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Ventana al mundo

Reflexiones sobre el libro: esperanza de futuro

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Vivimos tiempos difíciles, de profunda crisis y grandes amenazas potenciales, con problemas coyunturales y estructurales graves, que plantean toda clase de desafíos pero que también dan derecho a toda esperanza a condición de que nos detengamos, de vez en cuando, a reflexionar al margen de la hiperactividad que nos rodea, tantas veces carente de sentido.

Ante la complejidad de nuestro tiempo y la incertidumbre del mañana, destaca la urgencia de un cambio de rumbo, de un cambio de estilo de vida. Porque, para que el hombre pueda ser protagonista de esta extraordinaria aventura, no basta con ser uno más entre los cada vez más numerosos habitantes de esta tierra. Lo que se precisa urgentemente es recabar, en cambio, su dignidad y calidad hecha cultura gracias a la educación y el aprendizaje de las más diversas cualidades y capacidades. Por lo tanto, el principal problema actual reside, sobre todo, en nosotros mismos; en restablecer el equilibrio interior, y en fecundar nuestro respectivo pequeño rincón del Universo gracias a los mejores instrumentos de la cultura.

Pero, ¿cómo lograr, por ejemplo, que el crecimiento material deje de ser la preocupación dominante aún entre quienes disfrutan los mayores niveles de bienestar, mientras seguimos muy lejos de reconciliar y armonizar el desarrollo económico con la Naturaleza o con el propio desarrollo social?
Para que esto ocurra, en medio de esta encrucijada, cada hombre tiene que empezar por apagar los ruidos publicitarios y refugiarse de los omnipresentes mensajes audiovisuales para poder reclamar la paz de espíritu que le permita una sincera y profunda reflexión que le permita volver a encontrarse consigo mismo.

Tan sólo los autores, los creadores, nos pueden ayudar a percibir la imagen de una nueva civilización y a intuir su esplendor, aunque para ello la ruta sea larga y accidentada. La civilización de lo universal, más aún, el enriquecimiento del patrimonio cultural universal, gracias a la pluralidad de las culturas en un mundo inexorablemente interdependiente, solo nacerá de la común ansiedad de una cultura viva de todos los habitantes del planeta ante la incertidumbre que nos atenaza.

Sin embargo, en éste nuestro mundo, ávido de poder y de prosperidad material, incluso sin piedad hacia todo aquello que se sale de sus reglamentos, cálculos y previsiones, es un verdadero milagro que la cultura, que la creación intelectual, artística, científica y tecnológica, siga manteniéndose viva y en constante renovación, incluso con sus aspectos imprevisibles y aún demoledores.

Ahora bien; una cultura viva es una cultura que crea, porque la vitalidad de una cultura no se juzga sólo por la pujanza de sus raíces y tronco, sino, sobre todo, por él vigor de sus ramas y tallos jóvenes. Precisamente son los libros los principales tallos jóvenes y prometedores de una cultura viva y pujante. Lo cierto es que la civilización de lo escrito, encarnada en el libro, guarda hoy todo su valor y toda su vitalidad. Sin embargo, el libro sigue siendo el gran olvidado de las políticas culturales de muchos países, pese al prodigioso hecho de las bibliotecas y la progresiva omnipresencia del libro.

El libro, como "bien común" del hombre universal e instrumento inigualable para la participación activa de cada uno en la vida del espíritu, resulta, hoy como ayer, del todo irreemplazable porque cada libro es una nueva esperanza.

Al poner el espíritu en contacto con el libro (a diferencia de lo que ocurre con la imagen visual o sonora), lo escrito apela esencialmente a la inteligencia, que es, al fin de cuentas, la captación del mundo a través del concepto y del lenguaje. Más aún: El libro introduce la dimensión de la reflexión que contrasta con la comunión afectiva instantánea que suscita la imagen o que incluso la impone hasta la obsesión.

Por todo ello, el libro es, por excelencia, el utensilio esencial del trabajo individual: Informador constante y siempre disponible. Compañero fiel de la búsqueda personal a través del tesoro colectivo acumulado del saber y de la sabiduría de las generaciones pasadas. Basta observar cómo cada libro se abre sólo, como una flor en plenitud, en los pasajes ya leídos y plenamente saboreados.

Para terminar, yo te saludo libro, expresión tangible de lo mejor del espíritu creador de los hombres. Alarde de la imaginación tanto del autor como del lector, el libro es compendio del conocimiento: Del autor ensoñador de vivencias, del científico innovador audaz o comunicador de conocimientos recreados; así como del lector de ojos fascinados, con mente abierta y con la adhesión de un corazón tantas veces exaltado.

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