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Ventana al mundo

Educar para la Convivencia Democrática (III): Una Educación para la deseable sociedad de futuro

Necesitamos un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo, curado de los excesos tanto del optimismo lineal de los liberales clásicos como del optimismo catastrófico de los revolucionarios de vocación y oficio; libre de los candores de los racionalismos a ultranza, de los cientifismos arrogantes y del voluntarismo de los políticos partidistas.

Necesitamos un nuevo modelo capaz de distinguir entre crecimiento y desarrollo; capaz de ver que lo que importa es el hombre, cada hombre y todos los hombres sobre la faz de la tierra. Necesitamos un modelo nuevo y renovador que parta de la idea de que desarrollarse es ser más, crear más, hacer más y compartir más, en vez simplemente producir más, poseer más y consumir más.

Para alcanzar ese nuevo modelo tenemos que reconocer que el desarrollo, es decir, un desarrollo sostenible a largo plazo, de alcance social y humano, es la obra, el fruto y el milagro del hombre educado y culto, a saber: el hombre instruido al máximo posible y sólidamente formado en sus actitudes, hábitos y valores, además de cultivado en la cultura de sus concretas raíces y en la cultura y civilización de lo universal. Tal es también el prerrequisito para una convivencia democrática que asegure la continuidad de un desarrollo sostenible por parte de todos los ciudadanos del mundo, que lo son en la medida que son ciudadanos nobles y leales de sus respectivos terruños y países de origen.

Siendo la convivencia democrática parte inseparable de la cultura para la paz y una condición esencial para el desarrollo sostenible material, social y humano, la educación para la convivencia democrática resulta imprescindible para hacer frente a los grandes desafíos mencionados y para aprovechar las oportunidades, que aún existen, de consolidar la paz en el mundo. Todo ello ha quedado esbozado en las dos primeras partes de este texto. Para este propósito hay que recurrir una vez más, en último análisis, a la educación en cuanto concepto y realidad instrumental. Este concepto abarca, de hecho, tanto la educación informal en el seno de la familia y de la sociedad, la educación formal propia del sistema educativo en todos sus niveles y modalidades, y la educación no formal o de adultos en sus múltiples formas, medios y variedades, tales como educación virtual, que últimamente han venido desarrollándose.

A la Universidad le corresponde la investigación y la docencia al más alto nivel del conocimiento avanzado disponible, gracias a lo cual se instruyan y formen adecuadamente los educadores todos, directa o indirectamente. Sin embargo, las universidades se han convertido en demasiados casos en centros de formación profesional superior mientras desatienden la investigación básica y aplicada así como los estudios interdisciplinarios que contribuyen a resolver problemas globales y los del respectivo entorno. Es urgente que las universidades recuperen su principal papel de centros de reflexión y pensamiento de alcance global en su vocación y quehacer, además de procurar cuanto antes una creciente convergencia de su modelo en lo esencial al servicio de la humanidad toda. Para el éxito de ese empeño, la creación de redes de intercomunicación y de campus virtuales es una aportación decisiva.

En todo caso, la formación más profunda y eficaz debe tener lugar desde los primeros balbuceos, de hecho incluso gracias a la estimulación precoz del feto a modo de educación prenatal. La educación infantil, que al fin se empieza a extender considerablemente, será, por su parte, cada vez más determinante para hacer posible, durante la edad más crítica del desarrollo cerebral, el futuro pleno desarrollo potencial de cada persona en todas sus facetas. Pese a tan alta y difícil misión, aún no se valora suficientemente el alto rango profesional que el equipo encargado de este nivel educativo requiere.

Por su parte, la educación básica, universal y gratuita, va camino de garantizar la igualdad de oportunidades, si bien tiene que recuperar su papel central en la alfabetización y formación integral como fundamento del sistema educativo. La educación secundaria así como el bachillerato, por su parte, siguen siendo, pese a muchos nobles esfuerzos, la gran oportunidad frustrada de la extensión en calidad de una cultura moderna, basada en una formación humanista interdisciplinaria y equilibrada, que incluya inexcusablemente la formación científica y tecnológica y que prepare realmente para la vida.

De todos modos, la educación aún vive en el pasado porque el presente en el que se desenvuelve es ya profundamente diferente de la realidad en respuesta a la cual fué concebida. Es urgente, por lo tanto, al menos la adaptación flexible de la educación a las características de nuestra época además de acometer un amplio esfuerzo prospectivo, con un horizonte de por lo menos unos 25 años que facilite una visión de la sociedad deseable y posible del futuro en cuya construcción se desee participar de forma creativa.

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