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La cáscara y el fruto

“El miedo a los bárbaros” y “El diálogo interreligioso”

Hace un tiempo me regaló, inesperadamente, mi amiga y ‘hermana’ Yonaida Sellam, un libro de uno de mis autores de referencia, Tzvetan Todorov. El libro era y es una de las mejores obras de este autor franco-búlgaro (premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales de 2008), intitulado “El miedo a los bárbaros. Más allá del choque de civilizaciones”. Hace ahora ya más de ocho años de aquel gesto afectuoso de mí estimada amiga, con la que tengo muchas coincidencias, sin duda, pero también no pocas discrepancias. Quizás más de formas que de fondo, nada serio que no termine superándose con la inevitable madurez existencial.

Pues bien, ahora que releo aquel libro, nuevamente me congratula la singularidad de Todorov, habiendo sido uno de los observadores más lúcidos del desorden de las sociedades contemporáneas. Dedicó su vida a estudiar la alteridad, la barbarie, los límites de la libertad individual y el espíritu de insumisión ante circunstancias adversas. Como humanista de visión crítica que fue –lamentablemente falleció el pasado mes de febrero– su pensamiento era gratamente opuesto al del célebre Samuel Huntington, autor del también archiconocido “Choque de civilizaciones”. A modo retórico, se preguntaba Todorov del porqué del rapidísimo éxito de las ideas afines al “choque de civilizaciones”, y su respuesta era “porque ofrece una explicación simple y accesible a todo el mundo sobre la situación internacional: estamos en peligro y hay que defenderse”. Pero seguidamente aclara: “es simple y atractivo, pero lo atractivo no es necesariamente justo”.

La manipulación a la que estamos sometidos los ciudadanos, de modo sistemático, a través de los medios de comunicación, que siempre se rigen por intereses particulares y convenientes al poder establecido, es a todas luces determinante. La estigmatización del Islam en occidente desde hace ya más de cinco siglos, evidencia claramente, que la verdad nunca ha interesado seriamente si contraviene los objetivos principales de hegemonizar los recursos económicos, allá donde se encuentren. Sin embargo, como nos recuerda Todorov: “No sólo las culturas viven en transformación, el mismo individuo lleva dentro culturas múltiples, lo habitual es que las culturas se influyan y produzcan formas híbridas”. Más aun, el cristianismo es una importación de Oriente Medio, por recordar lo más típico, sin embargo a los ojos de Huntington nada de eso afecta a la esencia de las civilizaciones.

No obstante y, paradójicamente, luego nos diría el ya difunto Huntington que los conflictos mundiales contemporáneos son de índole religioso por esta naturaleza profunda de los pueblos. Idea que, como nos recordaba Todorov, adoptaron intelectuales y gobiernos occidentales. Si bien aclara nuestro autor de referencia: “Una guerra religiosa sería una gran novedad en la historia de la humanidad. Las guerras son por razones sociales, económicas, demográficas”. Y cita ejemplos como la Primera y Segunda Mundial, la guerra entre Japón y China. Y más llamativamente dice Todorov: “incluso las Cruzadas, hoy lo sabemos, están lejos de haber tenido como impulso exclusivo la liberación de Jerusalén y sí la reconquista de territorios perdidos en las guerras y las riquezas fabulosas de Oriente”. En síntesis, sentencia Todorov: “Las guerras de religión se dan más bien en el interior de los países, no en el exterior”.

Es curioso, pero en puridad, los objetivos en los extremos casi siempre son coincidentes. Esta noción impuesta de guerra global al final sirve, por igual, a unos y otros. El estudio que hizo Todorov de toda la cadena de declaraciones de diversos terroristas “yihadistas” en las que argumentaban los motivos por los que recurren al terror, todos refieren motivaciones dependientes a “humillaciones sufridas” por sus pueblos y familias. Y no por cuestiones religiosas. Por tanto, subrayaba Todorov “no son las identidades las que provocan los conflictos, son los conflictos los que vuelven peligrosas las identidades”.

Las ideas reduccionistas que ahora nos han impuesto de globalización de la “guerra permanente” para luchar contra el terrorismo, para Todorov esta expresión repetida por los últimos gobiernos sucedidos en EEUU tiene la tendencia de ser interminable en el tiempo y en el espacio y con consecuencias devastadoras. Ahora con un excéntrico como Trump instalado en la Casa Blanca, las perspectivas son claramente sombrías. Las democracias cuando quieren imponer sus principios a otros pueblos corren el grave riesgo de convertirse en dictaduras, al socaire de una agenda fundada en el odio y el rencor primario.

A vueltas con el diálogo interreligioso

Mientras tanto, eso que se ha dado en llamar “diálogo interreligioso”, como el Guadiana, aparece y desaparece, y vuelve a aparecer. En esta ocasión, en nuestra ciudad, con la reciente celebración de unas jornadas bajo el epígrafe genérico “Cristianismo e Islam”. Probablemente su mérito principal estriba en que mientras se habla, supuestamente los prejuicios se atemperan dando paso a las ideas y la reflexión discursiva. Más allá de las filias y fobias subyacentes.

Sin embargo, hace ya años que esta iniciativa “dialogante” ha evidenciado sus limitadísimos y magros resultados. Y no por cuenta de los musulmana, cuyo reconocimiento del Otro siempre ha estado claramente definida: "Creemos en Allah/Dios, en cuanto nos ha sido revelado [El Corán], en lo que fue revelado a Abraham, a Ismael, a Isaac, a Jacob y a las doce tribus de Israel, y en lo que fue concedido a Moisés y a Jesús, y en lo que fue dado a los profetas por su Señor; no hacemos distingos entre ninguno de ellos y seguiremos consagrados a Él" (Corán 2: 136). Las dificultades provienen, entre otras causas, de la falta de reconocimiento desde la otra parte. No existe la reciprocidad del reconocimiento de sayyiduna Muhammad (paz y bendiciones) desde el lado de los cristianos. Sin duda, este “diálogo” siempre ha estado viciado, y previsiblemente lo seguirá estando, y ahora lo hemos podido constatar aquí, en Melilla, en nuestra ciudad, pretendidamente prototipo singular del diálogo y la “convivencia” multirreligiosa.
“Occidente, que ha secuestrado el verbo y el sujeto para su exclusividad única, nos impone un monólogo enmascarado en falsas dialécticas…” así de claro se expresa Sirin Adlbi Sibai en su reciente obra “La cárcel del feminismo. Hacia un pensamiento islámico decolonial” (Ediciones Akal, 2017), porque no existimos cognitivamente en la concepción occidental del ser, del mundo bajo el poder globalizado de occidente. “No existimos” y “no somos”, refiere Adlbi Sibai, porque sólo se puede ser cuando se tiene la capacidad de autorrepresentación y de hablar, cuando tenemos por lo tanto una ubicación y un lugar de enunciación. Aclara Sibai: “Estamos pues bajo el yugo del monólogo occidental o el imperio de la anulación del Otro”. Cuando se hegemoniza el poder, el ser y el saber, se nos impone, continúa Sibai: “un (des)conocimiento limitante y limitado de la diversidad del mundo a través de su escala jerárquica…” En tanto que todo el conocimiento de la realidad se genera y difunde desde el ser. Lo que hace que la teología y la filosofía occidental tangan siempre pretensión de universalidad.

Por eso, tal cual nos indica Adlbi Sibai el proceso de liberación pasa por una fase necesaria de ruptura dialéctica con lo que ella llama el “sistema-mundo moderno/colonial occidentalocéntrico/cristianocéntrico”. Seamos claros, “la colonialidad de la religión” que emana desde el poder hegemónico de occidente, impone unas premisas que inferioriza las demás espiritualidades ajenas al cristianismo. A todo ello añádase la inconcebible anomalía que implica el meter en el saco de las religiones al Islam. Porque el Islam, entre otras referencias es “una ética y praxis de la más absoluta liberación de todas las formas de esclavitud: el egoísmo, el materialismo, el exhibicionismo, las apariencias, el consumismo”…
Ya lo decía sayyidi Yalal ad-Din Muhammad Rumí y, no nos cansaremos de repetir: “Lo falso perturba el corazón, la verdad causa una alegre tranquilidad…”.

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