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Carta del Editor

"Hacer bien un café cambió mi vida"

melillahoy.cibeles.net fotos 882 SELECCION ESPANOLA

Tienen razón los que comentan que perder, en el juego como en la vida, es algo inevitable, pero es bien cierto que hay maneras y maneras de perder, y la de la selección española de fútbol ha sido de una de las maneras más lamentables que se podía imaginar. ¡Qué pena, tras tanta gloria! Y cuantas críticas les van a caer ahora a quienes tantas alabanzas recibieron antes. Epicteto fue un filósofo estoico, o más bien un moralista, griego, nacido en el año 55 d.C. y muerto en el año 135, en Grecia. Vivió parte de su vida como esclavo en Roma y fue manumitido en los años 90, tras los que volvió a Grecia y abrió su propia escuela, en la que se formaron varios dirigentes romanos. Pensaba, y pensaba bien, que donde el hombre debe probar su valía es en la vida cotidiana, en el contraste con la realidad y resaltaba que es el albedrío, la capacidad de elección que tiene todo ser humano, lo que nos permite distinguir entre lo que Epicteto llamaba los bienes verdaderos (tener deseos, sentir impulsos y aceptar o negar racionalmente de acuerdo con el bien del albedrío) y los bienes aparentes (salud, riquezas, posición social, etc).
“Concededme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo y la sabiduría para estableces la diferencia", pedía Epicteto a los dioses. Sabia petición, no demasiado habitual en estos tiempos con tantas personas airadas que se consideran con derecho a todo y obligaciones ninguna.

Esperemos, y deseemos, que nuestro nuevo Rey, Felipe VI, al que le han dedicado todo tipo de elogios y recomendaciones durante estos días históricos que acaba de vivir España, haga más caso a legados históricos como el de Epicteto, apoye los cambios que sin duda España necesita y favorezca que se recuperen valores ahora perdidos, poniendo el acento más en los bienes verdaderos, de los que hablaba el filósofo griego, que en los bienes aparentes, más en la realidad -como recomendaba Epicteto- que en los formalismos. Ha empezado bien el nuevo Rey, prometiendo ser, como recogía la portada de nuestro periódico del viernes, " un referente de la ejemplaridad que demandan los ciudadanos, con toda razón". Y que la reina Letizia -¡quién le iba siquiera a insinuar hace unos pocos años que llegaría a esa posición!- le ayude en tan necesario como difícil empeño. Y el padre de Felipe, que descanse, que descanse en paz y alejado del mundanal mundo de la realeza y los negocios, que se aleje y disfrute del retiro, porque mucha falta le hace (y nos hace).

Quien, supongo, va a descansar mal va a ser el duque Del Bosque, porque desgraciadamente se cumplieron los malos presagios que comentaba, y temía, en mi Carta del domingo pasado, y la selección española dio, de la peor manera posible, muestras evidentes de que ha terminado un ciclo, glorioso durante los últimos años, lamentable durante las últimas semanas. Tienen razón los que comentan que perder, en el juego como en la vida, es algo inevitable, pero es bien cierto que hay maneras y maneras de perder, y la de la selección española de fútbol ha sido de una de las maneras más lamentables que se podía imaginar. ¡Qué pena, tras tanta gloria! Y cuantas críticas les van a caer ahora a quienes tantas alabanzas recibieron antes. Sic transit gloria mundi (Así pasa la gloria del mundo), o así de efímeros son los triunfos.

Lo que no es efímero, sino todo lo contrario, es el amor de los asturianos a España. En Gijón, donde he pasado el fin de semana con motivo del XXXIX Congreso de Federaciones Autonómicas de Golf – y donde, una vez más, ha quedado demostrado el crecimiento en calidad y cantidad de los jugadores melillenses- hemos tenido una demostración más de ese sentimiento profundo de lo español que se manifiesta en la entrañable y bella tierra asturiana. En la cena de clausura del Congreso, sirva como ejemplo y confirmación de lo que antes decía, cantó un magnífico coro gijonés, y su primera canción fue "Soy de España", un recorrido por todas las tierras de nuestra patria, Ceuta y Melilla incluidas, seguida de la "Salve marinera", varias habaneras sobre la nostalgia del emigrante y, para terminar, el famoso himno asturiano, "Asturias patria querida", un himno que saben y corean todos los españoles.

Todos los fastos públicos de la semana pasada me han vuelto a traer a la memoria a quien al principio citaba, al moralista griego Epicteto, el que decía que donde el hombre debe probar su valía es en la vida cotidiana. Allí, en los desconocidos que hacen bien, día a día, lo que tienen que hacer, es donde se hallan los verdaderos héroes de nuestra sociedad. Y me lo demostraba, una vez más, mi buen amigo Francisco Lafita, presidente de la Federación Aragonesa de Golf, empresario de éxito hoy, camarero cumplidor ayer, que me contaba una anécdota de su vida muy reveladora. Le preguntaba a Paco, ya ubicado en el éxito sin abandonar su intrínseca humildad, una periodista de un diario económico qué era lo más importante que había hecho en su vida, y él, sorprendentemente, le contestó "hacer bien un café" y me contaba que en sus años de camarero limpiador de vasos en un establecimiento de Cataluña observó cómo, un día tras otro, le traían para limpiar una taza de café llena. El se las ingenió para descubrir quién era el cliente que hacía tan singular cosa de devolver, cotidianamente, el café que pagaba. Era una señora, se acercó a ella y le preguntó por qué devolvía su café casi sin tocarlo. Porque me gusta corto y muy espeso, pero no quiero molestar, le contestó, y la reacción de Paco fue ponerle a partir de entonces una doble dosis de café en su taza, lo que le costó, en primera instancia, una riña con advertencia de despido del encargado del establecimiento, por gastar más de lo debido, riña que se transformó en admiración del dueño cuando la señora le hizo llegar, en un sobre cerrado, una propina para el camarero tan servicial de 1.500 pesetas de las de entonces y la seguridad de que en la señora Basagoiti tenía, a partir de ese momento, una cliente fija. La actitud hacia mí del dueño del restaurante, hoy cliente mío en mi empresa, cambió mi vida, me aseguraba Paco, o, dicho de otra manera, hacer bien una cosa pequeña, como un café, ha sido lo más importante que he hecho, como contesté a la periodista. Efectivamente, donde el hombre demuestra su valía es en la vida cotidiana.

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