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Columna Pública

Melilla en perspectiva

Para quien no vive en Melilla, como yo, el viaje –sobre todo en ferry- a esta antigua plaza africana de España, plenamente inserta por el imperativo geográfico en el Rif, es un verdadero placer para las emociones. En días pasados he tenido la oportunidad de renovarlo con motivo del año nuevo amazigh.

Melilla, ocioso es recordarlo, surgió como fortaleza para proteger el transpaís en el proceso reconquistador peninsular, continuó siendo presidio, donde iban a parar presos políticos y comunes que a la primera de cambio escapaban a las montañas y se naturalizaban rifeños, siguió siendo ciudad a partir de la Guerra de Tetuán, que permitió el asentamiento hebreo y la apertura al comercio franco y al contrabando, y ha terminado por ser una ciudad plural, lo más parecido a una antigua polis, donde la interacción de culturas se ha convertido en el signo distintivo de su identidad y de su voluntad política.

Cuando yo conocí Melilla, hará unos treinta y cinco años, la frontera de Beni Enzar parecía salida de una novela ambientada en la India de R. Kipling. Con sus cincuenta metros neutrales, polvorientos, y la gente de Nador esperando a lo lejos entrar en tropel. Era un ritual mañanero, con largas y tortuosas esperas, pero siempre superables. Se repetía cándidamente cada día el espectáculo: los rifeños se agrupaban, y una vez que estaban doscientos o trescientos reunidos en la parte marroquí, entraban en Melilla al trote, sin que la policía española pudiese ni quisiese hacer nada por frenarlos. Al atardecer volvían cargados de todo lo imaginable e inimaginable. Hoy, obvio es recordarlo, la situación ha cambiado absurdamente para peor.

Hace unos meses el Movimiento Europeo, el que alentaran Jean Monnet y Salvador de Madariaga entre otras notabilidades de posguerra, me invitó a pontificar en San Sebastián sobre la inmigración desbordada. Me preguntaron por soluciones a este angustioso tema. Sostuve con contundencia el siguiente argumento: las políticas de contención migratoria, lindantes con la brutalidad, han fracasado, por lo que se impone tomar otra dirección. Ello exige hacer un ejercicio imaginativo y arriesgado. Yo propuse abrir las fronteras experimentalmente, quizás con cuotas más bien numerosas de solicitantes. Creo, que pronto comprobaríamos que no son tantos los que quieren venirse a nuestro “paraíso”, y además que probablemente sólo irían de paso hacia otros espacios europeos. Habrá quien piense que he perdido el juicio. Pues no, esto de la presión migratoria es como el agua cuando entra en una casa inundándola, lo que hay es que buscar su salida, y no cerrar a toda costa las puertas y ventanas. De lo contrario moriremos todos ahogados.

Cambiando de tercio. En otros momentos, mediados los noventa, cuando acudí a Melilla con motivo de la presentación de los resultados de un coloquio sobre Sidi Abdelkrim al Jatabi que habíamos realizado en Granada, encontré que el tema amazigh ya estaba levantando vuelo aquí frente a la insensibilidad del nacionalismo marroquí y la hostilidad del español. He de subrayar que Melilla acogió sin aprensión la resurrección historiográfica y antropológica de líder rifeño. Vamos, que la vivió con absoluta normalidad, mientras que en mi ciudad sonaban sórdidamente los teléfonos preguntando por qué se hacía un seminario sobre la figura de un “enemigo de España”. Melilla iba ya por delante, en clave de futuro.

Así las cosas, cada vez que he retornado oficialmente a Melilla, con motivo del día de la Constitución o ahora para las celebraciones del año nuevo amazigh, he hallado la profunda convicción entre quienes me he movido, de la necesidad de promover la pluralidad cultural como signo distintivo de la ciudad autónoma. En este sentido, Melilla, con su pacto por la pluralidad cultural, aprobado unánimemente por su asamblea política, sigue siendo un ejemplo fenomenal para otras zonas del Magreb, cuyas historias han quedado truncadas por dramáticos procesos de descolonización o simplemente de fanatismo panarabista, suplantados ahora por el yihadismo. Estos fenómenos han conducido a un callejón sin salida a los países que los han sufrido, en virtud de lo cual sus minorías sociales y culturales han tenido que emigrar, caso de los judíos, o se han producido acontecimientos muy dolorosos de resistencia civil y política, cuyo ejemplo más elocuente fue la oposición al islamismo del movimiento democrático cabilio durante la guerra civil librada en Argelia en los años noventa. El ejemplo melillense aporta esperanza al Magreb, poniendo de relieve que el devenir de las cosas en el día a día puede transcurrir de otra manera más amable y sencilla.

La Melilla actual si continúa promoviendo su cosmopolitismo pluricultural habría heredado en cierta forma al añorado y desaparecido Tánger internacional, con su pléyade de personajes extravagantes que la llevaron a la cúspide del mito literario, y también mucho del existencialismo norteafricano de Albert Camus, con la imagen recurrente de la ciudad sitiada, sacándole todo su partido intelectual a la misma. El momento actual de Melilla, en consecuencia, parece el óptimo para la creación y la convivialidad. Todos los ojos –incluidos los de la Unión Europea- están puestos en ella, y el cosmopolitismo plural es la mejor salvaguarda de su ancestral españolidad, de aquella plural España bajo medieval, truncada en la Edad Moderna, como nos recuerda frecuentemente Juan Goytisolo, que hemos de recuperar a toda costa. Para perseverar en esa línea Melilla tendrá asimismo que asentar su alianza con el entorno rifeño –liberado de viejos miedos durante el reinado de Mohammed VI-, actuando de verdadera polis regional. Así lo he visto y así lo creo con perspectiva de ciudadano del Mediterráneo.

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