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Carta del Editor

De imputado a inocente

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"La moraleja de este intento fallido de evitar, no por la vía política sino por la judicial, que Juan José Imbroda se presentara a las elecciones del 24 de mayo encabezando la lista del partido que parte como claro favorito para ganar esas elecciones, es que los políticos tramposos en vez de conseguir el que era su objetivo han logrado todo lo contrario: favorecer las perspectivas electorales del por ellos denunciado"

Es difícil, en estos complicados tiempos, encontrar en Melilla a alguien que sea un poco conocido y que no esté imputado por alguna de las innumerables, increíbles, exageradas cuando no radicalmente falsas denuncias que interponen sin cesar políticos fracasados -con el tonto cum laude Julio Liarte a la cabeza- y otros sujetos (y sujetas, que diría un progre al uso actual) necesitados de unos resultados políticos y una notoriedad social y profesional que sus evidentes limitaciones no les permiten alcanzar por los procedimientos limpios, trabajosos y normales en cualquier persona y sociedad sana.

Que a la política, como a cualquier otra actividad humana de cierta trascendencia, no puedan acceder los corruptos es algo tan deseado y demandado por la inmensa mayoría de los españoles como indudablemente conveniente para la sanidad de la función pública y el bien de los ciudadanos. Se pude discutir si, tal y como me decía el viernes un inteligente amigo y como sostenía Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre y el ser humano es corrupto, o corruptible, por naturaleza, o si, por el contrario, como decía el ginebrino Jean Jacques Rousseau, el hombre, el "buen salvaje", es naturalmente bueno y es el mal funcionamiento de la sociedad lo que le corrompe. En cualquiera de los casos, todos estamos de acuerdo en que la corrupción y los corruptos son un mal, contra el que hay que luchar y tratar de erradicarlo.

Pero asegurar que todos los políticos, o todos los policías, los jueces, los periodistas, los abogados, los médicos, etc, son corruptos es tan falso como asegurar lo contrario (que todos los políticos, los jueces,…. son inocentes y buenos). Y es aún más falso, y mucho más sucio, que una serie de políticos fracasados, hediondos de odio, incapaces de siquiera articular un mensaje que pudiera atraer a su potencial electorado, utilicen la denuncia y las investigaciones de presunta, y falsa, corrupción contra aquellos que, políticos o no, consideran un obstáculo para lograr sus fines políticos o económicos. Ese es el caso de algunos políticos (Liarte, Dionisio Muñoz, Ignacio Velázquez y así), de algunos policías (el capitán Sergio Rodríguez), de algunos empresarios (Gustavo Cabanillas), de algunos miembros de la secta, abogados semi ociosos, oenegetistas profesionales, funcionarios vendidos o asustados, y así.

Por supuesto que denunciar es más fácil que demostrar y mucho más cómodo que trabajar, aprender, luchar limpiamente para intentar lograr lo que se pretende. Pero la denuncia tiene la mala consecuencia, para los que la utilizan como arma, para los que falsean la realidad intentando acomodarla a sus propósitos, de que los denunciados tienen una tendencia natural, casi inevitable, a defenderse y lo hacen. Y que incluso algunos, como por ejemplo yo, como en general todos aquellos que han tenido que trabajar y luchar mucho, muy duro y muy limpiamente para conseguir lo que poseen, tienen la inevitable tendencia, para ellos (y también para mí), de denunciar a su vez a los denunciantes falsos, a los que trampean "diligencias", a los que mienten, a los que calumnian.

Eso es lo que anunciaba el pasado martes en rueda de prensa el presidente de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda, tras dar a conocer que la denuncia que habían presentado o habían apoyado o sufragado, contra él los Cabanillas, Velázquez, Liarte, Dionisio Muñoz, José Miguel Pérez, había sido archivada por el Tribunal Supremo. Como lo fue, por el mismo alto Tribunal, la denuncia que, más o menos los mismos, habían presentado contra él, contra Imbroda, en el año 2012 por el campo de golf, ese oscuro objeto de deseo y ataque de tontos como el (tonto) cum laude político Liarte -el funcionario mejor pagado por hora trabajada, incluyendo el asesorarse a sí mismo con cuantiosos fondos públicos de la administración local-, una denuncia que ahora, los mismos, han vuelto más o menos a repetir, en esta ocasión en un juzgado de Melilla, para ver si, a base de insistir y de mentir, logran esta vez que lo falso parezca verdadero, que lo insustancial o lo inexistente se convierta en delito, que el trabajo hecho de manera gratuita parezca una incontrolada ansia de apropiación indebida o lucro incesante, que un juez despistado o atareado pueda picar. No lo van a lograr, pero, como Periquito Tacatún, insisten, e insisten, inasequibles no sólo al desaliento, sino al mínimo sentido de lo ético, de lo justo e incluso de lo mínimamente inteligente para cualquier bípedo. Aunque lo que sí van a lograr los tacatunes, eso se lo aseguro, es ser denunciados por falsa denuncia, como va a hacer Imbroda respecto al caso, recién archivado, sobre la denuncia por lo que los denunciantes, sus voceros y sus ayudantes bautizaron como "el caso abogados", que, si todo termina como está, será uno más de "los casos nada".

La moraleja de este intento fallido de evitar, no por la vía política sino por la judicial, que Juan José Imbroda se presentara a las elecciones del 24 de mayo encabezando la lista del partido que parte como claro favorito para ganar esas elecciones, es que los políticos tramposos en vez de conseguir el que era su objetivo han logrado todo lo contrario: favorecer las perspectivas electorales del por ellos denunciado y para el que algunos periódicos nacionales, como por ejemplo El Mundo, además de los medios locales financiados por Cabanillas con los millones de euros que anualmente le proporcionamos todos los españoles, pidieron una y otra vez que fuera excluido de las listas electorales, considerando no sólo imputado, sino ya judicialmente culpable al que ya es judicialmente inocente. Justo castigo final a un mal, sucio y torticero propósito, que debe recibir y recibirá su castigo.

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