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No se nos olvida el horror ruso. Slava Ukraini

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En las ciudades y los campos de Europa del Este, el pueblo de Ucrania continúa lidiando con la tragedia y la destrucción que la guerra rusa ha traído a su país.  Durante nueve años, la nación ha estado atrapada en un conflicto prolongado que ha dejado su huella en la tierra, su gente y el panorama geopolítico global.

Entre tanto, en Europa y Norteamérica especialmente, la población se ha olvidado de Ucrania y se ha centrado en sus vacaciones y en sus también importantes disputas políticas y sociales domésticas.

El horror continuado deja de serlo. «Nada se vuelve tan monótono como el horror» dijo Oscar Wilde. Si bien esta frase es de aplicación a los que lo viven de lejos, seguro que lo es mucho menos para los que día a día sufren “sangre, sudor y lágrimas”, como prometió Churchill a su pueblo en la Segunda Guerra Mundial. Los políticos occidentales ya no sienten, en general y en mayor o menor grado, ningún horror que no esté relacionado con el de la satisfacción de sus intereses políticos o personales.

Siguen muchos criticando la lentitud del avance de las fuerzas ucranianas, pero voluntariamente olvidan que esa lentitud se deriva de las enormes carencias de material de guerra que sufrieron durante muchos meses, y siguen sufriendo, por las dudas y el retraso de las potencias occidentales en proporcionárselos, lo que les impidió empezar la reconquista del terreno perdido antes de que las fuerzas rusas tuvieran tiempo para fortalecer sus defensas. Es vital destacar que un ataque rápido, sin la debida preparación previa, hubiera costado muchísimos más miles de muertos y heridos ucranianos y unas inasumibles pérdidas de material, sin que por ello se garantizara el éxito. Ucrania está haciendo lo que puede, con lo que tiene y en las circunstancias en que se encuentra.

Ahora, además, persisten las carencias en temas tan importantes como la cobertura aérea y las limitaciones en munición, especialmente la guiada y de largo alcance. Las carencias en la fuerza aérea Ucrania, aunque ahora esté aprobado el suministro de aviones F-16, van a seguir existiendo durante un largo e indeterminado plazo de tiempo. El modo en que Estados Unidos está manejando ese tema me trae a la memoria la famosa ranchera mexicana ‘El Rey’, cuando dice «A todos diles que sí, pero no les digas cuándo».  En cuanto a las carencias en munición, Estados Unidos ha tratado de paliar esta carencia suministrando a Ucrania las famosas y por muchos denostadas ‘bombas de racimo’, proyectiles que estallan sobre el objetivo y dispersan un elevado número de bombas mucho más pequeñas.

La artillería ucraniana recibió por primera vez municiones de racimo, fabricadas en Estados Unidos, hace unos pocos días, y han sido recibidas muy positivamente por las autoridades políticas ucranianas y por el ejército, dados sus buenos resultados en el campo de batalla. El asesor principal del presidente ucraniano, Mykhailo Podolyak, dijo en una entrevista:  «Es algo positivo. Nos ayuda a aumentar significativamente las pérdidas rusas en equipos y vidas». Un jefe de unidad de artillería ucraniana, quien según instrucciones recibidas de sus fuerzas armadas para evitar ser reconocido tan solo se identificó como Stanislav, dijo: «El principal beneficio es que el enemigo ahora tiene mucho miedo de ir al asalto». “Las unidades rusas que avanzan con vehículos blindados e infantería desmontada detienen su movimiento hacia adelante para permitir que las tropas busquen refugio de la metralla”.

Esta capacidad añadida es particularmente importante a la luz del empuje ofensivo de Rusia cerca de las ciudades de Lyman, en la región oriental de Donetsk y Kupyansk, en la región de Kharkiv al norte. El Kremlin está obligando a Ucrania a defender esas ciudades en un momento en que Kiev necesita soldados enfocados en su contraofensiva en el sur. Tener un arma que frene el avance ruso permite a Ucrania preservar a la fuerza que está en defensiva.

Cuando se trata de operaciones ofensivas, Ucrania usa las municiones para disparar contra áreas extensas cuando se desconoce la ubicación precisa de las fuerzas rusas, para destruir vehículos no blindados y para rociar bombetas sobre la infantería, al objeto de mantenerlos enterrados en trincheras e incapaces de devolver el fuego. Las municiones en racimo también permiten que las fuerzas atacantes ucranianas se acerquen a las posiciones rusas fortificadas sin ser batidas, porque la infantería enemiga permanece enterrada en sus búnkeres.

Si bien las bombas de racimo aportan un beneficio militar cualitativo, también proporcionan una ventaja cuantitativa en un momento en que Ucrania necesita más municiones para ampliar el alcance de la contraofensiva. El inicio de la última campaña, a principios de junio, vio un aumento dramático en el fuego de artillería ucraniano, pasando a utilizar 8.000 proyectiles por día, cuando anteriormente utilizaban aproximadamente entre 3.000 y 5.000 por día.

La comunidad internacional, con la excepción entre otros de Estados Unidos, Rusia y Ucrania, acordó prohibir la utilización de este tipo de municiones por la apreciable cantidad de submuniciones, de bombetas, que quedan sobre el terreno sin explotar, pero el enorme esfuerzo que se ha de realizar al acabar la guerra para limpiar el terreno de municiones sin explotar no va a ser principalmente por las municiones de racimo, sino por la ingente cantidad de minas plantadas por los rusos. Además, Rusia también ha empleado en Ucrania ese tipo de munición.

Pero todas las consideraciones, con la excepción del empleo de armas nucleares, quedan supeditados a la obtención del objetivo principal, ganar la guerra. El pueblo ucraniano no quiere un país libre de explosivos sobre el terreno, pero controlado por un gobierno y un pueblo al que ahora en su mayoría, odian, el ruso.

Además del costo físico inmediato, el conflicto está teniendo un costo significativo en la salud mental de los ucranianos. El trauma de la guerra, la pérdida de seres queridos y la constante amenaza de violencia, siguen dejando una marca duradera en la psique de la nación.

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Gonzalo Fernández

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