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In memoriam

La tita Manoli

"Siéntate Nuria, tápate nena, duérmete, ¿habéis comido? ¡Estaros quietos ya que sois muy pesados…!" "Ángel, coged dinero de mi bolso e iros a comer a un buen restaurante, que yo estoy bien".

Esa es la Tita Manoli, sacada del manual de "madre gallina", que ni estando en el hospital dejaba de cuidar a los "elegidos", su sobrina preferida, su niña, y a su hijo de su alma por y para el que vivía. Los cuidadores cuidados. Dura y fuerte como un roble hasta el último minuto, graciosa y ocurrente hasta cuando le faltaban las ganas, inteligente y lista a su pesar, (estos días intentaba no darse cuenta de lo que podía pasar).

Mujer de creencias firmes, de fe, con estampitas de Santos varios en el bolso, a los que ponía a trabajar más por los demás que por ella misma. Pero sobre todo y por encima de todo, una madre y una tía-madre especial, imposible de olvidar, ni a ella ni a sus hermosos ojos infinitamente verdes que ella abría para enseñarlos coqueta y divertida.

La tita Manoli era diferente; además de por su personalidad, su carácter, su humor, su alegría, y su mente abierta y moderna, porque era un ser especial: ¡NUNCA HABÍA ESTADO ENFERMA! En su vida había tenido ni un simple resfriado, ni tos, ni dolor de garganta, ni fiebre, y cuando le preguntábamos pero ¿nunca te ha dolido la cabeza tita?, decía "a mí no, ¿eso qué…es?"
Nunca había tomado ni un medicamento. Su hermana pequeña cuenta que en los más de 70 años que han estado juntas, jamás la vio en la cama, ¡nunca! Dice también que casi parió de pie, que su niño, su todo, su ángel, nació casi en el recorrido del Perelló al hospital y no se quedó ingresada, volvió para casa en cuanto pudo.

Esta vez no ha podido escaparse, a pesar de que preguntaba por el alta y a pesar de habérselo puesto difícil al destino porque ella no era alguien que se dejara llevar por nada que no le pareciera justo, no tenía pelos en la lengua ni en el corazón.

Así que imaginamos que le dio permiso al cielo y conversó con el "Jefe" en silencio, para que dispusiera el momento y el lugar, y obediente se ha ido, sin discutir.

Por eso no sé si seguir llorando porque esta vida es injusta, o darle las gracias por serlo. No sé si la Tita Manoli que llegó a Málaga bebiéndose sus birras y comiendo como una leona, (como contaba su hijo contento por verla bien), con sus labios perfectamente pintados y recién salida de la peluquería, se ha ido antes de tiempo o en el momento justo, porque personas como ella, hiperactivas, incapaces de estar en casa sín hacer nada, conduciendo y cosiendo como hizo toda su vida hasta hace poco, yendo al coro, a jugar a las cartas, y a sentarse con su familia en la Costa Azul, no habría podido superar tener que vivir una vejez de vieja dependiente.

Nadie puede recordarla como una anciana porque nunca lo ha sido y ya nunca lo será.

Suerte tienen los que la esperan arriba, aquí abajo la vamos a echar tanto de menos que en breve la oiremos decir: "¡qué pesados sois…!"

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