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Mao está muerto, viva Xi. Slava Ukraini

Hemos asistido, en los días pasados, a la renovación en su cargo mediante proclamación entusiasta, enfervorecida, del que ya era Secretario General del Partido Comunista Chino, Xi Jing Ping. Un nuevo Mao se ha consolidado en China, rompiendo la tradición existente, desde su muerte, de que los lideres solo permanecían en el poder durante diez años.

La tendencia populista, por la que se encumbra a ‘personajillos’ como si fueran oráculos con poderes cuasi divinos, a los cuales supuestamente debemos adoración y confianza totales, se está imponiendo, con diferentes grados de profundidad, en buena parte del mundo.

Todo aquel que no tenga su visión histórica totalmente oscurecida por las lentes del fanatismo, sabe de las terribles consecuencias que los ‘imperios’ de Mao, Stalin, Castro y tantos otros menos famosos, tuvieron o han tenido para sus ‘súbditos’, supuestos o reales adoradores.

Las similitudes entre Mao y Xi son enormes, con las adaptaciones lógicas como consecuencia del paso del tiempo. Mao asumió los planteamientos de lo que llamó ‘marxismo – leninismo con matices chinos’. Xi defiende el ‘socialismo con características chinas’. (Es de resaltar que ni el partido comunista chino (PCC), cuando se refiere a su política económica, se atreve a utilizar el término comunista, ya que realmente el PCC sería más correctamente definido como el partido comunista de los capitalistas). Mao llamó a su régimen una ‘dictadura democrática popular’ -cualesquiera que sea lo que ello pretende significar- mientras Xi está en el camino de presidir una dictadura vitalicia, según las encuestas, popular ¿Las encuestas pueden parecerse a las de Tezanos? A Mao lo llamaron, entre otras denominaciones exaltadoras, ‘el gran timonel’, misma expresión que se está utilizando ahora en los diferentes panegíricos dedicados a Xi.

Mao dirigió la denominada ‘campaña para suprimir contrarrevolucionarios’ así como el Movimiento Sufan, donde unos dos millones de personas fueron asesinadas. Pero la depuración ideológica no ocasionó tantas muertes, en tan poco tiempo, como la mala planificación económica. En 1958, Mao lanzó la campaña conocida como ‘el gran salto adelante’, que ocasionó la muerte por hambre de entre 15 y 50 millones de personas, según las fuentes, y una profunda recesión. La idea era transformar a China de una nación agraria a una industrializada.

Como, en ese momento, la cantidad de acero producido era considerada como un indicador fiable de la riqueza de un país, a los pequeños colectivos agrícolas existentes se les ordenó fusionarse en colectivos mucho más grandes, lo que permitió ordenar a muchos campesinos que trabajaran, entre otros megaproyectos, en la producción de acero. Si bien al principio se consiguieron algunos éxitos, se pretendió acelerar artificialmente el proceso, tanto en el campo como en la industria, fijando metas inalcanzables y trasladando a más campesinos a la producción de acero.

Ningún jefe local o regional del partido se atrevía a decir que la política impuesta no era aplicable, que era imposible satisfacer las cuotas de producción impuestas, por lo que cualquier trozo de hierro que pudiera ser encontrado se convirtió en acero, de pésima calidad en la mayoría de los casos, por lo que no era utilizable en la industria, y en cantidades mayores a las que la creciente industria podía asimilar. De manera que las cantidades sobrantes o inútiles se volvían a ‘reproducir’, para así satisfacer las cuotas. Por su parte, las cuotas de alimentos que se exigían a los campesinos como tributo, eran exorbitadas, y las técnicas de producción ordenadas eran inadecuadas, por lo que los campesinos se quedaban sin comida para satisfacer sus necesidades.

Xi, por su parte, ha ordenado el exterminio y la ‘reeducación’ -término muy empleado en China para significar la supresión forzosa de ideas contrarias al régimen, por cualquier medio- de la disidencia en el oeste del país, la región de Sinkiang, mayoritariamente musulmana. En 2014 comenzó una llamada ‘Guerra Popular’ por la que se desplegaron doscientos mil cuadros del partido en Sinkiang, asignado un funcionario a cada una de las familias, para así poder controlarlas desde dentro y totalmente. No satisfecho con los resultados, su dirigente regional anunció una «ofensiva aplastante y destructora» y declaró que «enterrarían los cadáveres de terroristas y bandas terroristas en el vasto mar de la Guerra Popular”.

Las autoridades chinas, bajo el mandato de Xi, han operado campos de internamiento para adoctrinar a los uigures y otros musulmanes como parte de la mencionada Guerra Popular. Estos campamentos han sido ampliamente denunciados por abuso y maltrato, y algunos alegan genocidio. En 2020, Xi dijo que “la práctica ha demostrado que la estrategia del partido para gobernar Sinkiang en la nueva era es completamente correcta”. En 2021, los libros de texto en idioma nativo uigur, utilizados en Sinkiang, fueron prohibidos y sus autores y editores condenados a muerte o cadena perpetua ya que, según las autoridades del momento, los libros impulsaban el separatismo étnico, la violencia, el terrorismo y el extremismo religioso.  

Para la elección del ‘nuevo emperador’ Xi, sin que se produzca ningún tipo de incidente que pudiera ensombrecer tan ‘magno evento’, se han tomado todas las medidas posibles. En Beijing, la policía y voluntarios con brazaletes rojos patrullan vecindarios y establecen puestos de control, bajo órdenes de operar con preparación «bélica». Desde cien días antes del inicio del congreso, para establecer unas «bases sólidas para la seguridad y estabilidad» del Congreso, según anunció el Ministerio de Seguridad Pública, se realizó el arresto de un millón cuatrocientas mil personas (1.400.000, han leído bien).

Para garantizar que la persistente contaminación ambiental, que hace a Beijing una de las ciudades más contaminadas del mundo, no obscureciera los cielos azules deseados para la apertura de la reunión, entre otras medidas, las fábricas de acero existentes cerca de Beijing redujeron su producción a la mitad hasta el final del congreso.

Siguiendo la tradición china, el congreso tiene mucho más que ver con la demostración lujosa del poderío del partido, que con la sustancia de lo tratado. La óptica es mucho más importante que la sustancia. En su discurso inaugural, Xi prometió convertir a su país en una superpotencia socialista moderna, que represente una «nueva opción» de gobierno y desarrollo, diferente del modelo dominante de las democracias occidentales. Así deja claro que su pretensión es convertir a China en el nuevo centro del mundo, o como mínimo compartir ese centro.

Tras el discurso de Xi, la enfervorizada población fue conminada a que “estudiaran y comprendieran profundamente el rico significado y la esencia espiritual» de sus palabras ¿se convertirá el discurso en el equivalente moderno del ‘Libro Rojo de Mao’?

Según la prensa local, en Sinkiang, los funcionarios estaban «entusiasmados», y en Shenzhen, tanto los funcionarios como los residentes estaban «llenos de alegría» después de oír el discurso. Una serie de televisión de 40 episodios, basada en el trabajo de alivio de la pobreza de Xi, se empezó a emitir todas las noches, por la emisora estatal CCTV. El secretario general del Comité Municipal de Beijing dijo al diario estatal, en inglés, China Daily: «Hemos sido testigos de esta gran era juntos».

La adulación, en los principales eventos y pronunciamientos del partido, es la norma, no la excepción, especialmente en los medios estatales y los órganos de propaganda. Pero el grado de fervor y el enfoque en Xi, subrayan la dirección en la que China se está moviendo: hacia un gobierno más centralizado y personalizado bajo un solo hombre. «El culto a la personalidad en torno a Xi Jinping es particularmente obvio», ha escrito el profesor de diplomacia en la Universidad Nacional de Chengchi, en Taiwan. «Muestra que el control de Xi sobre la sociedad, así como las habilidades y técnicas del partido para formar narrativas, se están volviendo más avanzadas que antes».

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Gonzalo Fernández

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