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Carta del Editor

De la justicia, el ébola y la política

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"Para algunos es más cómodo moverse entre la porquería, la incultura y la calumnia que esforzarse por aprender y respetar, o intentar ganar unas elecciones políticas a base de porquerías y falsas promesas en vez de trabajar e intentar que los partidos políticos -el cauce natural de representación política democrática- mejoren (que mucho deberían mejorar, por cierto)" Como estoy lesionado de la rodilla y en Madrid, y no puedo hacer deporte, leo más todavía y miro con más atención lo que sucede en la capital de España. Entre otros libros vuelvo a leer parcialmente el de Marargaret Thatcher, "Los años de Downing Street", sus memorias sobre los años en los que fue primera ministra británica y habitó en el famoso número 10 de la calle que da nombre a su libro. Me llama la atención el capítulo dedicado a "la insurrección del señor Scargill", el que fuera gran poder del poderoso y amenazante sindicato del carbón británico, que declaró la guerra al gobierno conservador… y la perdió.

A propósito de la insurrección del Sr. Scargill (un tipo muy parecido a nuestro José Angel Fernández Villa, el líder ugetista y socialista, amigo de Zapatero, el gran poder del sindicato minero asturiano que se apresuró a acogerse a la amnistía fiscal llevando casi un millón y medios de euros, en bolsas, para regularizar su, supongo, parte de la fortuna adquirida con los métodos que se puede uno imaginar) y de lo que tuvo que hacer Margaret Thatcher para abortarla dice esta: "Para que la ley y el orden prevalezcan es vital que los actos criminales visibles (como los que se produjeron durante la huelga de los mineros del carbón) sean castigados rápidamente: el pueblo necesita ver que la ley funciona. Se acumula (en los juzgados) un gran número de casos pendientes debido, en parte, a la obstrucción de los magistrados en áreas geográficas en las que existían simpatías por la causa de los huelguistas.. Y contratamos magistrados profesionales… Que resuelven muchos más casos que los que son funcionarios". Me quedo con la frase de que "el pueblo necesita ver que la ley funciona", con el añadido, tantas veces repetido, de que una justicia lenta, tardía, no es justicia, desanima al pueblo, a los ciudadanos, que, repito una vez más, somos los que la pagamos.
Que la justicia en España no está bien es algo evidente y es un sentimiento compartido por la inmensa mayoría de los españoles, como las encuestas demuestran. Que los jueces son seres humanos (aunque a algunos les gustaría ser divinos) también es evidente y, como tales, tienen sus ideas políticas. Pero no es menos claro que los jueces no están para hacer política (ni los políticos deberían estar para politizar la justicia), ni para escudarse en la falta de medios materiales y humanos como justificante de la exasperante lentitud del funcionamiento judicial. En lo de la justicia, como en toda actividad humana, los medios siempre son limitados y la obligación de cualquier buen profesional, de lo que sea, es que aquello a lo que se dedica funcione bien, con los medios de que se dispone. Además, si no se hiciera más que el caso que merece, que es ninguno, a denuncias tan absurdas e infundadas como, por ejemplo, las del lamentable Juan José Medina, ni los jueces perderían el tiempo que necesitan para agilizar los procesos, ni la Guardia Civil -que tiene mucho que hacer porque hay mucho delincuente suelto, y que, dicho sea de paso, está recibiendo un enorme apoyo de este periódico nuestro en todo lo que refiere al proceloso mundo de la inmigración ilegal- perdería ese tiempo que necesita para cumplir su verdadera misión, que tampoco, como la de los jueces, puede ser política.
Decía que la justicia no está bien en España, pero es que, desafortunadamente, hay muchas más cosas que no están bien en nuestro país. Lo que está pasando ahora con la persona infectada del ébola, con el perro de la familia de la infectada sacrificado y los agresivos y numerosos defensores del perro, con la utilización mezquina de sindicalistas y políticos varios de algo tan inquietante como el miedo a una epidemia mortal para atacar al gobierno, todo eso demuestra, a ojos del extranjero, algo así como que los españoles nos hemos vuelto un poco locos. Y no sólo a los extranjeros se lo parece, sino también a muchos españoles, yo incluido. Nos hemos, o nos han, despojado de tantas cosas, valores morales fundamentales incluidos, que ya no es fácil predecir cómo y por dónde vamos a salir, ni qué va a hacer o decir "el pueblo".
Lo que está pasando con las redes sociales es una prueba más de este desconcierto, esta suciedad en la que nos movemos. Las redes sociales, que podrían ser un inmenso apoyo para el desarrollo, se convierten a menudo en un infecto mundo de sordideces y estupideces. Las de Melilla son una buena prueba de ello, algo repugnante y, hasta ahora, judicialmente impune, porque no se emplean los suficientes medios y esfuerzos para terminar con tal impunidad. Porque no se quiere, quizás. Porque para algunos es más cómodo moverse entre la porquería, la incultura y la calumnia que esforzarse por aprender y respetar, o intentar ganar unas elecciones políticas a base de porquerías y falsas promesas en vez de trabajar e intentar que los partidos políticos -el cauce natural de representación política democrática- mejoren (que mucho deberían mejorar, por cierto).
Por supuesto que la política española (y la melillense) tiene que cambiar y mejorar. Y se debería tener en cuenta siempre otra frase de Margaret Thatcher, que de política y partidos políticos sabía mucho: "La única gratitud que existe en la política es la que se reserva para los favores que aún han de recibirse". Los recibidos ya son historia, ya son algo que se ha convertido en un derecho, sin necesidad de ser agradecido. Ténganlo en cuenta los candidatos a las elecciones locales, ya próximas, entre las que no contaremos, por decisión propia, con Gregorio Escobar, el político que da lecciones de cómo se debe actuar en la política melillense, precisamente de manera totalmente opuesta a como él y su partido lo hicieron cuando gobernaron. Ténganlo en cuenta los candidatos en las elecciones de mayo y piensen más en los ciudadanos y sus necesidades que en la dudosa gratitud de los favorecidos con nombramientos injustos o trabajos inmerecidos.

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