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El rincón de Aranda

Pinceladas de mi infancia II

melillahoy.cibeles.net fotos 1629 Juan Aranda web

En aquél tiempo en que las manzanas olían a manzanas, y el pan calentito de la Panadería Aznar, en Castelar, a chusco cuartelero. Cuando descubríamos la primavera sin apenas sentirla, llevando el trompo y las chapas en el bolsillo. Era cuando algunas niñas, mientras jugaban a la comba o al ziriguizo, antes que los demonios del tiempo pusieran en fuga su infancia, sonreían con tímida y romántica discreción.
Era cuando la utopía fascista, hecha realidad, solo la disfrutaban los vencedores de la puta guerra, con sus familias, junto a la gente del jurdó.

Entonces Melilla era, la madre que parió al levante, y la madre que parió al poniente. Lo de El Telegrama del Rif, era para compararlo, con altanero orgullo, con Madrid, que carece de estas tres cosas: Tres cosas tiene Melilla, que no las tiene Madrid: el Poniente, el Levante y El Telegrama del Rif. También aquéllo de: illa, illa, illa, los de Melilla, los de Meliiilla, illa, illa, illa, los de Melilla están aquí…, cuando realmente no veníamos de ningún sitio, porque ya estábamos aquí.

Era cuando, a finales del los 40, según las Actas del Ayuntamiento, las becas y bolsas de estudios para estudiantes, los jóvenes de familias con posibles, de conocidísimos apellidos en la ciudad, les eran concedidas, por ejemplo, para estudiar Química (Farmacia) 2.250 ptas., igual que para el de Económicas; para Ciencias Exactas 3.000 ptas, para Derecho 4.000, igual que para Medicina; y para la Formación Artística de una señorita, 4.000 cucas del ala. A continuación venía la lista de los hijos de los tiesos, de tan solo 100, 200 o 300 ptas., que solo servían para arrimarlas al paupérrimo sueldo de 333´33 ptas. del cabeza de familia, y medio tapar algún agujerillo.

Entonces las clases de los colegios olían a queso americano, a la apestosa leche en polvo que nos repartía Villalta en el de Ataque Seco; a tiza, a pubertad con granos, y a goma de los zapatos Gorila, comprados en El Camello de la calle Margallo, o en Casa Méndez, que decían que era el que más barato vendía: Casa Méndez, el que más barato vende. Entonces, las lenguas de doble filo, decían que el muchacho, bien parecido, hijo de un tieso, que entraba de dependiente en una tienda, y se hacía novio de la hija del dueño, para después casarse con ella, era que había pegado un braguetazo. Como también que alguna muchacha, dependienta de otro comercio, también se casaba con el hijo del dueño. En este caso el adjetivo pónganselo ustedes. Aunque yo creo que era Cupido con sus flechitas impregnadas de amor. ¿Y por qué no íba a ser así?.

Y Enriqueta: ¡ay! la Quety, la que nos alquilaba, y cambiaba los tebeos, dos por tres gordas (30 cts. de peseta); la que inflaba la vejiga de un cerdo, que tenía siempre humedecida para después, pausadamente desinflarla, pareciendo que se tiraba pedos acompasados musicalmente. Esto solía hacerlo cuando alguien desconocido pasaba por su puerta camino del Cementerio; echándonos las culpas a nosotros, los niños, que estábamos muertecitos de la risa. Y no era para menos. Yo creo que más de una vez era ella la que soltaba esos sonoros cuescos.

A veces cuando el sol desayunaba en los tejados y azoteas de Ataque Seco y Castellón, y un vientecillo de esos que secan la ropa en poco tiempo, traía olor a café y al pan tostado con aceite. El café era: Café, café, café, Viuda de Gallego, Polavieja 34. Eran las diez de un domingo, y habías quedado con dos amigos para ir a bañarte a la Alcazaba, donde mi amiguito Rogelio quedó renco al caerse por su pequeño acantilado. En la ensenada de los Galápagos, o de los Viejos, el agua siempre estaba calentita y muy tranquila. A veces nadábamos hasta la playita, debajo de la Muralla Real.

Un lejano día septiembre de 1980, lo vi en compañía de su esposa cerca del parque Hernández, como dos estatuas oscuras que caminaban abrazados en el atardecer. Parecía que el trayecto era una ceremonia de desfile silencioso. Aquél hombre fue mi maestro, el que me enseñó que cuando alguien está sepultado en la ignorancia, solo piensa salir con palabras que lo hacen más ignorante; pero si es prudente siempre lo hará en silencio y escuchando a los demás. Nos decía que nuestra ciudad, Melilla, es un almacén repleto de hechos históricos que con sólo leer algunos rótulos de sus calles te viene a la memoria todo lo que has leído sobre sus 500 años de historia, que es España, y no de ella.

El día, espantoso y triste, que dábamos sepultura a mi madre, lo encontré a la salida del Cementerio. Venía de visitar la tumba de su esposa, fallecida pocos días antes. Cuando le dije el motivo de mi visita y verme tan triste, me dijo una frase que se me quedó grabada, como muchas de sus enseñanzas: Aranda, hijo, hoy para ti no es día de pensar, es día de sentir. Y cómo sentía yo, en lo mas profundo de mi alma, la muerte de mi madre. Me fundí en un abrazo como si hubiera sido a mi padre, que el pobre mío, estaba junto a nosotros en la escalinata de la Purísima.

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