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Lo políticamente correcto y la libertad individual

No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.
para gonzalo

En la sociedad contemporánea, la noción de «lo políticamente correcto» ha cobrado una importancia muy significativa en la cultura e incluso en la libertad de pensamiento y de expresión de las personas. Aunque inicialmente pudiera considerarse como un esfuerzo loable por promover la igualdad y la inclusión, el concepto ha evolucionado hasta convertirse en un fenómeno de imposición social, impulsado hasta el extremo por unos pocos y aceptado gustosamente por algunos, soportado por muchos y criticado por pocos. Una manifestación extrema es el denominado ‘lenguaje inclusivo’, que va en contra de uno de los elementos básicos de un idioma, la economía y sencillez. Además coloca a muchos, de palabra y por escrito, en la innecesaria y torpe disyuntiva de ceder a la presión social impulsada por unos pocos, con frecuencia no los más cultos ni los que con más corrección utilizan el idioma, o por el contrario respetar la corrección en el uso del lenguaje y ser acusado por ello de retrógrado, fascista, machista o cualquier otra lindeza que se le ocurra a la persona ‘progresista’ de turno.

Hago aquí un inciso para señalar la apropiación que, del término ‘progresismo’ y de sus derivados, han hecho determinados grupos políticos que, con sus acciones e inclinaciones, se manifiestan en total contraposición con lo que el termino significa. ¿Es acaso progresista defender el comunismo, creador de miseria y desigualdad en cuantas ocasiones se ha ejercido? ¿O es progresista el buscar la desunión y la ruptura independentista en un mundo globalizado? O en el extremo ¿es acaso progresista pactar con asesinos convictos y con sus simpatizantes?

¿Hasta qué punto apegarse a lo políticamente correcto, por evitar la posible o supuesta ofensa y la exclusión, puede dar lugar a la autocensura y, en última instancia, a la limitación de la libertad de expresión? George Orwell, el renombrado escritor y pensador, escribió: «Si la libertad significa algo será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír». Es un mensaje claro en el contexto de las restricciones que la corrección política puede imponer al debate abierto y la crítica constructiva.

Se puede argumentar, con una base firme, que la denominada corrección política está comenzando a erosionar la habilidad de la sociedad para cuestionar, discutir y aprender de opiniones divergentes. En la esencia misma de la libertad de expresión está la aceptación de que esta libertad puede dar lugar a puntos de vista con los que no coincidimos, quizás hasta incómodos o incluso ofensivos. Pero estos puntos de vista pueden contribuir al diálogo enriquecedor y al crecimiento individual y colectivo. Recordemos la frase de Evelyn Beatrice Hall, escrita en la biografía de Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».

Debemos plantearnos dónde trazamos la línea entre la protección de la dignidad humana y la preservación de la libertad individual. Además, lo que se considera «políticamente correcto» puede variar ampliamente según la cultura, el contexto y las perspectivas individuales. E incluso según el momento político o histórico en que nos encontremos. No existe un mismo lenguaje ‘correcto’ en el siglo XIX que en el XXI. O en España que en Afganistán. O cuando gobiernan unos u otros.

La censura disfrazada de corrección política ha llevado a la prohibición, de hecho, de ciertas discusiones. Lo que a su vez ha dado lugar a la duda de si estamos sacrificando nuestra libertad individual en aras de la conformidad colectiva. Christopher Hitchens, autor y periodista inglés-americano que es ampliamente considerado como uno de los ateos más influyentes de los siglos XX y XXI, abundó en esta idea cuando escribió que «la libertad de expresión significa el derecho a decir lo que otros no quieren escuchar».

La corrección política tiene una influencia enorme en la formación del pensamiento colectivo. En su famoso ensayo «La rebelión de las masas», José Ortega y Gasset advirtió sobre los peligros de la igualdad mal entendida, que podría llevar a la supresión de la excelencia y la individualidad en favor de la uniformidad. Esto plantea una pregunta crucial: ¿están nuestras instituciones creando un ambiente en el que las ideas diferentes, no tan solo las controversiales o inconformistas, son suprimidas en lugar de ser objeto de un debate constructivo?

La necesidad de promover un ambiente inclusivo y respetuoso es incuestionable, pero también es vital recordar que la diversidad de pensamiento es el cimiento de una sociedad progresista, en el verdadero significado de la palabra. Salman Rushdie, el novelista y ensayista, afirmó que «lo políticamente correcto es la represión de los sentimientos con los que no queremos molestarnos».

La libertad individual y la corrección política no deben considerarse como fuerzas opuestas, sino como componentes interdependientes de una sociedad viva. Es preciso evitar la exclusión y, por el contrario, promover una mayor empatía, un diálogo constructivo y la disposición de escuchar voces que desafíen nuestras propias convicciones. Como el filósofo John Stuart Mill dijo: «si toda la humanidad excepto una persona se equivocara, y solo una persona se mantuviera en la verdad, la humanidad no tendría más derecho a silenciar a esa una persona que esa una persona tendría derecho a silenciar a la humanidad».

Federico Finchelstein, un historiador argentino trabajando en Nueva York, señaló lo que él llama los «cuatro pilares del fascismo» que están presentes en la política contemporánea de los populistas en las Américas. Incluye la demonización incesante de los oponentes políticos, así como la xenofobia cultural; retórica violenta rutinaria; hipérbole y propaganda libre de hechos que, sin embargo, se traduce en dogmas políticos que son impermeables a cualquier corrección; y una inclinación por lo que Finchelstein describió como «deseos dictatoriales» y la «degradación de las instituciones democráticas».

En el uso de nuestra libertad de pensamiento, invito al lector a analizar lo escrito y tratar de identificar qué ideas, de las aquí expuestas, son aplicables a la actualidad de la situación española, y no tan solo española. Y una vez que lo hayan hecho, los animo a utilizar su libertad de expresión, sin miedos, al igual que lo hacen los que piensan diferente que ustedes.

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Gonzalo Fernández

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