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Carta del Editor

El verdadero opio del pueblo

La corrupción está en el sector público y acaba contaminando a la peor parte del sector privado. Vivimos en un permanente y creciente intento de mitificación de lo público, cuando lo que debería fortalecerse es la idea del servicio privado, libre, eficaz y empresarial. Con el Estado sólo existe la selva, ordenada por el que manda en beneficio propio y de su camarilla política. Sin los empresarios el Estado, sin recursos (puesto que no genera ingreso alguno, sólo gasto del dinero que obliga a pagar a los ciudadanos), no existiría. La corrupción está en el sector público y acaba contaminando a la peor parte del sector privado. Vivimos en un permanente y creciente intento de mitificación de lo público, cuando lo que debería fortalecerse es la idea del servicio privado, libre, eficaz y empresarial. Con el Estado sólo existe la selva, ordenada por el que manda en beneficio propio y de su camarilla política. Sin los empresarios el Estado, sin recursos (puesto que no genera ingreso alguno, sólo gasto del dinero que obliga a pagar a los ciudadanos), no existiría. La última y más potente crisis ha sido -como todas las anteriores y las que habrán de venir, y como queda demostrado por los hechos y un mínimo conocimiento de economía- una crisis derivada del insoportable, liberticida y enorme intervencionismo estatal que padecen los ciudadanos, especialmente los más débiles.

Lo mismo que acabo de escribir, pero al revés, es lo que leí el pasado martes en el periódico de Melilla, en este periódico. ¿Dónde está la verdad? Evidentemente, en ninguno de los dos extremos, porque, como digo y repito, no hay soluciones fáciles a problemas complejos. Cada uno tiene su experiencia de la vida, su formación, sus conocimientos, su propia naturaleza. Cualquier teoría, por disparatada que sea o parezca a muchos, puede ser defendida por alguno o algunos pocos. Recordemos las famosas aporías del griego Zenón de Elea, que no era sino un método de conocimiento basado en la Dialéctica, la confrontación entre un logos y otro para intentar llegar a una conclusión, muchas veces contraria a las tesis aceptadas por la opinión general. La opinión que "vende", que se considera "progre", en este momento histórico es, mayoritariamente, la que asegura que el Estado es bueno y desinteresado y que los Empresarios son malos y codiciosos. Los hechos y la libertad -el verdadero germen del desarrollo- avanzan en la dirección contraria: se vive mejor, la inmensa mayoría de la gente vive mucho mejor, en Corea del Sur que en Corea del Norte, en Estados Unidos que en la actual Venezuela, en España que en Cuba. Las personas no huían de la Alemania del Oeste a la del Este, sino al revés y etc., etc., hasta el infinito de ejemplos. Y esos son hechos. Lo demás son apriorismos ideológicos sin conexión con la realidad, son estrategias de comunicación tipo Podemos y Pablo Iglesias, basadas, como decía Arcadi Espada, "en el anecdotismo, que consiste en la usurpación de la realidad a manos de la simpleza". Eso, la usurpación de la verdad a manos de la simpleza, es el verdadero opio del pueblo, de los individuos, eso es privarnos de la libertad prometiendo un imposible.

Hablando de imposibles, tras bastantes años vuelvo a Barcelona, la ciudad donde estudié los primeros años de la carrera de Económicas y donde me diplomé en el Instituto Superior de Estudios Empresariales (IESE), la capital de Cataluña, esa parte de España a la que una clase política pretende conducir a un imposible. Una inmensa mayoría de las personas con las que me cruzo por la calle hablan, entre ellos, español. La edición catalana de El País publica en portada que "el proceso soberanista catalán pierde apoyos en su momento decisivo" en la propia Cataluña y añade que "dos de cada tres catalanes (66%) consideran que este proceso político no va bien y solo uno de cada tres (34%) cree posible la independencia en un momento cercano; este porcentaje llegó a ser del 43% en 2014". "Los secesionistas caen al 42% y a un 39% si supone salir de la Unión Europea", es otra de las conclusiones de la encuesta de Metroscopia en Cataluña que publicó El País el jueves. En las fachadas de Barcelona hay, muy pocas, solo banderas catalanas, con la lógica excepción de la Capitanía Militar, repleta de banderas españolas. La ciudad está llena de turistas. La sensación es de tranquilidad, de normalidad. No he hablado ni con una sola persona, y he hablado con muchas, que crea que esta locura secesionista-política pueda producirse. La impresión que uno extrae de allí es que, como ocurre con frecuencia, los ciudadanos van en una dirección y muchos políticos en otra, completamente diferente. Me admira el esfuerzo cotidiano de las personas por mejorar. Me indigna la injerencia pública en la vida de las personas. ¿Por qué no nos dejan trabajar y vivir en paz? me preguntaban, sin excepción, mis amigos catalanes. A lo mejor porque la democracia es, sólo y nada menos, el menos malo de todos los sistemas políticos conocidos, como decía Churchill, pero no deja de ser un sistema malo, imperfecto. De otra manera no se explica cómo han votado muchos catalanes que han dejado a la mayoría en manos de una minoría manipulada por unos políticos y una clase corrupta que hace bueno lo que le decía Fiodor Karamázov a sus hijos jóvenes: "se vive muy a gusto en este lodazal; no quiero ninguna salvación". Fiodor, por cierto, terminó asesinado por uno de sus hijos, como Cataluña puede terminar, destrozada y en el caos, en el improbable caso de que la secesión se produjera.

Recuerdo una pregunta-encuesta que realizó hace poco más de un año el diario La Razón. La pregunta era: ¿Debe el Estado hacer uso de todos sus recursos frente al desafío soberanista catalán? El 93% de las respuestas fueron síes. A lo mejor si se hubiera hecho eso desde el principio no habríamos llegado hasta el nivel de desafío en el que ahora nos encontramos y, especialmente muchos catalanes, vivirían mucho más tranquilos, más libres (más independientes frente a la voluntad arbitraria de terceros) y con mayor confianza en el futuro. "Lo que con mayor urgencia precisa el mundo es suprimir los innumerables obstáculos con los que se impide el libre desarrollo", decía Hayek. Más libertad, menos usurpación de la realidad y menos opio de malos políticos para el pueblo, en suma.

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