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Historia

La misteriosa desaparición de un rico minero

“Intrépidos reporteros siempre a la caza de una nueva noticia, sin escatimar esfuerzo alguno. Grandes redactores que plasmaban en sus páginas todo cuanto sucedía en la ciudad y sus alrededores. Así lo contaron ellos y tal cual vuelven a ser noticia.”

El Telegrama del Rif de 17 de diciembre de 1909

SUCESO MISTERIOSO

Minero que desaparece

A mediados de Noviembre, llegó a esta plaza un rico minero de Vizcaya, llamado D. Ismael de Oleas, el cual fue a hospedarse en uno de los hoteles establecidos en el barrio de Reina Victoria.
A juzgar por las manifestaciones de los que tuvieron ocasión de tratar al Sr. Oleas, éste no ocultó, desde los primeros días, sus propósitos de realizar importantes negocios mineros en la región rifeña, a cuyo efecto entabló amistad con caracterizados indígenas, muy conocidos en la plaza por la frecuencia con que a ella concurren.
Pronto la accidental residencia del Sr. Oleas, se vió muy favorecida por moros de distintas kábilas y de distinta significación social, marroquí, se entiende, ávidos de satisfaces los manifiestos deseos del señor forastero, quien, por otra parte, se mostraba muy espléndido al gratificar a sus espontáneos colaboradores en la misión que le había traído a África.
Se sabe que el Sr. Oleas realizó frecuentes excursiones al campo vecino, siempre acompañado de uno o varios kabileños. Así las cosas, el último día de Noviembre abandonó el hotel, y después de advertir que tardaría dos o tres días en regresar, pues pensaba visitar unos yacimientos mineros que le habían ofrecido, dejó la plaza acompañado de varios moros, con los cuales se internó en el campo con dirección desconocida.

Comienza el misterio

Pasa una semana, y el Sr. Oleas no dá señales de vida por ninguna parte. El dueño del hotel, preveyendo una desgracia, hace las averiguaciones consiguientes para dar con el paradero del Sr. Oleas, con resultado negativo.
Así transcurren hasta doce días, al cabo de los cuales pone el hecho en conocimiento de las autoridades, quienes, con el celo que las caracteriza, se apresuran a buscar al desaparecido minero, valiéndose de los infinitos resortes de que disponen. Sin embargo, nadie ha visto al Sr. Oleas. Los jefes de las posiciones avanzadas interrogan a
Los kabileños de los aduares inmediatos; pero ninguno ha visto ni sabe nada del europeo con tanta ansia buscado.
¿Dónde se encuentra el Sr. Oleas? A ciencia cierta, no hay quien aventure una contestación categórica. Sin embargo, el reporter cree debe existir alguna relación entre la misteriosa desaparición del Sr. Oleas y la no menos misteriosa

Desaparición de una barquilla

Los marineros Diego Andul y otro, cuyo nombre no hemos podido averiguar, solicitaron del vecino de esta plaza Miguel Algarra, propietario de una barquilla de vela, la correspondiente autorización para fletarla y hacer un viaje a Chafarinas y Cabo de Agua, a donde pensaban transportar gran cantidad de mercancías de fácil venta en aquellas posiciones.
Algarra se negó terminantemente a las pretensiones de Andul y de su compañero, y éstos se retiraron del domicilio del modesto armador bastante contrariados.

La salida
En la madrugada del día 4 del actual, la barquilla de Algarra se hizo a la mar con importante cargamento, Iba tripulada por los dos marineros antes mencionados, y a juzgar por lo que de público se asegura, a bordo tomaron puesto, en calidad de viajeros, dos caracterizados moros de Quebdana.
¿Qué había pasado? Andul y su compañero, después de insistir, con resultado negativo, cerca de Algarra, para que les alquilase la barca decidieron apoderarse de ella y llevar a cabo el viaje proyectado. La sorpresa de Algarra, al conocer lo ocurrido, no tuvo límites. Inmediatamente denunció el suceso a las autoridades de Marina, a quienes hizo entrega del rol, pues la barquilla había salido del puerto sin la documentación correspondiente.

Lamentos y lágrimas
Las respectivas esposas de Andul y de su compañero, alarmadas por la tardanza de sus maridos en regresar a Melilla, confundidas en un mar de lágrimas, se entregan a las mayores demostraciones de dolor. Como pasan los días y nada se sabe de la barca ni de sus tripulantes, las pobres mujeres dan cuenta de sus terribles presentimientos a las autoridades de la plaza, por las que se expiden varios telegramas a Chafarinas, Cabo de Agua y puertos franceses inmediatos. Estos despachos fueron contestados en términos nada satisfactorios. Y continuaba el misterio.
La barquilla, como asi mismo sus tripulantes y los dos moros que viajaban a bordo, no se han visto por ninguna parte. Hay quien supone, y no sin fundamento, que la embarcación sorprendida por un temporal, ha debido sepultarse en los abismos del mar, haciéndose más tupido el velo del misterio que envuelve los sucesos que motivaron estas líneas.
Lamentaríamos que estos presagios se viesen confirmados, aunque abrigamos la esperanza de que a la postre, y para bien de las supuestas víctimas y de sus deudos, una agradable sorpresa ha de llevar la alegría a los humildes hogares en los que hoy se enseñorea el dolor.

Y pregunta el reporter:
¿No es algo más que probable que la desaparición del minero Sr. Oleas, esté relacionada con esta otra de la barca de Algarra, en la que bien pudo tomar puesto para trasladarse a Quebdana con el fin de reconocer los yacimientos mineros de que hacemos mención al principio?
Muchos coinciden en esta opinión. El tiempo dirá.

18 de diciembre de 1909

Un desaparecido que no era tal

Uno de nuestros reporters recogió ayer lo que de público se decía sobre la desaparición del rico minero bilbaíno D. Ismael de Oleas. Por fortuna, ni la fantasía popular ni el juicio de los que relacionaban la desaparición de la barquilla con la del Sr. Oleas, se han confirmado.
Ayer tuvimos el gusto de recibir la visita del Sr. Oleas, con quien conversamos largamente.

  • Ignoro-nos dijo- de donde ha podido nacer la leyenda de mi supuesta desaparición. El dueño del hotel no ignoraba mi viaje a Quebdana, donde fui convenientemente autorizado y donde he permanecido quince días recorriendo aquella kábila sin apartarme un momento de las indicaciones que me hizo el general Larrea, en quien encontré gran apoyo para mis proyectos y garantía para mi seguridad, como igualmente en el teniente coronel señor Gavilá.

Mi reconocimiento hacia las autoridades militares no tiene límites y, merced a ellas y a sus instrucciones de los que no me separe, he podido recorrer la provincia de Quebdana con la misma seguridad que recorrería cualquier provincia española.
La pacificación de aquel territorio es un hecho tangible, real. Allí se goza de seguridad, y el español encuentra paso franco y respeto en todas partes.

  • No gusto- terminó- de notoriedad. Hago a ustedes estas manifestaciones para desvanecer juicios erróneos, nacidos de quien tal vez se preocupa mucho de mi modesta persona.

El reporter no tiene culpa alguna. Se ha limitado a recoger lo que de público se decía, lo que he sabido al llegar aquí.

Con el Sr. Oleas hablamos mucho tiempo sobre asuntos interesantes, pues se trata de un hombre culto, de un industrial a la moderna, que estudia, como deben ser estudiadas las cuestiones comerciales e industriales.

Ha recogido muchas notas en su excursión, muy útiles para el porvenir. En lo que más insistió el Sr. Oleas fue que consignáramos su gratitud hacia nuestras autoridades, en las que encuentran la mejor acogida quienes tratan de hacer fructífera la semilla lanzada por nuestro victorioso ejército.

Muchos celebramos que todo haya sido fantasía de cuatro imaginaciones calenturientas

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