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Carta del Editor

Infinitas elecciones y una España rota

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Parece una broma pesada, pero o cambiamos de clase política, a base de mayor participación ciudadana en partidos, elecciones, etc., o nos encaminamos a esa delirante situación que antes -con ironía y cierta exageración- comentaba. Tenía perdido entre los libros sin leer de mi biblioteca uno de César Vidal que compré en Madrid el 27 de abril de 1998, "Los textos que cambiaron la Historia". Es un libro magnífico, un brillante análisis de 28 escritos que marcaron el destino de la humanidad, empezando por La Torah hebrea, siguiendo por La Baghavad Gita india, la Epístola a los Gálatas de Pablo, El Corán musulmán, Las Capitulaciones de Santa Fe, El Príncipe de Maquiavelo, La Declaración de Independencia de los Estados Unidos en Filadelfia, La Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, El Manifiesto comunista o la Carta de las Naciones Unidas.

Encuentra el historiador, César Vidal, cuatro características fundamentales por las que esos escritos cambiaron la historia. Porque guardaban en su interior la voluntad de hacerlo y proporcionaban el soporte ideológico para ello. Porque pretendían convencer y esperanzar, apuntando a un presente y un futuro mejores. Porque supieron recoger y reflejar las esperanzas de los disgustados o bien sirvieron de voz a los grupos ya establecidos y dominantes. Porque contaron con un contenido religioso expreso o encubierto. E influyeron mucho en el devenir histórico a pesar de que, como concluye Vidal, "la verdad histórica resulta radicalmente distinta de la leyenda ideológicamente interesada".

Me vino a la memoria esta frase mientras, con infinita paciencia y un poco acatarrado, me puse a ver, por televisión, y oír, por la radio, el debate de investidura del pasado miércoles, que empezó a las 9 y terminó a las 20 horas. Un debate que terminó como todo el mundo sabía que iba a terminar: con 170 votos a favor de Mariano Rajoy y 180 en contra, con la verdad, histórica y actual, manejada por las ideologías interesadas y con la triste impresión de que sobran consignas en la Cámara y de que, como bien dijo el portavoz de Unión del Pueblo Navarro, Iñigo Allí, "esto es una pesadilla, estamos defraudando a la sociedad".

El debate no fue tal. Fue, como el del viernes siguiente, un diálogo de sordos, con un final predeterminado y decidido más allá de lo que cualquiera pudiera decir, una pérdida de tiempo y de dinero, una tomadura de pelo a los españoles. Fue todo eso, pero también fue muy útil para entender cómo está nuestra clase política. Yo saqué, de ese debate y del del viernes siguiente, varias conclusiones, tras oír a los participantes. De Pablo Iglesias que es un cretino infantiloide instalado en el odio como factor básico de su política, de un populismo brutal; un peligro para España, con la ventaja de que cuanto más le van conociendo menos le van votando. De Gabriel Rufián, portavoz adjunto de algunos de los separatistas y republicanos catalanes, que hace honor a su apellido: es un verdadero rufián, un individuo que no debería representar a nadie en ningún país civilizado. De los separatistas catalanes, Xabier Domenech o Tardá, por ejemplo, que aspiran a romper España en pedazos, saltándose la legalidad, la Constitución y la soberanía de los españoles, con la ayuda del PSOE de Pedro Sánchez. De Sánchez, que, instalado en el no, es de una tozudez y simplicidad difíciles de creer y que resultó entre risible y patético ver cómo Mariano Rajoy le vapuleaba. De Alberto Garzón, un comunista del siglo XIX, que tiene los conocimientos económicos de un niño de párvulos, un político increíble en un país desarrollado. De Mariano Rajoy que, con todos sus errores, está a años luz por encima de los políticos antes mencionados y que la impresión que daba en sus intervenciones era que se preguntaba constantemente la razón por la que tenía que contestar a tantas tonterías (nunca le he reprochado que levante el puño -le dijo a Iglesias- mientras no lo haga obligatorio; en nuestra Constitución hay reformas que sólo se pueden aplicar mediante referéndum de todos los españoles, sería bueno que usted se enterara de una vez, le dijo a Tardá). De Albert Rivera, que al menos es sensato, aunque demasiado dubitativo e indeciso, aunque puede tener un gran papel en la política, de centro, española, a pesar de que tiene relativamente pocos diputados y representantes bastante malos en algunos lugares de España.

Es verdad que sin gobierno estamos mejor de lo que dicen la mayoría de los políticos, que viven de eso, de la política. Pero también es cierto que, tal y como está organizada la cosa democrática -ya se sabe que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos conocidos y experimentados- no se puede vivir eternamente sin gobierno, aunque quizás España -que, ciertamente, es un gran país- llegue a demostrar al mundo, a base de extravagancias como las elecciones perpetuas, que sin gobierno se puede vivir mejor, lo que sería una aportación a la humanidad casi tan importante como el descubrimiento de América. Porque o pasa algo extraño en las elecciones vascas y gallegas, algo que fuerce a cambiar algunos de los pertinaces noes en abstenciones o síes, algo muy poco probable, o habrá terceras elecciones cerca de Navidad, con resultados previsiblemente parecidos a los actuales, o sea, sin mayoría absoluta del PP sumado a Ciudadanos, de manera que meses más tarde habrá cuartas elecciones y así hasta el infinito o hasta que España, como quieren separatistas catalanes (que también se quieren adjudicar Valencia y Baleares), vascos, gallegos, etc., desaparezca, convertida en unos cantones inconexos, porque ya advierto que yo, en esas circunstancias, me pienso independizar del resto de los vecinos de mi urbanización y barrunto que el resto de los actuales españoles hará algo parecido. Parece una broma pesada, pero o cambiamos de clase política, a base de mayor participación ciudadana en partidos, elecciones, etc., o nos encaminamos a esa delirante situación que antes -con ironía y cierta exageración- comentaba.

Posdata. Esta semana he hecho tres cosas que hace mucho tiempo que no hacía. La primera, ir a nuestra Feria, que encontré bastante animada y en la que conocí a una magnífica persona, Vicente León, coronel jefe de la caseta militar de la Feria, una persona que disfruta y hace disfrutar a los demás con el ejercicio de su trabajo y que, además y a pesar del relativamente poco tiempo que lleva en Melilla, quiere mucho a nuestra ciudad. La segunda, ir a los toros y asombrarme de la capacidad de dar espectáculo, a muchos melillenses, del torero Juan José Padilla, casi tanto como del empecinamiento de algunos manifestantes, de muchos "progres", de intentar prohibir algo a los demás, como ir a los toros, por ejemplo. La tercera, reencontrarme con mi amigo Abdelkader Mohamed Alí y escuchar sus interesantes opiniones sobre el presente y el futuro de los musulmanes, especialmente de los melillenses, y de nuestra ciudad; no siempre estamos de acuerdo, pero siempre me ha parecido, y me sigue pareciendo, una persona con un extraordinario afán intelectual, y es una pena que ahora, desilusionado, se haya apartado de la vida política.

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