a elegir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno, no dudaría un momento en elegir lo último.

La libertad de información y expresión está especialmente protegida en el artículo 20 de la Constitución Española, y bajo el título de "De los derechos fundamentales", apartado 1: "Se reconocen y protegen los derechos: a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción". En Melilla algunos presuntos servidores públicos -que más bien se sirven del público, en vez de servirlo- desprecian la libertad de expresión y denuncian y amenazan a los que la ejercemos. No importa, seguiremos aspirando a ser libres y soñando con poder actuar como tales seres libres.

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