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“Miembros y miembras”

Últimamente se oyen cada vez más y en cualquier contexto, expresiones como “ciudadanos y ciudadanas”, “compañeros y compañeras”, “alumnos y alumnas”, “niños y niñas”. Incluso periodistas, presentadores, locutores y todo tipo de personajes televisivos se suman a tal absurdo y lo emplean a diestro y siniestro. En una época en la que los medios de comunicación, sobre todo la televisión, están al alcance de todos, personas que no han tenido la suerte o la oportunidad de acceder a una educación básica aceptable, que oyen tales despropósitos a quienes cabe suponer una mediana formación gramatical, darán por sentado que su uso es correcto y se generaliza el disparate.

El idioma español que es muy rico, además de ser el segundo más hablado internacionalmente, tiene reglas precisas que se aprenden en la enseñanza primaria (o por lo menos se aprendían). Una de ellas especifica que para evitar redundancias innecesarias que afean un texto, al decir “ciudadanos”, “compañeros”, “alumnos”, “niños”, nos referimos a la totalidad del colectivo (hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos, ancianas, gays y lesbianas), no solo a los varones. Esta moda ocasiona pifias como los famosos “miembros y miembras” o “jóvenes y jóvenas”.

Son términos que, como otros muchos, se han sacado de la manga políticos y líderes varios en sus discursos e intervenciones públicas. Si pretenden demostrar que no son sexistas, lo que consiguen es ser más papistas que el Papa; revelan una demagogia barata que no engaña a nadie y hacen que sus disertaciones sean reiterativas, monótonas y aburridas, además de vacías y mal construidas; les quitan lustre (si es que lo tienen por otros motivos), y dicen poco a favor de quien las prepare.

La confianza de los votantes se gana a fuerza de trabajo honrado y bien hecho, que para eso les ponemos donde están con nuestros votos y les pagamos con nuestros impuestos; con leyes elaboradas con sentido común que garanticen la igualdad sin agravios comparativos, sin perjudicar a unos favoreciendo a otros por razones de sexo o del cualquier otra índole. La paradoja (o el contradios, que diría mi abuela), está en que cuando estos líderes llegan al poder, lo que ganan es el descontento y la indignación de quienes creyeron en sus promesas y buenas palabras para ver cada vez más mermados sus derechos, con recortes en materias que deberían ser intocables como sanidad y educación, mientras unos cuantos se enriquecen a su costa. En esto están todos de acuerdo, sean del color que sean.

Y ya que estamos, a nuestros políticos les vendría bien que la tan traída y llevada Memoria Histórica les alcanzara más allá de sus narices para recordar las desgracias ocasionadas, en todas las épocas, por situaciones de corrupción e injusticia generalizadas como la que estamos padeciendo actualmente, que llevaron incluso al derrocamiento de los que se creían por encima del bien y del mal, poseedores de la sanción divina; llámense Luis XVI de Francia o Nicolás II, Zar de todas las Rusias. Al fin y al cabo lo que antaño representó la aristocracia, está representado hoy día por la clase dirigente; solo han cambiado los nombres.

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