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El tiempo pasa y la opinión pública se olvida. Slava Ukraini

Es humano, normal, que el devenir del tiempo haga que el horror, la sorpresa, la fascinación si cabe, que causó el inicio de la invasión rusa a Ucrania, se vaya desvaneciendo y vayan apareciendo disensiones en el ámbito social y en el político.

Cuando las medidas económicas tomadas para sancionar al régimen ruso empiezan a sentirse, negativamente, en los bolsillos de los ciudadanos de la coalición occidental, OTAN y Unión Europea, el apoyo incondicional de la población a las medidas tomadas se resquebraja. Aún más en los responsables políticos, que observan dicha disminución en el apoyo y además deben contabilizan la enorme factura de las armas entregadas a Ucrania y que es preciso reponer.
Las disensiones aparecidas en el seno de las alianzas occidentales, tanto la OTAN como la unión Europea, debilitan no tan sólo al conjunto de las naciones, sino también individualmente a cada una de las que prefiere anteponer sus intereses nacionales a corto plazo, a los intereses del conjunto. Por ejemplo, la reticencia de Hungría a apoyar las sanciones económicas a Rusia y en particular las restricciones a la importación de petróleo y gas pueden favorecer a corto plazo a Hungría, puesto que sigue recibiendo los energéticos que necesita.
Pero las naciones tienen memoria geopolítica a largo plazo. Si a ello le añadimos otras actuaciones del régimen húngaro, contrarias a los principios de las organizaciones a las que pertenece, se puede producir, casi con seguridad se producirá, una reacción a medio y largo plazo contraria a los intereses de Hungría.
Otro caso por señalar es el de la negativa de Turquía, al menos por el momento, a apoyar el ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN. Para ello alegan reales o percibidas afrentas de esos países, en particular su asilo a antiguos combatientes del PKK, la facción kurda que tanto Turquía como Estados Unidos consideran un grupo terrorista. Como no podía ser de otra manera, también hacen referencia a sus problemas, ya tradicionales, con Grecia. Aquí debo decir que, al menos, con parte de razón.
Si nos fijamos en el corto plazo, Turquía puede salir beneficiada, caso de que obtenga algunas concesiones a cambio de su voto afirmativo. Pero sus actuaciones presentes, sumadas a su relativa amistad con Rusia -recordemos la compra a Rusia de los misiles antiaéreos ‘S-300’, que no son integrables con los sistemas de defensa aérea de la OTAN- pueden proporcionar justificaciones a determinados países europeos que, desde hace décadas, se vienen oponiendo a la integración de Turquía en la Unión Europea.
Esa oposición que ya entonces, en los años 90, consideré errónea, ha tenido como consecuencia previsible, casi inevitable, el alojamiento geopolítico del país hacia el este y la creciente importancia del islam como religión de estado, separando a Turquía aún más del resto de Europa. El puente natural entre oriente y occidente presenta en la actualidad grandes grietas.
Centrándonos ahora en la guerra de Ucrania, se manifiesta claramente el interés geopolítico, tanto de Estados Unidos como de la mayoría de los países de la Unión Europea, con mayor o menor determinación, en mantener aislada y hasta cierto punto controlada a la expansionista Rusia de Putin. Y lo pretenden hacer desgastándola en una larga guerra con un final incierto, pero en todo caso dependiente en gran medida de la continuidad del apoyo político y militar -en este momento más necesario que nunca- de la OTAN y de Europa.
El escenario postconflicto será manifiestamente diferente dependiendo de cómo acaba la guerra. Una victoria rusa significaría la existencia de una amenaza clara y presente para el resto de las antiguas repúblicas soviéticas en el mar báltico y en el Cáucaso, lo que se podría considerar geopolíticamente inadmisible. Una clara victoria de Ucrania parecería satisfacer los intereses occidentales -obviamente los de la misma Ucrania- pero plantea la incógnita de la reacción imprevisible de Putin y su entorno ante una situación de desprestigio mundial, que es precisamente de lo que están tratando de escapar con la invasión.
La hipótesis de una larga guerra, sin vencedor claro, plantea dos diferentes escenarios. Por una parte, la posible continuidad de la guerra por muchos años, con la enorme sangría que supondría para Ucrania y para los países que la apoyan, y me refiero especialmente a ella por ser el país agredido y por la imposibilidad de realizar una reconstrucción de la infraestructura física y económica del país.
El otro escenario posible sería el de una victoria parcial rusa en el sudeste y en Crimea. Pero dado que este escenario no se contempla como posible por los actuales dirigentes ucranianos, y parece que tampoco por buena parte de su pueblo, energizado ante las matanzas rusas y los sufrimientos que ha padecido y sigue haciéndolo, podría darse una situación similar a lo ocurrido en Afganistán, en el que la posguerra no significa el fin de la guerra, sino la continuación de la misma mediante otros medios, como el sabotaje, el terrorismo interno, la resistencia a las autoridades invasoras y otros escenarios típicos del postconflicto.
Llaman la atención algunos comentarios pertinentes.
El antiguo secretario de estado americano, Kissinger, dijo que la mejor solución para terminar con las muertes en Ucrania era ceder parte de sus territorios a Rusia. El presidente ucraniano, Zelensky, no estuvo de acuerdo y dijo hace unos días: «parece que el calendario del señor Kissinger no es el de 2022, sino el de 1938″ y agregó que “tales especulaciones geopolíticas pasan por alto a los millones de ucranianos que realmente viven en el territorio que propone intercambiar». Recordemos que esa misma política de apaciguamiento propuesta por Kissinger fue la que llevó a la expansión inicial de Hitler y al principio de la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, el primer ministro estonio, Kaja Kallas, estuvo de acuerdo y advirtió que «es mucho más peligroso ceder ante Putin que provocarlo».
Por su parte, la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia dijo el pasado miércoles que “cualquier esfuerzo para negociar la paz, también debe implicar la suspensión de la asistencia armamentística a Ucrania”. O sea, ríndanse y entonces empezaremos a negociar.

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Gonzalo Fernández

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