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Prospectiva, Reformas y Planificación de la Educación

Nuevas perspectivas de la educación Desde la última guerra mundial (IV)

El desarrollo económico ha sido en términos generales el principal objetivo de la posguerra. Los países ya antes poderosos persiguieron esta meta para asegurar su primacía o reconstruir y recuperar su posición de privilegio.Los países menos afortunados escogieron parecidas metas de desarrollo económico como «palanca mágica» de independencia política, bienestar material y evolución social.

Más tarde, a medida que se fueron alcanzando ciertos objetivos económicos o descubriendo sus limitaciones y servidumbres, el progreso y el bienestar social pasaron a ocupar primeros planos de atención, acercándonos de nuevo al hombre como motor principal y destinatario final del desarrollo. Actualmente, esta evolución conceptual y programática se ve acelerada cada día por la perplejidad e inseguridad que el creciente bienestar material produce al hombre en las sociedades industriales, sobre todo a los jóvenes de los países más avanzados económicamente, quienes, en comparación con los de otros países, «se lo han encontrado todo hecho» sin mayores sacrificios, y cuya situación de privilegio no colma realmente su espíritu.

Esta evolución ha tenido lugar también en el ámbito de la educación, afectándola en sus objetivos, prioridades, modalidades educativas y otros aspectos institucionales. Depositaria y transmisora de los conocimientos, a los que la investigación científica ha hecho crecer exponencialmente, la educación ha tenido que prestar atención preferente a la técnica y a la ciencia en todos cuantos aspectos afectan a los fines del progreso material. Pero, a medida que el bienestar material o al menos el crecimiento económico se han hecho realidad, y al tiempo que han ido proliferando nuevas instituciones culturales en respuesta a necesidades hondamente sentidas, se ha puesto en evidencia hasta qué punto lo decisivo es formar hombres con una elevada preparación a la vez humanista y científica.

La educación tuvo un singular protagonismo en las preocupaciones universales de los años de posguerra, años de reconstrucción material y de búsqueda de nuevas formas de convivencia para lograr una paz más auténtica. En el plano de los principios, la educación fue idealizada como el principal medio para evitar la guerra, principio que se refleja en la Constitución de la Unesco: «Dado que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde hay que construir la defensa de la paz.» Esta visión tomó cuerpo institucional y alcance internacional con la creación de la Unesco en 1946, según lo acordado en la Conferencia de Londres de noviembre de 1945, convocada bajo los auspicios de los países vencedores para constituir una organización especializada de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. La amplia e importante tarea de esta organización en más de un cuarto de siglo de desarrollo, al compás de los avatares del mundo, está ya inseparablemente vinculada a la moderna historia de la educación. No obstante, este planteamiento lleva también implícita la posible responsabilidad de la educación como medio para enfrentar a los hombres por sus ambiciones y egoísmos. En todo caso, evitar la guerra tampoco significa garantizar la paz ni, menos aún, hacer que la paz fructifique para provecho y bienestar de los hombres. A pesar de su fuerza poética, aquella idea original se reduce por lo tanto a una afirmación de escaso valor operativo, a no ser que se amplíe y refuerce el reconocimiento de que la educación depende sustantivamente de los valores éticos y morales que la inspiren, así como la Cultura y la Ciencia por ser éstas las que dan contenido y realidad a su tarea. Otro aspecto cada vez más esencial es el papel que desempeñan las comunicaciones y, en particular, los medios de comunicación social, en el logro de una amplia participación ciudadana y profesional tan necesaria para dar cada vez mayor alcance a las ideas e iniciativas en materia de educación.

La reconstrucción en Europa de la economía de los países vencedores y, en particular, de los vencidos, puso de manifiesto que el verdadero capital básico disponible era el constituido por una población activa cualificada, cuyo alto nivel de formación, competencia técnica y voluntad de futuro se habían de materializar muy pronto en productos manufacturados de primera calidad y en una productividad creciente. La necesidad de renovar la industria, tanto a causa de las destrucciones sufridas como de su desmantelamiento, en concepto de reparaciones de guerra, constituyó otro factor positivo e importante ya que de este modo se modernizaron las instalaciones fabriles con tecnologías más avanzadas. Pero el hecho decisivo fue, sin duda, haber dispuesto en esa coyuntura de suficiente personal altamente cualificado previamente, gracias al cual se pudieron obtener muy pronto elevados rendimientos del capital físico invertido y, en particular, de la ayuda financiera del Plan Marshall para Europa, así como de los recursos naturales de los respectivos países. Es así como el fenómeno espectacular del resurgir económico en los años cincuenta, de países devastados por la guerra significó un verdadero redescubrimiento de la educación a través de sus efectos en el viejo Continente.

Puede decirse que el período que va desde mediados de los años cincuenta hasta mediados de los setenta es el más importante en la historia del desarrollo de la educación, tanto por el volumen de los medios a ella dedicados como por los logros conseguidos durante ese tiempo. No obstante, también resalta el hecho de que esos mismos logros así como, obviamente, los fracasos sufridos, han revelado grandes lagunas y deficiencias en los sistemas educativos, necesitados actualmente de una profunda transformación. Ello supone renovar sus conceptos básicos, sus métodos y organización y, en suma, la filosofía misma que los inspira. Hay, pues, que reconsiderar los fines y los medios del desarrollo educativo, advirtiendo que la educación es un instrumento para la formación del hombre, a cuyo fin promueve la difusión y el progreso de la ciencia y de la cultura. En este sentido puede decirse que la educación no tiene contenido propio, sino que es, en sí misma, considerada un método y un sistema alimentados por la Cultura y la Ciencia.

Los sistemas educativos, por fuerza de la situación real en que hoy se hallan, están abocados ineludiblemente al cambio y a la transformación, ya que no pueden soportar por más tiempo los agobios de una tecnología anticuada y de unos sistemas de gestión tan poco eficaces que hacen de la educación una empresa ruinosa por su bajo rendimiento. No obstante ser la más importante «empresa» de muchos países, la educación es también la «empresa» con mayor inercia y con más acusado conservadurismo. De la difundida preocupación por abrir los sistemas educativos a ese cambio, que se juzga absolutamente necesario, han surgido multitud de fórmulas en los últimos tiempos. Valgan los ejemplos de «la ciudad educativa», «el mundo como maestro», «la sociedad estudiosa», «la educación desescolarizada» o «la economía de la cultura», todas muy influidas por las ideas de la educación permanente o de la educación recurrente a lo largo de la vida.

Es notable a este respecto que las grandes ideas educativas surgidas a lo largo de la historia no hayan sido producto tanto de los profesionales de la pedagogía como de pensadores, hombres de fe u hombres de Estado, es decir, hombres con vocación de educadores abiertos a los temas más trascendentales y a las corrientes más amplias de la cultura y de la organización social. En sus obras pueden encontrarse, en esencia, muchas de las ideas que hoy aparecen como más originales y «modernas». Con objeto de obtener conclusiones prácticas para la construcción de una estrategia de cambio educativo, es preciso analizar las experiencias más significativas de estos últimos decenios en torno a las ideas fundamentales o más características que han ido predominando sucesivamente en la evolución universal de los sistemas educativos.

Al pasar revista a las sucesivas fases de la evolución de los sistemas educativos desde 1945, las «ideas clave» que aparecen sucesivamente son las de «educación para la paz» (época de la reconstrucción y de la posguerra), «educación y democracia» (como resultado ideológico de la contienda bélica mundial) y «educación y desarrollo industrial» (con su énfasis en la formación profesional y en la educación técnica). A éstas sigue la etapa de «educación y desarrollo económico» (y no ya simplemente «industrial»), apoyada en la expansión de la educación primaria. Una nueva fase se perfila a continuación cuando se emprende la «planificación educativa», que conlleva un replanteamiento de objetivos y una nueva instrumentación de la actuación política, tal como puede verse reflejada en las numerosas reformas educativas que se llevan a cabo en ese periodo. Son características del mismo la primordial atención a la investigación, la evaluación y la experimentación educativas, así como la participación social en la educación, aunque escasa. De esta temática surge la etapa actual, que puede configurarse bajo el epígrafe «educación y sociedad», en la cual se combinan de modo teórico los papeles educativos del Estado, de la sociedad y de la familia, se atiende a las relaciones entre educación y empresa y se perfila una idea de difusión cultural entendida no ya como cultura popular sino como derecho fundamental de todo hombre a participar de la cultura.

De semejante esquema y de su instrumentación real, en un punto de vista prospectivo, es de donde puede arrancar el diseño de una próxima etapa en la evolución previsible de la educación, bajo la idea genérica de «educación y cultura», «medios de comunicación social y nuevas tecnologías», en la que están llamados a jugar un papel decisivo la calidad de vida y el desarrollo político, cultural, científico y tecnológico del mundo ante las crecientes amenazas globales.

En definitiva, se trata de resaltar la correlación existente, en términos generales, entre la educación y el movimiento cultural y científico de la moderna civilización. Pero el hecho es que la educación suele ir a la zaga de las transformaciones socioculturales, científicas y técnicas, y tendría que poder adelantarse a ellas para poder hacer frente a las exigencias que plantean las mismas y aprovecharlas plenamente. Esta capacidad anticipatoria depende de nuestro potencial actual de imaginar las necesidades educativas del futuro y de organizar, en consecuencia, los sistemas educativos para ese futuro, haciendo que estén en condiciones de captar las transformaciones que se producen en las épocas de crisis, que, como tales, son también épocas de creatividad y progreso.

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