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Carta del Editor

Las ratas de las cloacas de las redes sociales

No es normal que para hacer un trabajo como la evaluación médica que termina en la declaración de incapacidad permanente, para el que basta una sola persona, haya cuatro, incluyendo a eventuales casi perpetuos, como esa persona tan desagradable que es Joaquín Martínez” Leí y tomé unas notas sueltas, allá por febrero, unas notas sobre una serie de artículos con un denominador común: "Los casos de corrupción afectan a todos los niveles de la Administración". Uno de esos artículos trataba sobre los empleados públicos, recogía un comentario asimismo público y decía: "Sobran todos los inútiles y los que han hecho de la desidia en su trabajo y el acoso a los compañeros competentes la principal labor de su día a día". Un segundo artículo, de Salvador Sostres, creo, añadía: "Contratar hoy en España es un deporte de riesgo: entre las exigencias sindicales y los jueces sindicalistas que hallan cualquier despido improcedente, es más barato tener un hijo y pagarle una universidad americana que contratar a un camarero o a una peluquera". Un tercer artículo, de Juan Ramón Rallo, decía: "Las funciones del Estado se dividen en dos: aquellas que se pueden privatizar y aquellas que se pueden eliminar".

Si ustedes piensan sobre el despilfarro que se hace con el dinero que a la fuerza, vía impuestos, le quitan a usted, a mí, a este y aquel, a todos, por vía directa (impuestos directos) o indirecta (impuestos indirectos sobre la gasolina, la luz y un larguísimo etcétera) estoy seguro de que encontrará muchísimos ejemplos, a cual más cuantioso e indignante, sobre el despilfarro del dinero público, que erróneamente se considera que no es de nadie, cuando lo que ocurre es todo lo contrario, es de todos, de usted, mío, de todos incluidos.

Un último ejemplo de despilfarro de dinero público, por no poner el acento en algo aun más grave: lo que decíamos en nuestro Editorial de ayer sobre el asombroso y exagerado número de incapacitados permanentes que hay en Melilla en comparación con el número total de pensionistas, unos índices porcentuales muy superiores a los del conjunto de España e incluso a los de la ciudad que más se parece a Melilla, Ceuta. No es normal que para hacer un trabajo como la evaluación médica que termina en la declaración de incapacidad permanente, para el que basta una sola persona, haya cuatro, incluyendo a eventuales casi perpetuos, como esa persona tan desagradable que es Joaquín Martínez.

Tampoco es normal, sino todo lo contrario, es más que muy preocupante, la situación de nuestro melillense hospital público, en buena medida colapsado por marroquíes atraídos por la gratuidad que ellos mismos se otorgan, el negocio de los pisos pateras y el efecto llamada cada día más notorio, una consecuencia más de unas fronteras casi sin control que son un verdadera maldición para nuestra ciudad. Entiendo la desesperación de médicos y demás personal sanitario, inevitablemente sobrepasados por mucho que se esfuercen. Entiendo el hartazgo de los pacientes melillenses de todas las etnias que, con sus impuestos, mantienen el hospital público y que no pueden ser debidamente atendidos ni oportunamente operados, porque la invasión de marroquíes dejan el hospital sin camas disponibles. Lo que no entiendo es que desde la delegación del Gobierno en Melilla no se tomen medidas eficaces para poner fin de una vez a una situación que lleva años empeorando sin parar, que puede terminar con más muertos y que es un verdadero atentado a la salud de los melillenses en general.

Como no se soluciona ni ese grave problema ni otros aún más graves que el de la corrupción -hoy puesta de moda, a falta de otros argumentos y otras ideas, como arma política contra los adversarios molestos que acostumbran ganar las elecciones- es atendiendo a las cloacas de las redes. En una de mis Cartas del Editor, concretamente en la que publicamos el 13 de julio de 2014, comentaba yo un artículo que nos había enviado -uno más de los muchos y valiosos artículos que durante mucho tiempo honraron nuestro periódico- mi buen y admirado amigo de siempre, Javier Imbroda. Hablaba Javi -un lujo de persona, deportista y empresario que nuestra ciudad, por eso de la envidia, el rencor y la bajeza moral y política de algunos, ha desaprovechado en buena medida- sobre las cloacas de las redes sociales, y decía textualmente: "Hubo un tiempo en el que, cuando salía alguien atacándome sin yo conocerle de nada y sin que me conocieran a mí, salvo por mi trayectoria profesional, me remangaba y entraba en esa discusión absurda de la descalificación, respondiendo al insulto. Craso error, porque aunque el cuerpo te pida a veces plantar cara, te rebajas al nivel de ellos, y ahí te ganan por experiencia. Son las cloacas de las redes. He comprendido que la envidia y el odio son siempre una derrota y que no se debe luchar con gente que no merece el honor de un combate. Vencer a un tonto nos humilla y nos hace perder el tiempo en provocaciones. Allá ellos, si quieren seguir viviendo con sus complejos a cuestas".

Como bien decía ese maestro de la motivación que es el melillense Javier Imbroda y remachaba yo en mi Carta antes mencionada, esos miserables ya están derrotados de antemano. Lo están esos que ocuparon, ocupan y seguirán ocupando, las cloacas de las redes sociales, esos miserables que, por ejemplo, atacan lo que no conocen ni pueden comprender, como que haya personas trabajando gratuitamente y sin pedir nada, absolutamente nada, en SODEMEL, por una sola razón, la esperanza de contribuir al cambio y a un futuro mejor para nuestra atribulada ciudad. Están derrotados porque, concluía yo hace ya tres años, "su tontuna, su envidia y su odio son su inapelable y eterna derrota". No es difícil vencer a un tonto, ni a varios miserables, pero hacerlo y perder el tiempo prestándoles atención, efectivamente, nos humilla.

Nos humilla también el esperpéntico espectáculo de intentar, por miserables razones políticas, desenterrar a los muertos, en vez de dejarlos descansar en paz, sean los muertos que sean, se llamen Franco, Lenin, Carrillo, Sanjurjo o lo que sea. Que descansen en paz les deseo también a personas que han muerto recientemente. Como Huhg Thomas, un gran historiador e hispanista, autor de uno de los mejores y más equilibrados libros sobre nuestra guerra civil, The Spanish Civil War, publicado en 1961. Como Enrique Beamud, que fuera delegado del Gobierno en Melilla y un buen amigo mío desde antes de ser delegado; la política nos distanció, pero lamento su muerte y deseo lo mejor a su esposa, que es una persona extraordinariamente valiosa, y a toda su familia. Como Juan Rubí, uno de los grandes comerciantes melillenses, que deja un gran hueco en momentos en los que precisamente hacen más falta en nuestra ciudad personas con la iniciativa empresarial que él tuvo. Espero que sus familiares, los de los tres y los de todos, no tengan que padecer la falta de respeto que otros están padeciendo, ni el odio y el rencor de las ratas de las cloacas de las redes sociales.

Posdata: le preguntan a Manuel Muñíz, 34 años, Doctor por la Universidad de Oxford, Director del programa de Relaciones Transatlánticas de Harvard y más cosas así, sobre la inevitabilidad del CAMBIO, y contesta, recurriendo a todo tipo de antecedentes históricos: "Porque es lo único que garantiza estabilidad política y social". Conviene tenerlo muy en cuenta en nuestra ciudad.

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