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Carta del Editor

"La independencia frente a la voluntad arbitraria de terceros"

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Una victoria, la de Trump, inesperada y contra todos, excepto contra los votantes norteamericanos, evidentemente. Unos votantes que no han hecho caso a la progresía oficial, que en el mundo es legión. A lo mejor por eso, por no hacer demasiado caso a los progres y totalitarios, Estados Unidos es, con todos sus problemas, un gran país, uno de los más libres y, por ello, el más poderoso e influyente del mundo. El anterior sábado, 5 de noviembre de un día casi veraniego en Melilla, leí dos artículos de dos liberales, que me impresionaron. Uno, en nuestro periódico, de mi buen amigo Carlos Entrena. El otro, en El Mundo, del poeta y filósofo José María Alvarez, que, naturalmente, le ha dedicado versos al amor, pero también al gran Hayek, autor de cabecera del liberalismo, de la defensa de la libertad, una libertad que es, según la brillante y fundamental definición del mismo Hayek, "la independencia frente a la voluntad arbitraria de terceros". Es muy, muy importante tener este concepto claro.
"Los populismos no se limitarán a controlarnos, abrirán campos de concentración", resumía el poeta, que reconoce que la lectura de uno de los grandes libros de Hayek, "The Constitution of Liberty", traducido al español como "Los fundamentos de la libertad", le marcó para toda su vida. Como Álvarez ya es mayor, se atreve a decir lo que piensa, despreciando eso tan nocivo que se ha venido a definir como "lo políticamente correcto". "Para mí, el Estado es el enemigo absoluto…Cuando un Estado crece, comienza a devorar las libertades". "El populismo cabalga a lomos del miedo". "Los de Ciudadanos no son liberales; en España el abanico político va desde una socialdemocracia moderada -pero en algunos aspectos más intervencionista, más saqueadora que la izquierda (por los impuestos)- al delirio". "Yo desprecio todo nacionalismo. Me parece algo tribal, propio de gente ignorante". "Hace falta una rigurosa y limpia batalla de las ideas, explicando a la nación, pero con verdad, qué es su historia, por qué ha sucedido cuanto ha sucedido". Son extractos de lo José María Álvarez dijo en la entrevista con el diario madrileño.

Carlos Entrena es un gran amigo, un notario melillense -ciudad a la que no olvida- afincado en Madrid, con una sólida formación jurídica y es un convencido liberal, que preside, con acierto y entusiasmo, el Club Liberal Español. Dedicaba su habitual columna de opinión de los sábados en nuestro periódico a insistir en la necesidad, por no decir obligación, de "temer" el déficit público -que endeuda ya de manera alarmante a nuestros descendientes de varias generaciones-, de no aumentar el gasto público español, ya extraordinariamente alto, sino "gestionar mejor", sobre la base de tres objetivos, que deberían ser la referencia de cualquier gobierno eficaz (y muy especialmente del melillense): "a) Reducir entes y organismos de las Administraciones Públicas, eliminando entes improductivos o duplicados, y evitando la contratación de personal interino innecesario. b) Mejorar la gestión administrativa, limitando plazos procedimentales, estableciendo el criterio general del silencio administrativo positivo para resolver los expedientes (si esto se aplicara en Melilla muchos de los problemas se habrían resuelto y algunos empleados públicos estarían en la calle o en la cárcel, afirmo yo), y fijando mecanismos de control de calidad de la acción administrativa, o sea, introducir sistemas de gestión eficaz, análogos a los existentes en otros países de nuestro entorno occidental. c) Facilitar la creación de empleo, cuyo efecto inmediato es reducir los gastos de desempleo y, paralelamente, incrementar los ingresos fiscales y las cotizaciones sociales".
"No estamos lejos del momento en el que las fuerzas deliberadamente organizadas de la sociedad destruyan aquellas fuerzas espontáneas que hicieron posible el progreso", escribió Hayek en un pasaje de su libro Los fundamentos de la libertad. Ciertamente, y a juzgar por la experiencia próxima y lejana, no estamos nada lejos de ese momento en el que un Estado monstruosamente grande y en el que hemos delegado el derecho a coaccionar, destruya gran parte de la libertad individual -la única libertad, la de la independencia frente a la voluntad arbitraria de terceros- y, como consecuencia, destruya las fuerzas espontáneas que hicieron y hacen posible el progreso.

Lo que ocurre en Melilla es un paradigma de lo que antes decía. Una Administración inflada hasta lo increíble, en la que hay muchas personas que intentan hacerlo bien y otras, muy numerosas, que intentan todo lo contrario o, en muchos casos, pretenden no hacer, en lugar de hacer (y lo consiguen, con absoluta impunidad, renunciando a trabajar, pero no a cobrar) una Administración que elimina la libertad y, como consecuencia, el progreso melillense. Lo que ha ocurrido durante los últimos años en el área de la Hacienda local es un ejemplo irrefutable de ello. Allí, y en otros organismos públicos, ha habido, y todavía hay, garbanzos negros que prevaricaron e impidieron -y todavía impiden- que, por ejemplo, los ciudadanos cobren lo que la Ciudad Autónoma les debe. También hay garbanzos negros, consejeros medrosos e ignorantes, coaccionadores chulescos, secretarios técnicos, empleados varios que -además de no trabajar y de no saber hacer la o con un canuto, ser antisistemas declarados, enemigos acérrimos del Gobierno que les ha colocado y otras muchas calamidades- pretenden dar lecciones y castigar caprichosamente a los que, con el sudor de su frente, con esfuerzo y riesgo, de manera desprendida en muchas ocasiones, pretendemos que esta ciudad progrese, algo que, con toda evidencia, necesita, y mucho, pero que, como se puede comprobar y como estamos padeciendo, no se está consiguiendo, gracias a los ríos, navarros, guerrillerillos, miradores y demás accidentes geográficos y calamidades públicas, que terminan por destrozar la moral y las ganas de los más animosos…. pero no las mías, porque sigo estando dispuesto a luchar para que Melilla sea una ciudad mejor y los melillenses más libres, menos dependientes de la voluntad arbitraria de terceros, especialmente la de algunos personajillos nefastos colocados en la Administración Pública.

Posdata. Contra todo pronóstico, ganó Donald Trump la presidencia de Estados Unidos, y su partido, el Republicano, ganó también el Senado y la "House", la Cámara de Representantes. Cuando vi a Iceta, al bailarín y grotesco independentista secretario general del Partido Socialista de Cataluña implorando y chillando para que el Ser Supremo nos librase de Rajoy, tuve la seguridad de que este sería presidente. Cuando le vi haciendo lo mismo para que nos librase de Trump, tuve la certeza de que el alocado magnate derrotaría a la fría Hillary Clinton. Una victoria, la de Trump, inesperada y contra todos, excepto contra los votantes norteamericanos, evidentemente. Unos votantes que no han hecho caso a la progresía oficial, que en el mundo es legión. A lo mejor por eso, por no hacer demasiado caso a los progres y totalitarios, Estados Unidos es, con todos sus problemas, un gran país, uno de los más libres y, por ello, el más poderoso e influyente del mundo.

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