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Carta del Editor

Mitos

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“En Melilla también vivimos, no tanto como en Cataluña, a base de ciertos mitos, y me viene a la memoria la ciudad de Manchester, que tiene dos grandes equipos de fútbol y fama de ser una ciudad fea y triste. "Me gustaría vivir en Manchester. La transición entre Manchester y la muerte sería imperceptible", escribió Mark Twain. No me gustaría que, a base de ocultar la realidad y vivir a base de mitos, un día alguien sensato tuviera que escribir algo parecido sobre Melilla, no porque fuera fea y triste, sino porque resultara invisible”.

Pío Moa es un historiador muy prolífico, muy controvertido. Digamos que no se le puede encuadrar dentro de lo que hoy se considera lo políticamente correcto, que no debe ser tan correcto, cuando a tantos españoles no les gusta cómo está nuestra política. Acabo de leer el tercer libro de Moa, "Los mitos de la Guerra Civil", que cierra su trilogía sobre la república y la Guerra Civil española. Me parece que, en general, tiene razón sobre que persisten demasiados mitos, sobre todo acerca de esa terrible guerra.

Mito, según el diccionario de María Moliner, tiene tres acepciones. Representación deformada o idealizada de alguien o algo que se forja en la conciencia colectiva (el de la Atlántida o el de Eva Perón, por ejemplo). Cosa inventada por alguien, que intenta hacerla pasar por verdad (una mentira). Leyenda simbólica cuyos personajes representan fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condición humana (Prometeo). Las tres se pueden aplicar a nuestra Guerra Civil.

Incluso el mito de Prometeo, un clásico de la mitología griega. Considerado el introductor del fuego, el inventor del sacrificio como mérito, el Titán protector de la civilización humana. Se atribuye a Esquilo la obra "Prometeo encadenado", en la que el dios aparece como el que, desobedeciendo a Zeus, llevó a los hombres el fuego, que Zeus les había quitado. Por eso Zeus, enfadado, ordenó a Pandora que abriera la jarra que contenía todas las desgracias con las que quería castigar a la humanidad (de ahí la famosa frase de la caja de Pandora, la caja de los truenos), hizo que Prometeo fuera encadenado, en Sochi, y envió un águila para que se comiera su hígado, pero, como Prometeo era inmortal, su hígado, comido cada día, crecía cada noche. El suplicio terminó cuando Heracles, hijo de Zeus, pasó un día cerca de la roca en la que Prometeo estaba encadenado y mató al águila de un flechazo. El mito de Prometeo permanece, aunque es evidente que él jamás existió, como permanece el mito sobre tantas cosas que ocurrieron durante nuestra Guerra Civil, o esa idea de que, en contra de toda evidencia, parece que la GC la ganaron los comunistas, no los franquistas.

Puede ser muy cómodo vivir a base de mitos, de falsedades, de inventos, de representaciones deformadas de la realidad, como en el caso de los independentistas catalanes. Pero es muy peligroso vivir a base de mitos, actuar como si los mitos fueran la verdad.
En Melilla también vivimos, no tanto como en Cataluña, a base de ciertos mitos, y me viene a la memoria la ciudad de Manchester, que tiene dos grandes equipos de fútbol y fama de ser una ciudad fea y triste. "Me gustaría vivir en Manchester. La transición entre Manchester y la muerte sería imperceptible", escribió Mark Twain. No me gustaría que, a base de ocultar la realidad y vivir a base de mitos, un día alguien sensato tuviera que escribir algo parecido sobre Melilla, no porque fuera fea y triste, sino porque resultara invivible. Lo digo a propósito de una reunión que tuve hace dos sábados en Madrid, con varias personas que habían vivido en Melilla, que vivían parcialmente allí o que vivían totalmente. Los que se habían ido se manifestaban, sobre todo por sus hijos, contentos de haberlo hecho. Los que vivían parcialmente, se mostraban decididos a dejar de ir, cuanto antes. Los que vivían allí permanentemente, estaban planeando marcharse y, en todo caso, hacerlo cuando sus hijos tuvieran que empezar a estudiar. Más que preocupante, sobre todo si nos mantenemos en el mito de que todo va muy bien en nuestra ciudad, porque, desgraciadamente, no es así.

Otras personas, con empresas o negocios en nuestra ciudad, me dicen e insisten en que Melilla no tiene futuro. Algunas fijan el fin de una Melilla vivible en cuatro años. Otras no fijan la fecha del fin de la ciudad, pero no lo ven lejano. Hay una sensación profunda y extendida, sobre todo, pero no únicamente, entre los melillenses nacidos españoles, de que Melilla no tiene futuro o, al menos, ellos no ven futuro a Melilla. Y me parece que es cierto: si seguimos como vamos no se vislumbra futuro para Melilla, por desgracia, repito.

Posdata
La Junta de Personal AEAT, de la Agencia Tributaria, contestó, en una nota que publicamos el jueves, a algunas de las cosas que escribí en mi Carta del Editor del 22 de agosto. Una nota en un tono educado y correcto que les agradezco. Es evidente que sobre el funcionamiento general de la administración pública, y sobre su dimensión (que no sobre su existencia) no pensamos lo mismo. También lo es que los funcionarios, en general, no persiguen hacer daño a las empresas, tan evidente como que, tomando ciertas decisiones o interpretando de determinadas maneras leyes y decretos, hacen un daño real, y a veces injusto, grave e irreparable, a las empresas. Y yo estoy en mi derecho, y hasta en mi obligación moral, nada cómoda, de denunciar esos hechos.

Por supuesto que sé perfectamente cuales son los poderes, derivados del pueblo español y recogidos en nuestra Constitución, ejecutivo, legislativo y judicial. Como sé que hay políticos malos, diputados malos, senadores malos y jueces malos. Menos que buenos, cierto, pero muchos malos, no menos cierto. Lo mismo pasa con los empleados públicos: los hay buenos y malos, como sucede con los empresarios, aunque la diferencia entre unos y otros es que los empresarios se juegan su propio dinero y se arruinan si se equivocan, mientras que los empleados públicos juegan con el dinero de los demás y permanecen en sus puestos hagan lo que hagan y como lo hagan.

Agradezco también a la Junta de Personal de la AEAT su consejo final de que "reflexione para las próximas elecciones generales". No les quepa duda de que lo hago constantemente, ni de que no me gusta, nada, la situación actual de nuestro país, ni de nuestra ciudad. Pero no me rindo, ni dejo de aspirar a ser libre, ni voy a acomodarme a silenciar lo que me parece mal, aunque decirlo me pueda perjudicar o incomodar. Sé que decir que la administración pública en Melilla funciona muy bien y que debería haber todavía más empleados públicos me aportaría simpatías, pero, como también sé que eso no es cierto y que el buen futuro no va por ahí, no puedo decirlo. Lo siento.

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